Política, economía y cultura

Gerardo Fernández Casanova

“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”


El trayecto histórico de México ha sido marcado por las rupturas de procesos de formación cultural y la imposición de modelos exógenos, algunos de ellos sembrados por la fuerza de las conquistas y otros con la tersura de la imitación extra lógica de modelos de vida “modernos”. La conquista española destroncó el régimen cultural autóctono; el liberalismo decimonónico destroncó el producto cultural mestizo que se pretendió reemplazar por el perfil afrancesado, el que, a su vez, ha venido a ser sustituido por el estilo de vida gringo.

Hoy reconocemos, por lo menos en el discurso, que somos una nación pluricultural para enfatizar en la recuperación de los grandes valores de la cultura de los pueblos originales y atinadamente los exaltamos, pero no aplicamos el mismo énfasis en distinguir y exaltar los de la cultura mestiza, tal vez por la suposición de ser ésta la forma de vida dominante, con lo que la hemos venido perdiendo al aceptar graciosamente santocloses y jalogüines, nilones y jotqueis, etc.

Es en estos términos que no hemos acabado de construir una verdadera identidad nacional que valide nuestra definición como nación pluricultural. Anoto que el régimen postrevolucionario, con la indudable participación de Vasconcelos, adoptó el postulado de conformar tal identidad, propiciando expresiones culturales que fuesen de aceptación universal que, no obstante tremendos errores, aún prevalecen en el espíritu por el que habla la raza. Pero poco duró el esfuerzo desplazado por el afán “modernizador”.

Difícilmente podremos aspirar a la regeneración nacional si no atendemos a privilegiar y enriquecer una cultura propia, una que pueda concurrir al concierto universal aportando al mundo y recibiendo los valores que sean idóneos, sin ser necesariamente modernos. Nos es indispensable contar con un mínimo común identificador para construir el México Nuevo.

Hay el riesgo inminente de confundir el concepto del progreso y entenderlo como simple crecimiento; una de las imposiciones culturales más nocivas fue la de definirnos como subdesarrollados y de adoptar como objetivo nacional el desarrollo, entendido éste conforme al modelo vigente en las naciones que se consideran a sí mismas como desarrolladas. En todo caso, el progreso tendría que delinearse en términos de ser el camino para proveer a la felicidad y el bienestar de la población, en correcta armonía entre sí y con la naturaleza, que se enriquezca con las peculiaridades de la cultura y de la dotación de recursos de que disponemos.

Aquí el estrecho vínculo entre cultura y economía. En el siglo XX adoptamos un modelo industrializador basado en la sustitución de importaciones. ¿Qué importábamos? En gran medida los artículos de consumo propios de culturas ajenas, incluso nos dimos el lujo de propiciar importaciones de productos innovadores para luego sustituirlas (caso de las fibras sintéticas). Adoptamos acríticamente las formas de consumo -una de las más importantes expresiones culturales- de los países desarrollados y, en cambio, abandonamos la producción y el consumo de los satisfactores auténticos y autóctonos. De ahí que se construyera un importante aparato industrial altamente dependiente del exterior y de escasa eficiencia comparativa. Incluso el esfuerzo tecnológico se orientó, en gran medida, a tratar de hacer mejor lo que en otros sitios se producía. Para redondear el suicidio, llegaron los tecnócratas neoliberales y dieron al traste con lo que, bien que mal, se había construido para, ahora, adoptar un nuevo modelo exportador por el que importamos lo que consumimos y producimos lo que otros consumen, así de aberrante. Mientras, la naturaleza se degrada por la sobreexplotación y la miseria del desempleo cunde como plaga maldita.

Saludo con entusiasmo la constitución de MORENA Cultura y hago votos porque contribuya eficazmente a enriquecer los muy valiosos contenidos que sobre la materia contiene el Nuevo Proyecto de Nación. No se trata de simplemente ganar la presidencia de la república, sino de dar lugar al cambio verdadero que ha postulado Andrés Manuel López Obrador.

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