Jorge Fernández Menéndez
Cumplió ayer 99 años el Ejército mexicano. El centenario lo encontrará en uno de esos momentos definitorios para una institución que es la que sigue teniendo el mayor respaldo social en nuestro país. Un ejército que, en el inicio de un nuevo sexenio deberá mantener su protagonismo en la lucha contra el crimen organizado y en el mantenimiento de la seguridad interior; un ejército que, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, no ha recibido de la sociedad política, ni siquiera, el compromiso de sacar adelante una ley de seguridad nacional que le otorgue la base legal imprescindible para cumplir esas tareas con certidumbre. Pero me parece que, además, al aproximarse el centenario de su creación y aprovechando la coyuntura tan especial que se dará con el cambio de sexenio y las responsabilidades que ha asumido nuestra fuerza armada, tenemos que pensar también en qué tipo de ejército necesitamos para el futuro.
Ya hace algunos meses nos preguntábamos en este espacio si queremos un ejército organizado, adoctrinado y armado para defender nuestros límites geográficos de enemigos convencionales o para defender nuestra soberanía de acuerdo con los nuevos desafíos internos e internacionales que pasan desde el crimen organizado hasta el terrorismo. ¿Debemos estar preparados para una hipotética guerra contra Guatemala, Belice o Estados Unidos, o nuestra prioridad y lo que necesitamos de las Fuerzas Armadas es luchar contra enemigos globales que ponen en peligro la soberanía, como el narcotráfico, el crimen organizado o el terrorismo? ¿No cree usted que tenemos que tener unas fuerzas armadas que, por sobre todas las cosas, garanticen nuestra seguridad interior, independientemente de todas las tareas que tradicionalmente cumplen?, ¿pero no quiere usted también un ejército con cuerpos de élite capaces de afrontar cualquier desafío?
En este sentido se debería pensar en la configuración de nuestras Fuerzas Armadas del futuro. El tema va más allá porque las leyes no terminan de establecer con claridad qué tipo de fuerzas armadas queremos. Creo que debemos darle un giro a una de las instituciones más respetadas por la ciudadanía. Veamos el tema desde un ángulo muy específico: ¿Cuáles son las verdaderas amenazas a la seguridad nacional? Es obvio que la seguridad y la protección, en todos los sentidos, desde los operativos al plan DN3 en situaciones de catástrofe, son fundamentales y son los que la ciudadanía más respalda y respeta. Sumémosle a eso algo que todas las fuerzas militares de naciones del mundo relativamente desarrollado realizan: la participación en fuerzas multilaterales, como los cascos azules, en distintos conflictos internacionales, lo que conlleva múltiples riesgos pero también beneficios, participación que en nuestro caso está prohibida por ley.
En ese contexto, nuestras Fuerzas Armadas quizás tendrían que terminar de adaptar buena parte de su doctrina y sus mecanismos de adiestramiento e instrucción. En realidad ya lo están haciendo, pero esa transformación debería tener detrás un andamiaje legal sólido y una comprensión de los sectores sociales y políticos que hoy aún está difuminado y que se pierde en luchas políticas estériles. Estamos utilizando mucho más a las Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército, como una suerte de guardia nacional y quizás tendríamos que formarlo más en esa tarea, dejando las funciones de defensa de un arma tradicional en cuerpos mucho más especializados dentro de la propia institución. O sea que tendríamos que tener un ejército construido prácticamente en dos vías: por una parte un ejército que cumpla tareas especializadas en la seguridad interior y por la otra un ejército con cuerpos de élite.
Si los desafíos son el crimen organizado y la seguridad pública, debemos entrenarlo, darle doctrina y organización destinada a ello; si queremos que conviva y esté al nivel de los ejércitos de la mayoría de las democracias, debemos permitirle que lo haga. Hoy, legalmente, las Fuerzas Armadas y el Ejército están en una suerte de limbo legal que le pone trabas de operación en ámbitos en los que podría destacar aún mucho más por sus propias capacidades. Y ese limbo frena sus posibilidades de transformación institucional.
Y un punto final que generará controversia, pero que creo que debería ser realidad en el futuro inmediato: el secretario de la Defensa debe ser un civil para alejar a los mandos militares de las turbulencias políticas. Un secretario que se debería asentar en jefes de Estado Mayor, o un Estado Mayor conjunto que instrumente las políticas que les sean asignadas y tenga control de las tropas y la institución. Nuestro Ejército, nuestras Fuerzas Armadas, deben seguir gozando del apoyo y el respeto de la ciudadanía, más allá de las vicisitudes de una vida política que en la pluralidad siempre terminará siendo agitada y cambiante. Felicidades en su día.
