Pascal Beltrán del Río
La revista Time publicó información que vinculaba a Nazar con una red de robo de vehículos en el sur de California. Los automóviles de lujo eran trasladados a México, donde eran vendidos.
En un país con una edad promedio de 26 años y una ostensible desmemoria, es posible que más de la mitad de la población de México jamás haya escuchado hablar de Miguel Nassar Haro, o no lo recuerde.
Fallecido la noche del jueves, Nassar —o Nazar, como consignaba toda la documentación oficial de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad— fue el funcionario paradigmático de un régimen fincado en la represión, la impunidad y la corrupción.
Fue un producto típico de la Guerra Fría. Un torturador solapado por las agencias de seguridad estadunidenses, en cuyas filas aprendió –como otros—a contrarrestar la penetración comunista en América Latina, aunque fuera con métodos que violaban la Constitución y las más elementales nociones del debido proceso y los derechos humanos.
Sobran los testimonios de torturas practicadas personalmente por Nazar, un policía capaz de hacerse pasar por embajador extranjero cuando se trataba de hacerle creer a un solicitante de asilo político que estaba seguro y sería conducido al aeropuerto para abandonar el país.
Aun hoy, después de las abundantes denuncias en México y el extranjero sobre las fechorías cometidas por el “súper policía” Nazar, hay quienes celebran su mano dura y creen que la represión es la mejor manera de lidiar con la criminalidad. Están en un error.
En 1988, recién nombrado regente de la Ciudad de México, Manuel Camacho Solís lo jaló a su equipo como director de Inteligencia. El hoy coordinador del Diálogo para la Reconstrucción de México (DIA) justificó así la contratación de un hombre que entonces enfrentaba cargos en Estados Unidos por robo de automóviles: “Yo creo que necesitamos actuar con firmeza frente a la delincuencia. Si contratamos a gente que no tiene ninguna experiencia, si queremos entrenar ahorita personal, podemos pasarnos tres o seis años en lograr resultados”.
Vaya que Nazar sabía sobre delincuencia. La practicó cuando se puso al frente de la Brigada Blanca —un organismo ilegal, conformado por policías y militares, que practicó la guerra sucia contra disidentes durante el gobierno de José López Portillo— y luego, aprovechando la impunidad de que gozaba, encabezó una red de robo de vehículos de lujo en Estados Unidos que eran transportados y vendidos en México.
Nazar dejó de existir sin responder a un sinnúmero de acusaciones muy graves. Es cierto que en su tiempo en la Dirección Federal de Seguridad, la temible policía política del régimen priista, este hombre luchó contra una subversión armada. Pero no lo hizo con la ley en la mano, sino con los intereses del sistema al que protegía y que lo protegía a él.
Algunos lograron sobrevivir a la tortura, como Fernando Pineda Ochoa, miembro del Movimiento de Acción Revolucionaria —uno de los primeros grupos de la guerrilla urbana—, a quien Nazar atormentó personalmente con choques eléctricos, utilizando un cable que guardaba en un cajón de su escritorio, según me contó el propio Pineda.
Los guerrilleros no eran blancas palomas. Se habían alzado en armas. Asaltaban, secuestraban y mataban. Sin embargo, el Estado representado por Nazar y otros represores no actuó conforme a la ley.
Los muchachos de Nazar gozaban torturando. A Pineda lo hicieron caminar sobre una tabla, con una venda sobre los ojos, haciéndole creer que un paso en falso lo haría caer al vacío, cuando sólo se desplazaba entre dos escritorios. A otro guerrillero, Eladio Torres Flores, el propio Nazar le puso una pistola en la sien y jaló del gatillo, sin avisarle que no estaba cargada.
Otros que cayeron en sus manos no fueron tan afortunados. Como Ignacio Salas Obregón, el fundador de la Liga Comunista 23 de Septiembre, desaparecido hace 38 años, y cuya foto apareció en los archivos de la DFS luego de que fuera herido en un enfrentamiento con policías de Tlalnepantla.
La carrera policiaca de Nazar se vio interrumpida hace tres décadas, en enero de 1982, cuando se vio obligado a renunciar a su cargo.
