Marta Lamas
Hace unos días me llegó un relato espeluznante, y agradezco a Patricia Chandomí que lo esté circulando. Es muy importante no olvidar que en nuestro país siguen ocurriendo este otro tipo de atrocidades:
En uno de los municipios más pobres y marginados de Chiapas, el paraje Tojchuctik del municipio de Mitontic, casaron a los 12 años a Margarita. A los dos meses de vivir con el marido, Margarita acudió a su familia porque Juan la golpeaba a diario, y le dijeron que se debía “aguantar”. Fue con las autoridades tradicionales, no le hicieron caso y regresó a vivir con él.
Pese a la precariedad de su trabajo y su adicción al alcohol, Juan consiguió que otra mujer, Juana, originaria del municipio de Teopisca, se fuera a vivir con él y con Margarita. Con cada una procreó seis hijos. Margarita y Juana vivieron aisladas en el rancho, violentadas diariamente y sin tener mayor relación con otras personas del lugar. Margarita volvió un par de veces con el juez de paz de Mitontic para denunciar los golpes.
Sonia, la hija mayor de Margarita, fue violada por su padre desde los ocho años de edad. A los 12 quedó embarazada, y Margarita la presionó para saber de quién: “Obligué a mi hija a que me confesara de quién era el hijo, y salió cierto que el hijo era de Juan, pero cuando intenté reclamarle casi me mata. Ese día nos pegó a puras patadas a las tres”.
Cuando llegaba borracho, Juan obligaba a Margarita y a Juana a tomar con él, y Margarita se volvió alcohólica: “Yo ya no quería vivir, no podía hacer nada por mí ni por mi hija ni por mis nietas; yo no era nadie, no sabía hablar el español, la gente no me entendía, la justicia no me hizo caso. Ahí fue que agarré vicio de trago”.
Juan siguió violando a Sonia, y al año y medio de haber tenido a su primera hija, Sonia volvió a quedar embarazada de su padre. A sus 15 años, Sonia llevaba siete años de violaciones incestuosas, dos criaturas, y era golpeada cuando se resistía a tener relaciones sexuales. Sonia relata: “Un día yo bajé a lavar ropa al río, y vi a lo lejos cómo mi papá le quitaba la ropa a mi hermanita de cinco años y cómo la empezaba a manosear. Yo sentí una cosa tan fea, tan fea en todo el cuerpo, una impotencia, una rabia, un enojo, que me juré que mi hermanita no pasaría lo mismo que yo”.
Ese mismo día por la noche, Juan llegó directamente a golpear a Margarita, quien se encontraba alcoholizada. Juan les pegaba alternadamente a Margarita y a Juana, pero más a Margarita, que ya estaba inconsciente. Esa noche del 23 de enero de 2005, a sus 15 años de edad, Sonia no tuvo duda: fue al fogón, tomó un leño y mató a su violador y golpeador de su madre.
Las tres mujeres abandonaron el rancho. Juana se fue a la cabecera municipal de Carranza con sus seis hijos, y Margarita y Sonia regresaron con los suyos a Mitontic. Margarita dijo que habían regresado huyendo de la violencia de Juan, pero a los dos meses Juana se presentó con la familia de Juan, pues en Carranza no encontró medios de sobrevivencia para sus seis hijos. Y así los familiares de Juan se enteraron de que había muerto.
Al presentar a Juana con las autoridades locales, ésta confesó la historia. Margarita y Sonia aceptaron los hechos. Al ser juzgadas, el magistrado de la Sala Regional Colegiada en Materia Penal Zona 01, Tuxtla, del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Chiapas, consideró falsa la declaración y sentenció a Margarita como culpable del delito de homicidio calificado. Juana fue encarcelada por encubrimiento y Sonia fue trasladada al Centro de Readaptación para Menores Villa Crisol, donde pasó dos años y medio, y luego quedó libre.
Margarita fue enviada a la cárcel preventiva de Carranza con una sentencia de 15 años, donde permaneció casi cuatro años. En el 2008, a Margarita se le trasladó al Penal 5 de San Cristóbal de las Casas, donde, pese a que no debía convivir con los reclusos, quedó embarazada. En 2009, por intervención del Centro de Derechos Humanos de la Mujer de Chiapas (Cdmch), se apeló su sentencia y ésta quedó por 11 años y ocho meses. Margarita lleva siete años privada de su libertad, por lo que ya cumplió más de 60% de su sentencia.
Sonia vive en otro municipio y cuida de sus dos hijas (producto de la violación incestuosa), de un hijo que tiene con su actual pareja y de la niña que tuvo su mamá en la cárcel.
Gracias a Rosa López Santis, indígena tsotsil trilingüe, defensora del Cdmch que llevó el caso (asentado en la causa penal 30 del 2005, radicada en el Juzgado Mixto de Primera Instancia de Venustiano Carranza), ya se concedió a Margarita la suspensión de sentencia. Pero para poder salir libre necesita pagar una multa de 34 mil 799 pesos.
El caso de Margarita está en la Mesa de Reconciliación y Revisión de Expedientes del gobierno de Chiapas (número 379/MR/2010), y su defensora ha apelado a que las autoridades estatales asuman el pago de la multa.
El gobernador Sabines ya respondió positivamente, y ofreció prestar ayuda a estas tres mujeres para que rehagan sus vidas. Sin embargo, es imprescindible no olvidar que casos similares a los de Margarita, Sonia y Juana se repiten en nuestro país; por eso una cuestión fundamental es la de qué podemos hacer. Por lo pronto, en este contexto preelectoral, apoyar a las líderes indígenas que aspiran a ocupar posiciones de toma de decisiones. Ellas son las que denuncian y defienden a sus compañeras.
