Soberbia partidista

Alejandra Cullen Benítez

♫ Tengo una muñeca vestida de azul, con su banderita y su canesú.
La llevé a contienda y se arremangó, entró a la batalla con mucho dolor.
Esta mañanita dijo Calderón, que le dé el veneno del gobernador.
Otorga la despensa que yo ya la dí, comprale unos votos, a mi no me alcanzó
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis.
Esos son los votos que te voy a dar para que mejores y puedas ganar. ♫


Los partidos actúan como si no viviéramos en la era digital. Se imaginan invisibles, y que sus cochinadas son imperceptibles. Desprecian al votante. La palabra favorita y apuesta principal es “operar”, es decir, comprar votos, cooptar líderes y difamar. Sus prácticas son obsoletas y, para su sorpresa, poco rentables. Por ello, no han empezado las campañas, y en los partidos ya desbordan las lesiones internas y los cuestionamientos sociales.

Moreira, modificó los términos de la convocatoria e indujo la renuncia de Manlio Fabio. Lograron un candidato de unidad, impuesto por su popularidad. El proceso reventó con la distribución de candidaturas. En su miopía pensaron que el PRI tendría la cohesión de antes. La crisis interna rompió la coalición con el PANAL y llevó a la destitución de Moreira. Algo en el PRI cambió.

El PRD, aplicó un mecanismo menos vulnerable para seleccionar candidatos. Las encuestas, aunque no están exentas de cuestionamientos, permiten negociaciones previas y resultados más fáciles de manejar. Los elegidos son competitivos. Los perdedores mantuvieron la cordura. El PRD aprendió a contenerse.

El que salió peor librado fue el PAN. Cordero, enajenado con la imagen de su jefe, se constituyó en contendiente beligerante, capaz de atacar hasta con los recursos más bajos. Al hombre sobrio e inteligente de antaño le ganó el enojo. Se popularizó con declaraciones idiotas, como la de los 6000 pesos. El “Gallo Ernesto” recurrió a la violencia discursiva y a la abierta movilización del aparato gubernamental. Despreciaron la racionalidad y autonomía del votante y usaron prácticas viles como los espionajes telefónicos, sin siquiera garantizar su calidad o contenido. En su soberbia, con todo el poder del estado, jugaron contra sí mismos. Confiaron en la imagen de Calderón dentro de “su PAN” y olvidaron al resto del partido. Creyeron en la realidad que se cuentan. Pensaron que todo se podía comprar, y que para ganar, bastaba con “operar”.

Triunfó la sensatez. Josefina moderó el discurso, aligeró el ambiente, incluyó a los panistas olvidados. Reflejó el sentir nacional: ni con todo el poder del estado, el discurso excluyente y de violencia prosperará. Más allá de la operación, los panistas mostraron su racionalidad: votaron por un candidato competitivo. Pero, la elección se ensució así que o los operadores del presidente son unos incompetentes o, México cambió: se perdió la capacidad para controlar el resultado de una elección abierta. Ahora, es difícil imaginar, cómo, después de tanto agravio, los panistas se van a reconciliar.

El triunfo de Josefina genera algunas conclusiones optimistas. En primer lugar, no se gana golpeando sino escuchando y proponiendo. La soberbia es mala consejera. Dos, por más dudas que generen, las encuestas cuando tienen una tendencia clara, son reflejo de una realidad innegable (dentro y fuera del PAN). Tercero, la operación política y manipulación del voto no desaparece pero pierde efectividad. La democracia avanza a pesar de sus instituciones y esta, es una buena noticia.

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