En ese tiempo, la revista Time publicó información que vinculaba a Nazar con una red de robo de vehículos en el sur de California. Los automóviles de lujo —Porsche, Corvette, Trans AM, Mercedes Benz y de otras marcas— eran trasladados a México, donde eran vendidos.
Tras de su renuncia, Nazar se trasladó a San Diego, para presentar una denuncia por calumnias contra la publicación. Sin embargo, no logró su cometido: el 25 de abril fue detenido por el agente Tom Summers, del FBI, acusado de haber participado en una operación de tráfico de vehículos robados por 30 millones de dólares.
Presentado ante un magistrado federal y luego encarcelado en el Metropolitan Correctional Center, Nazar fue liberado mediante una fianza de 200 mil dólares. El agente Summers testificó ante el Gran Jurado que investigaba el caso que la autoridad estadunidense supo en febrero de 1981 del involucramiento de miembros de la DFS en el operativo, que se llevaba a cabo desde 1975 por parte de grupos criminales asentados en Tijuana.
Investigaciones periodísticas de la época dan cuenta de que la DFS se enteró sobre la red de robo de vehículos, pero en lugar de propiciar su desmantelamiento y la detención de los responsables, decidió hacer suyo el negocio. De la represión al latrocino sólo hubo un paso.
El caso tomó grandes proporciones políticas cuando William H. Kennedy, el fiscal federal de San Diego, dependiente del Departamento de Justicia, fue despedido por sus jefes en Washington luego de que declaró a la prensa que la CIA estaba bloqueando el procesamiento penal de Nazar porque se trataba de “uno de sus más grandes activos en México”.
Kennedy se retiró en 2009 siendo juez de la Corte Superior de California y en esa ocasión fue calificado por el presidente de ese órgano como “modelo de integridad”. Pese a su despido en 1982, el proceso contra Nazar continuó. Al policía mexicano le notificaron que tendría que presentarse ante la Corte del Distrito de San Diego el 3 de mayo de 1982.
Cuando llegó el día de su presentación, Nazar, quien estaba libre bajo fianza, simplemente no se apersonó. El 5 de mayo fue girada una orden de aprehensión en su contra. Sin embargo, Nazar ya se encontraba a salvo en México, donde seguiría gozando de la protección del gobierno mexicano y sus amigos de la CIA.
En septiembre de 2007 viajé a Moscú para entrevistar al coronel Oleg Nechiporenko, jefe de contrainteligencia de la KGB en México de 1961 a 1971. El ex espía me aseguró que Nazar obedecía las órdenes de la CIA y puso como prueba el hecho de que se hubiera encargado de resguardar a Raya Kiselnikova, una empleada de la embajada soviética en México, quien desertó en febrero de 1970 y un mes después convocó a una conferencia de prensa para decir que la KGB estuvo detrás del movimiento estudiantil de 68.
Pese a esos antecedentes, Nazar quiso probar que aún era útil al gobierno y, en diciembre de 1988, consiguió un puesto en la policía capitalina. Sin embargo, presiones en México y el extranjero lograron que el paso de Nazar por la flamante Dirección de Inteligencia durara sólo 64 días.
En febrero de 2004, volvería a estar bajo el reflector. En un acotado intento de fincar responsabilidades a personajes involucrados en la represión de los años 60, 70 y 80, Nazar fue acusado por la Fiscalía Especial para Movimientos Social Políticos del Pasado de la desaparición forzada de Jesús Piedra Ibarra y miembros del grupo guerrillero conocido como Comando Lacandones. Pasó nueve meses en el penal de Topo Chico, en Monterrey, antes de ser colocado en detención domiciliaria por causa de su edad. En septiembre de 2006, un juez lo absolvió de los cargos.
La moraleja es simple: México debe ser un país de instituciones y de leyes, no un lugar donde hablen las armas. La lucha contra la delincuencia debe hacerse con apego a la Constitución, no al capricho del gobernante en turno. Y los hombres que toman la justicia en sus manos suelen corromperse y sustituir a los delincuentes en sus actividades. El México que fue representado por Nazar y otros personajes de su estirpe no debe volver.