Hace unos días me llegó un relato espeluznante, y agradezco a Patricia Chandomí que lo esté circulando. Es muy importante no olvidar que en nuestro país siguen ocurriendo este otro tipo de atrocidades:
En uno de los municipios más pobres y marginados de Chiapas, el paraje Tojchuctik del municipio de Mitontic, casaron a los 12 años a Margarita. A los dos meses de vivir con el marido, Margarita acudió a su familia porque Juan la golpeaba a diario, y le dijeron que se debía “aguantar”. Fue con las autoridades tradicionales, no le hicieron caso y regresó a vivir con él.
Pese a la precariedad de su trabajo y su adicción al alcohol, Juan consiguió que otra mujer, Juana, originaria del municipio de Teopisca, se fuera a vivir con él y con Margarita. Con cada una procreó seis hijos. Margarita y Juana vivieron aisladas en el rancho, violentadas diariamente y sin tener mayor relación con otras personas del lugar. Margarita volvió un par de veces con el juez de paz de Mitontic para denunciar los golpes.
Sonia, la hija mayor de Margarita, fue violada por su padre desde los ocho años de edad. A los 12 quedó embarazada, y Margarita la presionó para saber de quién: “Obligué a mi hija a que me confesara de quién era el hijo, y salió cierto que el hijo era de Juan, pero cuando intenté reclamarle casi me mata. Ese día nos pegó a puras patadas a las tres”.
Cuando llegaba borracho, Juan obligaba a Margarita y a Juana a tomar con él, y Margarita se volvió alcohólica: “Yo ya no quería vivir, no podía hacer nada por mí ni por mi hija ni por mis nietas; yo no era nadie, no sabía hablar el español, la gente no me entendía, la justicia no me hizo caso. Ahí fue que agarré vicio de trago”.
Juan siguió violando a Sonia, y al año y medio de haber tenido a su primera hija, Sonia volvió a quedar embarazada de su padre. A sus 15 años, Sonia llevaba siete años de violaciones incestuosas, dos criaturas, y era golpeada cuando se resistía a tener relaciones sexuales. Sonia relata: “Un día yo bajé a lavar ropa al río, y vi a lo lejos cómo mi papá le quitaba la ropa a mi hermanita de cinco años y cómo la empezaba a manosear. Yo sentí una cosa tan fea, tan fea en todo el cuerpo, una impotencia, una rabia, un enojo, que me juré que mi hermanita no pasaría lo mismo que yo”.
Ese mismo día por la noche, Juan llegó directamente a golpear a Margarita, quien se encontraba alcoholizada. Juan les pegaba alternadamente a Margarita y a Juana, pero más a Margarita, que ya estaba inconsciente. Esa noche del 23 de enero de 2005, a sus 15 años de edad, Sonia no tuvo duda: fue al fogón, tomó un leño y mató a su violador y golpeador de su madre.
Las tres mujeres abandonaron el rancho. Juana se fue a la cabecera municipal de Carranza con sus seis hijos, y Margarita y Sonia regresaron con los suyos a Mitontic. Margarita dijo que habían regresado huyendo de la violencia de Juan, pero a los dos meses Juana se presentó con la familia de Juan, pues en Carranza no encontró medios de sobrevivencia para sus seis hijos. Y así los familiares de Juan se enteraron de que había muerto.
Al presentar a Juana con las autoridades locales, ésta confesó la historia. Margarita y Sonia aceptaron los hechos. Al ser juzgadas, el magistrado de la Sala Regional Colegiada en Materia Penal Zona 01, Tuxtla, del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Chiapas, consideró falsa la declaración y sentenció a Margarita como culpable del delito de homicidio calificado. Juana fue encarcelada por encubrimiento y Sonia fue trasladada al Centro de Readaptación para Menores Villa Crisol, donde pasó dos años y medio, y luego quedó libre.
Margarita fue enviada a la cárcel preventiva de Carranza con una sentencia de 15 años, donde permaneció casi cuatro años. En el 2008, a Margarita se le trasladó al Penal 5 de San Cristóbal de las Casas, donde, pese a que no debía convivir con los reclusos, quedó embarazada. En 2009, por intervención del Centro de Derechos Humanos de la Mujer de Chiapas (Cdmch), se apeló su sentencia y ésta quedó por 11 años y ocho meses. Margarita lleva siete años privada de su libertad, por lo que ya cumplió más de 60% de su sentencia.
Sonia vive en otro municipio y cuida de sus dos hijas (producto de la violación incestuosa), de un hijo que tiene con su actual pareja y de la niña que tuvo su mamá en la cárcel.
Gracias a Rosa López Santis, indígena tsotsil trilingüe, defensora del Cdmch que llevó el caso (asentado en la causa penal 30 del 2005, radicada en el Juzgado Mixto de Primera Instancia de Venustiano Carranza), ya se concedió a Margarita la suspensión de sentencia. Pero para poder salir libre necesita pagar una multa de 34 mil 799 pesos.
El caso de Margarita está en la Mesa de Reconciliación y Revisión de Expedientes del gobierno de Chiapas (número 379/MR/2010), y su defensora ha apelado a que las autoridades estatales asuman el pago de la multa.
El gobernador Sabines ya respondió positivamente, y ofreció prestar ayuda a estas tres mujeres para que rehagan sus vidas. Sin embargo, es imprescindible no olvidar que casos similares a los de Margarita, Sonia y Juana se repiten en nuestro país; por eso una cuestión fundamental es la de qué podemos hacer. Por lo pronto, en este contexto preelectoral, apoyar a las líderes indígenas que aspiran a ocupar posiciones de toma de decisiones. Ellas son las que denuncian y defienden a sus compañeras.
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