Cumplió ayer 99 años el Ejército mexicano. El centenario lo encontrará en uno de esos momentos definitorios para una institución que es la que sigue teniendo el mayor respaldo social en nuestro país. Un ejército que, en el inicio de un nuevo sexenio deberá mantener su protagonismo en la lucha contra el crimen organizado y en el mantenimiento de la seguridad interior; un ejército que, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, no ha recibido de la sociedad política, ni siquiera, el compromiso de sacar adelante una ley de seguridad nacional que le otorgue la base legal imprescindible para cumplir esas tareas con certidumbre. Pero me parece que, además, al aproximarse el centenario de su creación y aprovechando la coyuntura tan especial que se dará con el cambio de sexenio y las responsabilidades que ha asumido nuestra fuerza armada, tenemos que pensar también en qué tipo de ejército necesitamos para el futuro.
Ya hace algunos meses nos preguntábamos en este espacio si queremos un ejército organizado, adoctrinado y armado para defender nuestros límites geográficos de enemigos convencionales o para defender nuestra soberanía de acuerdo con los nuevos desafíos internos e internacionales que pasan desde el crimen organizado hasta el terrorismo. ¿Debemos estar preparados para una hipotética guerra contra Guatemala, Belice o Estados Unidos, o nuestra prioridad y lo que necesitamos de las Fuerzas Armadas es luchar contra enemigos globales que ponen en peligro la soberanía, como el narcotráfico, el crimen organizado o el terrorismo? ¿No cree usted que tenemos que tener unas fuerzas armadas que, por sobre todas las cosas, garanticen nuestra seguridad interior, independientemente de todas las tareas que tradicionalmente cumplen?, ¿pero no quiere usted también un ejército con cuerpos de élite capaces de afrontar cualquier desafío?
En este sentido se debería pensar en la configuración de nuestras Fuerzas Armadas del futuro. El tema va más allá porque las leyes no terminan de establecer con claridad qué tipo de fuerzas armadas queremos. Creo que debemos darle un giro a una de las instituciones más respetadas por la ciudadanía. Veamos el tema desde un ángulo muy específico: ¿Cuáles son las verdaderas amenazas a la seguridad nacional? Es obvio que la seguridad y la protección, en todos los sentidos, desde los operativos al plan DN3 en situaciones de catástrofe, son fundamentales y son los que la ciudadanía más respalda y respeta. Sumémosle a eso algo que todas las fuerzas militares de naciones del mundo relativamente desarrollado realizan: la participación en fuerzas multilaterales, como los cascos azules, en distintos conflictos internacionales, lo que conlleva múltiples riesgos pero también beneficios, participación que en nuestro caso está prohibida por ley.
En ese contexto, nuestras Fuerzas Armadas quizás tendrían que terminar de adaptar buena parte de su doctrina y sus mecanismos de adiestramiento e instrucción. En realidad ya lo están haciendo, pero esa transformación debería tener detrás un andamiaje legal sólido y una comprensión de los sectores sociales y políticos que hoy aún está difuminado y que se pierde en luchas políticas estériles. Estamos utilizando mucho más a las Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército, como una suerte de guardia nacional y quizás tendríamos que formarlo más en esa tarea, dejando las funciones de defensa de un arma tradicional en cuerpos mucho más especializados dentro de la propia institución. O sea que tendríamos que tener un ejército construido prácticamente en dos vías: por una parte un ejército que cumpla tareas especializadas en la seguridad interior y por la otra un ejército con cuerpos de élite.
Si los desafíos son el crimen organizado y la seguridad pública, debemos entrenarlo, darle doctrina y organización destinada a ello; si queremos que conviva y esté al nivel de los ejércitos de la mayoría de las democracias, debemos permitirle que lo haga. Hoy, legalmente, las Fuerzas Armadas y el Ejército están en una suerte de limbo legal que le pone trabas de operación en ámbitos en los que podría destacar aún mucho más por sus propias capacidades. Y ese limbo frena sus posibilidades de transformación institucional.
Y un punto final que generará controversia, pero que creo que debería ser realidad en el futuro inmediato: el secretario de la Defensa debe ser un civil para alejar a los mandos militares de las turbulencias políticas. Un secretario que se debería asentar en jefes de Estado Mayor, o un Estado Mayor conjunto que instrumente las políticas que les sean asignadas y tenga control de las tropas y la institución. Nuestro Ejército, nuestras Fuerzas Armadas, deben seguir gozando del apoyo y el respeto de la ciudadanía, más allá de las vicisitudes de una vida política que en la pluralidad siempre terminará siendo agitada y cambiante. Felicidades en su día.
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