La revista Time publicó información que vinculaba a Nazar con una red de robo de vehículos en el sur de California. Los automóviles de lujo eran trasladados a México, donde eran vendidos.
En un país con una edad promedio de 26 años y una ostensible desmemoria, es posible que más de la mitad de la población de México jamás haya escuchado hablar de Miguel Nassar Haro, o no lo recuerde.
Fallecido la noche del jueves, Nassar —o Nazar, como consignaba toda la documentación oficial de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad— fue el funcionario paradigmático de un régimen fincado en la represión, la impunidad y la corrupción.
Fue un producto típico de la Guerra Fría. Un torturador solapado por las agencias de seguridad estadunidenses, en cuyas filas aprendió –como otros—a contrarrestar la penetración comunista en América Latina, aunque fuera con métodos que violaban la Constitución y las más elementales nociones del debido proceso y los derechos humanos.
Sobran los testimonios de torturas practicadas personalmente por Nazar, un policía capaz de hacerse pasar por embajador extranjero cuando se trataba de hacerle creer a un solicitante de asilo político que estaba seguro y sería conducido al aeropuerto para abandonar el país.
Aun hoy, después de las abundantes denuncias en México y el extranjero sobre las fechorías cometidas por el “súper policía” Nazar, hay quienes celebran su mano dura y creen que la represión es la mejor manera de lidiar con la criminalidad. Están en un error.
En 1988, recién nombrado regente de la Ciudad de México, Manuel Camacho Solís lo jaló a su equipo como director de Inteligencia. El hoy coordinador del Diálogo para la Reconstrucción de México (DIA) justificó así la contratación de un hombre que entonces enfrentaba cargos en Estados Unidos por robo de automóviles: “Yo creo que necesitamos actuar con firmeza frente a la delincuencia. Si contratamos a gente que no tiene ninguna experiencia, si queremos entrenar ahorita personal, podemos pasarnos tres o seis años en lograr resultados”.
Vaya que Nazar sabía sobre delincuencia. La practicó cuando se puso al frente de la Brigada Blanca —un organismo ilegal, conformado por policías y militares, que practicó la guerra sucia contra disidentes durante el gobierno de José López Portillo— y luego, aprovechando la impunidad de que gozaba, encabezó una red de robo de vehículos de lujo en Estados Unidos que eran transportados y vendidos en México.
Nazar dejó de existir sin responder a un sinnúmero de acusaciones muy graves. Es cierto que en su tiempo en la Dirección Federal de Seguridad, la temible policía política del régimen priista, este hombre luchó contra una subversión armada. Pero no lo hizo con la ley en la mano, sino con los intereses del sistema al que protegía y que lo protegía a él.
Algunos lograron sobrevivir a la tortura, como Fernando Pineda Ochoa, miembro del Movimiento de Acción Revolucionaria —uno de los primeros grupos de la guerrilla urbana—, a quien Nazar atormentó personalmente con choques eléctricos, utilizando un cable que guardaba en un cajón de su escritorio, según me contó el propio Pineda.
Los guerrilleros no eran blancas palomas. Se habían alzado en armas. Asaltaban, secuestraban y mataban. Sin embargo, el Estado representado por Nazar y otros represores no actuó conforme a la ley.
Los muchachos de Nazar gozaban torturando. A Pineda lo hicieron caminar sobre una tabla, con una venda sobre los ojos, haciéndole creer que un paso en falso lo haría caer al vacío, cuando sólo se desplazaba entre dos escritorios. A otro guerrillero, Eladio Torres Flores, el propio Nazar le puso una pistola en la sien y jaló del gatillo, sin avisarle que no estaba cargada.
Otros que cayeron en sus manos no fueron tan afortunados. Como Ignacio Salas Obregón, el fundador de la Liga Comunista 23 de Septiembre, desaparecido hace 38 años, y cuya foto apareció en los archivos de la DFS luego de que fuera herido en un enfrentamiento con policías de Tlalnepantla.
La carrera policiaca de Nazar se vio interrumpida hace tres décadas, en enero de 1982, cuando se vio obligado a renunciar a su cargo.
