Que no nos vuelvan a engañar

Pascal Beltrán del Río

Asistí el jueves pasado a la première de ¡De Panzazo!, el documental sobre la educación en México realizado por mi amigo Carlos Loret de Mola y el avezado cineasta Juan Carlos Rulfo.

Sin duda por la gran capacidad de convocatoria de Carlos, pero también porque la educación es un tema en el que ningún político quiere pasar por desinteresado, el área de cines de la plaza Carso daba la impresión de ser San Lázaro un día de apertura de sesiones de Legislatura.

Estaban casi todos: los dos aspirantes a la Presidencia con mayor aceptación en las encuestas, los tres candidatos principales a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, el gobernador del estado más poblado del país, coordinadores de bancada en el Congreso, diputados y senadores actuales y futuros... Priistas, panistas y perredistas.

Aunque la cinta me pareció bien documentada y narrada, no creo que le haya contado a esta constelación de políticos una historia que desconozcan. No cabía que dijeran “¡qué barbaridad, qué mal estamos!” por la simple razón de que ellos son corresponsables de este desastre sumario que es la formación de individuos para su integración en el mercado laboral del país. De la formación de ciudadanos, mejor ni hablemos.

No me quedé a escuchar las reacciones de los políticos al final de la función. Primero, porque tenía mejores cosas que hacer, pero sobre todo porque son absolutamente predecibles. Todos los políticos mexicanos están “a favor” de mejorar la calidad de la educación, ¿o no? Todos están “comprometidos” con aumentar el número asombrosamente bajo de años promedio que los mexicanos pasan en la escuela y con sacar al país del vergonzoso último lugar de conocimiento básico a nivel de la OCDE, ¿o no?

Cabe preguntarse entonces por qué si la clase política mexicana tiene ese enorme nivel de consenso sobre la educación, y si sus principales integrantes acuden en masa a la proyección de un documental sobre el tema, la formación académica de los mexicanos es un desastre. ¿Por qué, si los mexicanos y los sudcoreanos arrancaron parejo en los años 70, hoy la mayoría de éstos alcanza un grado universitario y aquéllos no?

No sé si esos asistentes a la función entendían que los villanos de la película, el secretario de Educación y la lideresa del sindicato de maestros, son producto del sistema del que ellos han sido partícipes y beneficiarios. Es probable que los más cínicos no se hayan sentido aludidos. Sin embargo, lo inevitable es que, tarde o temprano, desde un nivel de responsabilidad o de otro, el desastre educativo los alcanzará. Y no podrán alegar que no sabían.

También los alcanzará, por cierto, el desastre de las finanzas públicas, porque ninguno de ellos ha subido a una tribuna para decir que un día, quizá en unos cuantos años, la gallina de los huevos oro que es la producción de hidrocarburos dejará de poner y el país tendrá que vivir de otra cosa. Ninguno de ellos parece remotamente preocupado por generar los consensos necesarios para una reforma fiscal digna de llamarse así. Y es que siempre hay algo más apremiante en su agenda, como la construcción de su propia carrera, y hablar con la verdad pocas veces les ayuda para ello.

Pero, volviendo a la educación, ¿cuántos de los asistentes a la première de ¡De Panzazo! estarán dispuestos a decir “si soy elegido (a) contribuiré a crear las condiciones para que todos los mexicanos que nazcan este año alcancen, cuando menos, el nivel de preparatoria”? ¿Cuántos dirán, en este año de elecciones, que desde el cargo al que aspiran prometen cerrar filas con el resto de las fuerzas políticas interesadas en promover la mejoría de la educación y harán, por ejemplo, lo mismo que los sudcoreanos?

