Pacto de la Alameda

Eduardo Ibarra Aguirre

Entre el “¿Ya para qué?” -atribuido a Federico Arreola- y la naturaleza “histórica” -al decir de Marcelo Ebrard y de otros- del encuentro entre Andrés Manuel López y Cuauhtémoc Cárdenas, giraron las reacciones extremas a la hora de valorar el contenido y los alcances del que ya se conoce como Pacto de la Alameda, porque el Hilton donde se llevó a cabo el reencuentro está ubicado frente a la más que centenaria plaza capitalina.

Del contenido del pacto lo que más se conoce es la adhesión de López Obrador a la propuesta programática de Cárdenas Solórzano, Un México para todos, la que para el cronista Arturo Cano sólo es “una versión actualizada del documento que con sus más cercanos presentara en el ya lejano febrero de 2004 y con el cual ya no pudo ir a una cuarta candidatura presidencial”. (Todavía en abril del 2011 coqueteaba, en privado, con tal despropósito).

Pero no crea usted que por falta de voluntad y decisión del ingeniero no se produjo la cuarta tentativa, sino porque su alumno más destacado, para bien y para mal, lo superó. Y a diferencia de un gran maestro político que disfruta la hazaña del pupilo, a Cárdenas le generó severísimos conflictos conductuales, acaso porque no acaba de entender y, sobre todo, de asumir que los liderazgos sociales y políticos no son eternos, además de que se construyen día a día y coexisten con otros del mismo perfil; también que llegan los tiempos del repliegue, del ejercicio de eso que llaman autoridad moral, por encima de la operación política. “Líder moral”, le dicen y a él no le gusta porque percibe el afán de apartarlo del quehacer público.

Mientras hasta hoy nadie pone en duda el apoyo del tabasqueño a la propuesta programática del michoacano y su reducido equipo de asesores y compañeros, todo es especulación sobre el ofrecimiento de una candidatura al Senado. No faltó alguien del séquito cardenista que explicara que con la propuesta de la desaparición de los senadores plurinominales “ya le respondimos” a AMLO.

Con ese tono muy poco contribuirán los que rodean al presidente de la Fundación para la Democracia a que el pacto trascienda la fotografía, lo mediático -como no lo lograron ni López ni Cárdenas en la campaña de Alejandro Encinas para gobernador mexiquense-, e incida más en la contienda a la que el ingeniero ya regatea participación, y sobre todo en la construcción de una indispensable mayoría política. Es sugerente al respecto la rapidez con que el presunto defraudado en 1988 por Carlos Salinas, se deslinda de cualesquiera responsabilidades políticas en la derrota electoral propinada a las izquierdas en julio de 2006, “haiga sido como haiga sido”.

La derrota es huérfana y de la victoria todos se disputan la autoría. Si bien está clarísimo que para las izquierdas llegó la hora de sumar, mal harían sus dirigentes en aplicar la política del borrón y cuenta nueva, que simboliza el más que efusivo abrazo que Marco Rascón le dio al de Macuspana, tras criticarlo sin límites durante más de seis años.

Reiteradamente Cárdenas dice que sus diferencias con AMLO “no son de carácter personal”, que “en privado somos amigos”, como si a la ciudadanía le interesara tal cosa, que las divergencias estriban en “la forma de hacer y entender la política”. Con tales juegos retóricos que llegó a colocar negro sobre blanco, no satisface ni a los suyos. Otros le solicitan más claridad y sólo llega a explicar su conducta de hacerle el vacío a su compañero de partido, pero no de sector ni de clase social, porque Obrador persiguió ministerialmente “a mis colaboradores en el Gobierno del Distrito Federal”. Y de esa manera “no había condiciones para apoyarlo”.

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