En ese tiempo, la revista Time publicó información que vinculaba a Nazar con una red de robo de vehículos en el sur de California. Los automóviles de lujo —Porsche, Corvette, Trans AM, Mercedes Benz y de otras marcas— eran trasladados a México, donde eran vendidos.
Tras de su renuncia, Nazar se trasladó a San Diego, para presentar una denuncia por calumnias contra la publicación. Sin embargo, no logró su cometido: el 25 de abril fue detenido por el agente Tom Summers, del FBI, acusado de haber participado en una operación de tráfico de vehículos robados por 30 millones de dólares.
Presentado ante un magistrado federal y luego encarcelado en el Metropolitan Correctional Center, Nazar fue liberado mediante una fianza de 200 mil dólares. El agente Summers testificó ante el Gran Jurado que investigaba el caso que la autoridad estadunidense supo en febrero de 1981 del involucramiento de miembros de la DFS en el operativo, que se llevaba a cabo desde 1975 por parte de grupos criminales asentados en Tijuana.
Investigaciones periodísticas de la época dan cuenta de que la DFS se enteró sobre la red de robo de vehículos, pero en lugar de propiciar su desmantelamiento y la detención de los responsables, decidió hacer suyo el negocio. De la represión al latrocino sólo hubo un paso.
El caso tomó grandes proporciones políticas cuando William H. Kennedy, el fiscal federal de San Diego, dependiente del Departamento de Justicia, fue despedido por sus jefes en Washington luego de que declaró a la prensa que la CIA estaba bloqueando el procesamiento penal de Nazar porque se trataba de “uno de sus más grandes activos en México”.
Kennedy se retiró en 2009 siendo juez de la Corte Superior de California y en esa ocasión fue calificado por el presidente de ese órgano como “modelo de integridad”. Pese a su despido en 1982, el proceso contra Nazar continuó. Al policía mexicano le notificaron que tendría que presentarse ante la Corte del Distrito de San Diego el 3 de mayo de 1982.
Cuando llegó el día de su presentación, Nazar, quien estaba libre bajo fianza, simplemente no se apersonó. El 5 de mayo fue girada una orden de aprehensión en su contra. Sin embargo, Nazar ya se encontraba a salvo en México, donde seguiría gozando de la protección del gobierno mexicano y sus amigos de la CIA.
En septiembre de 2007 viajé a Moscú para entrevistar al coronel Oleg Nechiporenko, jefe de contrainteligencia de la KGB en México de 1961 a 1971. El ex espía me aseguró que Nazar obedecía las órdenes de la CIA y puso como prueba el hecho de que se hubiera encargado de resguardar a Raya Kiselnikova, una empleada de la embajada soviética en México, quien desertó en febrero de 1970 y un mes después convocó a una conferencia de prensa para decir que la KGB estuvo detrás del movimiento estudiantil de 68.
Pese a esos antecedentes, Nazar quiso probar que aún era útil al gobierno y, en diciembre de 1988, consiguió un puesto en la policía capitalina. Sin embargo, presiones en México y el extranjero lograron que el paso de Nazar por la flamante Dirección de Inteligencia durara sólo 64 días.
En febrero de 2004, volvería a estar bajo el reflector. En un acotado intento de fincar responsabilidades a personajes involucrados en la represión de los años 60, 70 y 80, Nazar fue acusado por la Fiscalía Especial para Movimientos Social Políticos del Pasado de la desaparición forzada de Jesús Piedra Ibarra y miembros del grupo guerrillero conocido como Comando Lacandones. Pasó nueve meses en el penal de Topo Chico, en Monterrey, antes de ser colocado en detención domiciliaria por causa de su edad. En septiembre de 2006, un juez lo absolvió de los cargos.
La moraleja es simple: México debe ser un país de instituciones y de leyes, no un lugar donde hablen las armas. La lucha contra la delincuencia debe hacerse con apego a la Constitución, no al capricho del gobernante en turno. Y los hombres que toman la justicia en sus manos suelen corromperse y sustituir a los delincuentes en sus actividades. El México que fue representado por Nazar y otros personajes de su estirpe no debe volver.
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