Es fácil ir a tomarse la foto, a parecer comprometido en el futuro de los alumnos de primaria y secundaria. Lo que se requiere, realmente, es que digan que el próximo sexenio no habrá un solo maestro cuyo desempeño no sea evaluado, que habrá un padrón confiable de educadores, que no se permitirá que un solo profesor ande “comisionado” por el sindicato al tiempo que recibe un salario a cargo de los contribuyentes, que se ahorrará en cosas no apremiantes para que no haya una sola telesecundaria sin el equipo necesario, que ninguno de ellos cederá a los chantajes del SNTE y su lideresa a cambio de apoyo electoral…

El desastre educativo no se creó solo; no ocurrió por falta de recursos, pues es bastante lo que hemos invertido en él. El desastre educativo es producto de las posiciones ventajistas de la clase política. No es culpa de alumnos que no quieran aprender ni de maestros que no quieran enseñar, sino culpa de una clase política que no siente la necesidad de cambiar porque el estado de cosas, le sienta bien, le acomoda, le conviene.

¿A quién no le conviene? Pues al padre de familia que manda a sus hijos a la escuela con la esperanza de que tenga una vida mejor que la de él, y al alumno que va a clases con toda su apuesta de futuro en la mochila.

¿Qué puede hacer el ciudadano común? Exigir que los políticos pongan fin al statu quo, porque de otra manera no lo harán. Insisto, el problema educativo les estallará tarde o temprano en la cara, igual que al resto del país, pero cuando eso ocurra les escucharemos que ellos no son responsables, que la culpa fue de los políticos de otro tiempo.

La actual campaña electoral es una oportunidad de oro para el ciudadano. No se necesita tener un doctorado para saber qué está mal con la educación. Basta darse cuenta de que el dinero que invierte el contribuyente en un maestro “comisionado” —y hay por lo menos 20 mil de ellos— es un dinero pésimamente gastado. ¿O usted le pagaría a un empleado para que ande de chofer de su vecino?

Por eso es importante ver la plataforma de los partidos registrada para el proceso electoral federal que comienza el mes entrante. Léala y vea cuáles de ellos se comprometen en realidad, no retóricamente, con la educación. Busque la parte donde el partido ofrezca terminar con la herencia de plazas de maestros y aplicar la evaluación universal y el pago por desempeño.

Por supuesto, el que aparezca en la plataforma electoral no es garantía de que se vaya a hacer —vigilar el cumplimiento de las promesas de campaña también es un deber ciudadano—, pero imagínese qué pasará si los partidos ni siquiera tienen ofrecimientos concretos en éste y otros temas.

Lea con particular atención la plataforma del partido Nueva Alianza, la franquicia electoral del SNTE. Su flamante candidato presidencial, Gabriel Quadri, aparenta ser el único de los aspirantes que se atreve a romper esquemas y a llamar a las cosas por su nombre. Pregúntese si Quadri se atrevería a proponer que se altere la relación SEP-SNTE de un modo que convenga a los ciudadanos y no a la dirigente vitalicia del sindicato.

Es ya lugar común quejarse del papel que juegan Elba Esther Gordillo y la cúpula del SNTE en los malos resultados académicos del alumnado, pero ¿quiénes crearon ese corporativismo sindical y quiénes lo mantienen vigente? Curiosamente muchos de lo que fueron el jueves pasado a ver ¡De Panzazo! y se vieron en ese espejo, quizá sin reconocerse.

¿De qué serviría a los ciudadanos reemplazar a La Maestra con otro dirigente sindical que hiciera exactamente lo mismo y mantuviera la relación existente entre el SNTE y el gobierno federal? De lo que se trata es de cambiar el sistema perverso que tiene hundido al sistema educativo.

La voluntad de hacer ese cambio es la que hay que buscar, sin ambigüedades, en las declaraciones de los candidatos y en las plataformas de los partidos. Mientras la clase política siga echando mano de los maestros para ganar elecciones y llenar sus mítines, nada cambiará.

Ir a las urnas a elegir a un nuevo Presidente o Presidenta de la República y a un nuevo Congreso, sin obtener a cambio la promesa de aplicar medidas concretas para acabar con el desastre educativo, implica aceptar la maldición de la que habla la banda de rock The Who en su clásico Won’t Get Fooled Again: “Venga a conocer el nuevo jefe, es igualito que el anterior”.

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