México - EU: Seguridad nacional

Carlos Ramírez / Indicador Político

Uno de los temas centrales en el proceso electoral presidencial es el de la redefinición del papel de las naciones en el escenario internacional: El modelo priísta de nacionalismo aislacionista se agotó, pero la alternancia panista en la presidencia fracasó en el rediseño de la nueva seguridad nacional como pilar de los intereses nacionales.

La toma de posesión del general secretario Guillermo Galván Galván como presidente de la Conferencia de Ejércitos Americanos tiene el contexto del nuevo escenario estratégico en el que México tiene que posicionarse, abandonando el modelo del aislacionismo.

La globalización financiera, la internacionalización del crimen organizado y la declinación del papel de los Estados Unidos en la geopolítica mundial ha atrapado a México en el debate priísta del nacionalismo del pasado que no hizo más que aumentar la dependencia mexicana de los intereses de Washington. Pero lo grave del asunto es que las campañas electorales presidenciales han soslayado el tema esencial de la soberanía mexicana: La seguridad nacional.

La visita el lunes pasado de la secretaria de Seguridad Interna del gobierno de Barack Obama, Janet Napolitano, abrió --más bien: Debió abrir-- el debate sobre la seguridad nacional de los EU y el papel de México, pero también quedó claro que México debería primero redefinir su doctrina de seguridad nacional y luego buscar entendimientos con la de los Estados Unidos. Hasta ahora los intereses de seguridad nacional de los EU son los que definen la lógica de los intereses de seguridad nacional de México.

México ha tenido tres oportunidades de replanteamiento de la relación estratégica con los EU: El fin del ciclo aislacionista priísta, la globalización promovida por la apertura económica con el tratado comercial y los ataques terroristas contra los EU el 9/11. Sin embargo, fueron tres oportunidades perdidas porque el priísmo salinista se subordinó a la geopolítica de Washington y el panismo no supo redefinir la política exterior. Cuando menos tres políticas fueron las que optaron por la no-redefinición: La exterior, la económica y la de defensa. Peor aún, los dos gobiernos panistas disminuyeron el papel de la política exterior, mantuvieron la subordinación de la política económica y se desentendieron de la política de defensa. Así fue como México debilitó con la alternancia su escudo de seguridad nacional.

El cambio de gobierno en México, con la posibilidad de relección de Obama, ha puesto a la doctrina y política de seguridad nacional de México en la agenda de las prioridades. Si en el pasado priísta la presidencia de la república era la institución central de la seguridad nacional mexicana, la pluralidad planteó la
necesidad de que México creara un sistema de instituciones para remarcar sus intereses de seguridad nacional.

El comportamiento de la secretaria Napolitano y la aprobación por Obama de la Ley de Autorización de Defensa Nacional en diciembre pasado, debieron de encender los focos de alarma en México para debatir el sistema de seguridad nacional mexicano, sobre todo cuando la presión internacional jurídica está no sólo debilitando las bases del sistema de defensa nacional sino desmantelando las estructuras institucionales.

Los derechos humanos y la judicialización de los asuntos de seguridad nacional han acotado las políticas de seguridad nacional cuando en otros países estratégicos no se ha llegado a los extremos de limitar el fuero militar que constituye la piedra angular de cualquier política de defensa. La derivación ha sido lógica: Al debilitar el papel de la coerción como punto central de la definición del Estado --Benjamín Constant lo reconoció mucho antes que Gramsci--, entonces la seguridad nacional de México quedó subordinada al escudo de defensa de los Estados Unidos.

El gran debate mexicano que no se ha dado es el de la seguridad nacional en el contexto de la democracia y los derechos humanos, pero a partir del criterio de que de ninguna manera son puntos excluyentes. De ahí que el retraso en la discusión legislativa de la ley de seguridad nacional se encuentre en la agenda de intereses estadounidenses. Obama ha revalidado las leyes patrióticas y de terror de George W. Bush que afectan la relación en la zona fronteriza y Napolitano vino a México a imponer reglas en la “seguridad de la cadena de logística global”, ambas con efectos inmediatos en la política de seguridad nacional de México. Con ese acuerdo los EU se metieron ya en México en los aspectos de organizaciones delictivas transnacionales, terroristas y migración ilegal.

Pero hay dos temas fundamentales que han estado fuera de las campañas presidenciales mexicanas: La relación con los Estados Unidos después de la alternancia partidista y el papel del Ejército mexicano, cuya resistencia al acoso de los EU ha definido una distancia crítica de los intereses geopolíticos estadounidenses. En este contexto ha sido vital la intervención del Ejército mexicano en la lucha contra los cárteles del crimen organizado porque ha impedido la intervención directa de los EU que ha sido muchas veces insinuada y hasta planteada directamente.

El involucramiento de la secretaria Napolitana en la persecución de Joaquín “El Chapo” Guzmán en México al meterlo en el contexto de Osama bin Laden, fue otro aviso de advertencia de que los EU ya se colaron en la guerra mexicana contra el crimen organizado de los cárteles mexicanos, a pesar de que la Casa Blanca ha permitido en los últimos años el asentamiento del mercado al menudeo de droga por parte de los capos mexicanos en todas las ciudades de los EU.

De ahí que los temas centrales de las campañas presidenciales mexicanas, además de la crisis, sean la seguridad nacional interna-externa, la soberanía ante el acoso de los EU y el papel del Ejército mexicano en la doctrina de defensa nacional. Pero parece que los candidatos son ajenos a esta realidad vital.

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