México para todos Vs. Amorosa

Carlos Ramírez / Indicador Político

Después de recibir de manos de Cuauhtémoc Cárdenas la propuesta de “Un México para todos”, Andrés Manuel López Obrador la archivó en el cajón de los olvidos: La propuesta cardenista modifica la estructura de apropiación de la riqueza, en tanto que la república amorosa del tabasqueño disfraza el neoliberalismo con el amor.

Mientras Cárdenas se pronuncia por revisar el modelo productivo favorable a la acumulación privada de la riqueza social y plantea la reconfiguración del papel regulador del Estado para combatir la desigual distribución de la riqueza, López Obrador basa su república en tres pivotes: La honestidad, la justicia y el amor, es decir, la inexistencia histórica de la lucha de clases que define por sí misma al pensamiento de izquierda.

La diferencia es de fondo: Mientras Cárdenas plantea la igualdad social por la acción del Estado y una política para el desarrollo con bienestar, López Obrador no habla de justicia social sino de “lograr la felicidad” y establece que el camino para “promover el bien” es el amor. De ahí que la propuesta de Cárdenas implique una reforma del Estado para convertirlo en el pivote del desarrollo para la equidad, en tanto que López Obrador se erige en pastor protestante que elude la desigualdad social y sólo señala la meta del bien y la felicidad.

En un análisis publicado en La Jornada de Oriente, el economista e investigador universitario Arturo Huerta evaluó la propuesta económica de López Obrador y la encontró funcional al mantenimiento de la línea neoliberal:

“A pesar que cuestiona las políticas económicas que han venido predominando, él las mantiene. Se compromete a respetar la autonomía del Banco Central, como los equilibrios macroeconómicos, y en consecuencia la estabilidad del tipo de cambio, y la disciplina fiscal, y al igual que sus antecesores defiende la libre competencia para promover la inversión. Por lo tanto, al mantener la política económica que viene predominando desde fines de los años 80, los resultados no pueden ser diferentes a los que se han tenido en todo este periodo. Su propuesta de no aumentar impuestos a los empresarios, y no crear nuevos impuestos, y de establecer una política de precios competitivos de energía que elimine el sesgo recaudatorio, y de insistir en la libre competencia, no se traducirá en incremento de la inversión y del empleo como pretenden.

“El mantener bajos impuestos a los empresarios, y el reducirles los costos de la energía, es la visión convencional de la economía de oferta, de que la inversión se incrementará, pero la realidad ha demostrado lo equivocado de tal postulado. La inversión no crece, no porque los impuestos y el costo de los insumos de energía sean altos, sino porque el mercado interno está contraído, debido a las políticas monetaria y fiscal contraccionistas emanadas de los equilibrios macroeconómicos, que ellos defienden, como por la política cambiaria que abarata al dólar y atenta sobre la competitividad de la producción nacional.

“Y el contexto de libre competencia de economía abierta predominante, lleva a que las importaciones desplacen a la producción nacional, por lo que tenemos menos industria y agricultura de la que teníamos antes de tales políticas. Además, la disminución de los costos de los insumos de energía, se traducirá en menor captación de ingresos del sector público, lo que le restringirá su capacidad de inversión y de gasto. La propuesta de eliminar en forma paulatina los privilegios fiscales, y hacer pagar los impuestos a los que no lo hacen, y bajar los salarios y privilegios a los altos funcionarios públicos, como combatir la corrupción, y que representaría un ahorro de 600 mil millones de pesos, no es suficiente para lograr el crecimiento económico y el empleo propuesto, para combatir el “flagelo de la violencia” y generar la “tranquilidad y seguridad pública”, por él propuesta. Son muchos los rezagos productivos, como los millones de desempleados y subempleados, y de población en la miseria, por lo que se requiere de grandes recursos, y al no retomar el manejo soberano de la política monetaria, ni fiscal, y al no incrementar impuestos a los sectores de altos ingresos, no contará con los recursos para cumplir las metas propuestas”.

En cambio, la propuesta de Cárdenas plantea el objetivo de una sociedad sin pobreza, le apuesta a una reestructuración productiva del Estado y, sobre todo, plantea la aplicación en México de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados propuesta por Luis Echeverría y aprobada por la ONU en 1974, en la que revalida el papel del Estado como promotor del desarrollo y plantea el regreso al nacionalismo económico y productivo. En este contexto, Cárdenas exige la revisión de la globalización económica para que México no sea sólo una pieza más del modelo de producción-consumo de los EU y Canadá.

La propuesta de república amorosa perfila el modelo de neopopulismo neoliberal porque no rompe con la estructura productiva privada impuesta por Carlos Salinas desde 1983 y contra la cual se rebelaron Cárdenas, la Corriente Democrática del PRI y el propio López Obrador. Los fundamentos de honestidad, justicia y amor desvían el pensamiento de la izquierda --aún la de la izquierda priísta-- y se centran en los valores conservadores del PAN.

La diferencia entre Cárdenas y López Obrador se localiza en la caracterización del origen de los problemas: Para el michoacano, la pobreza es producto de la desigualdad social por la distribución de la riqueza favorable al capital, en tanto que para el tabasqueño los males del país son producto de la corrupción y la falta de amor, a pesar de que en el milagro mexicano de los sesenta el 6% de PIB se dio en el periodo de mayor corrupción política.

Al final, la incorporación de empresarios al gabinete propuesto de López Obrador define su proyecto como neolombardista que tanto criticaba José Revueltas o como priísta conservador porque al final servía al empresariado en la apropiación de la riqueza social. De ahí que López Obrador sea el Vicente Lombardo Toledano del PRD.

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