Los mismos de siempre

Pascal Beltrán del Río

He escrito aquí varias veces que sin un cambio de fondo en las prioridades de la clase política, podría resultar irrelevante quién gane la elección presidencial del próximo 1 de julio.

Más allá de sus ocasionales desplantes retóricos, los partidos parecen estar de acuerdo en mantener el entramado de intereses sobre el que están fundados y desde el que ejercen el poder, repartido de manera convenenciera.

El statu quo permite el reciclaje continuo de un puñado de políticos que mandan en México. Pasan de posiciones de gabinete a escaños parlamentarios, brincan de una Cámara a otra, se benefician de enroques entre diputaciones y alcaldías o entre gubernaturas y senadurías…

Cuéntelos: no pasan de 200, en una nación de 112 millones de habitantes.

Un eurodiputado español que me visitó en la oficina la semana pasada me hizo notar que mientras en su país las carreras políticas duraban relativamente poco, en México —donde legalmente no existe la reelección directa— la influencia de estos personajes puede prolongarse por dos, tres y hasta cuatro décadas.

Como sucede con la marcha imparable del conejito de las pilas Energizer, las carreras de los integrantes de la casta divina de la política mexicana siguen y siguen y siguen...

Uno pensaría que después de ser gobernador, lo que viene es ser Presidente de la República o el retiro. Pero no: vea cuántos ex gobernadores son parte del actual Senado de la República: Fernando Elizondo, Alberto Cárdenas, Alejandro González Alcocer, Felipe González, Manlio Fabio Beltrones, Jesús Murillo Karam, Fernando Baeza, Francisco Labastida, Pedro Joaquín Coldwell, Melquiades Morales, Heladio Ramírez, Alfonso Sánchez Anaya, Ricardo Monreal, Dante Delgado… Y Leonel Godoy incluso hizo una pirueta doble este sexenio: del Senado a la gubernatura y de vuelta al Senado.

En Estados Unidos, que tiene un sistema de representación que fue calcado por México en el alba de su vida republicana, los políticos suelen elegir una de dos vías para intentar llegar a la Presidencia: la gubernatura o la senaduría. Es poco frecuente que un senador se lance en pos de una gubernatura —los que lo hacen suelen tener mala fortuna, incluso cuando ganan el cargo— y todavía más raro que un gobernador trate de ser senador. Por cierto, el Senado es la principal vía para alcanzar la Casa Blanca.

A juzgar por los candidatos que ya han surgido, por parte de las tres principales fuerzas políticas, para los distintos cargos en juego en las elecciones de 2012, seguramente el reciclaje de políticos va a continuar en el próximo sexenio.

Vea, por ejemplo, a cuántos ex gobernadores postuló el PRI en los estados para buscar un escaño de mayoría en el Senado: Patricio Martínez (Chihuahua), Ismael Hernández Deras (Durango), René Juárez Cisneros (Guerrero), Félix González Canto (Quintana Roo), Teófilo Torres Corzo (San Luis Potosí) y Manuel Cavazos Lerma (Tamaulipas). Y aún falta ver cuántos llegarían a la Cámara alta por la vía plurinominal.

El PAN no se ha quedado atrás y ha enviado como aspirantes a Ernesto Ruffo (Baja California), Juan Carlos Romero Hicks (Guanajuato), Héctor Ortiz Ortiz (Tlaxcala) y Diódoro Carrasco (Oaxaca).

Por el sistema rocambolesco que tiene la izquierda para nombrar candidatos, no habrá nada seguro antes de que se celebre el Consejo Nacional perredista del 3 de marzo, e incluso muchos aspirantes al Congreso estarán en veremos hasta que ocurra la “segunda vuelta” con los otros partidos del Movimiento Progresista y posiblemente hasta que el Tribunal Electoral procese las quejas que seguramente se generarán contra el sistema de nominación.

Sin embargo, sigue siendo posible que aparezcan como candidatos a algún cargo legislativo los ex mandatarios estatales Manuel Camacho Solís, Manuel Bartlett y Amalia García.

Hay de casos a casos, por supuesto, pero yo me pregunto qué tienen que ofrecer, en general, todos estos ex gobernadores para el trabajo legislativo. Muchos de ellos ya estuvieron en el Senado y/o la Cámara de Diputados y no dejaron tras de sí nada particularmente constructivo o, al menos, digno de recordar.

Quizá algunos digan que esos son los candidatos más populares, que eran los más mencionados en las encuestas, que se han vuelto el método preferido de los partidos para nominar candidatos. Sin embargo, fuera de mantenerse seis años más en el presupuesto (o tres, en el caso de quienes aspiren a una diputación), ¿qué expectativa puede tener el ciudadano sobre su vuelta al Congreso?

Yo no sé si en 2015 veremos —como ya reclaman muchas voces respetables— a candidatos independientes en las boletas. Hasta ahora, al menos, ha prevalecido el monopolio de las cúpulas de los partidos sobre la nominación de candidatos y eso ha hecho que los mismos de siempre aparezcan como aspirantes a legisladores o alcaldes o, en el peor de los casos, sean rescatados como funcionarios públicos.

De hecho, la inexistencia de la reelección directa ha fortalecido este sistema de perpetuación en la esfera del poder, porque ha impedido que los ciudadanos puedan mandar a su casa a los malos representantes populares.

Por eso puede ser poco importante quién resulte elegido Presidente de la República en 2012, ya que tendrá enfrente a un Congreso —seguramente dividido— que será dominado por personajes que ya han probado que no les interesa modificar el sistema de representación ni quieren decisiones necesarias para insertar a México en la competencia global, pues en el corto plazo éstas pudieran ser impopulares.

Estimo que la conformación numérica de las dos Cámaras del Congreso de la Unión no se alejará mucho de lo que hemos visto desde 1997: ningún partido tendrá por sí mismo mayoría en ellas, mucho menos el tope de dos tercios, requerido para pasar reformas constitucionales.

Para ganar la mayoría en la Cámara de Diputados, se requiere ganar con al menos 42.2% de la votación, y no veo en estos momentos al partido o coalición que pueda hacerlo. El PRI se quedó cerca en la pasada elección intermedia (2009), pero cuando la votación para diputados coincide con la elección presidencial, los sufragios para integrar el Legislativo suelen dispersarse más.

En estos momentos, ¿qué partido puede ganar 19 estados, quedar en segundo lugar en otros 13, y obtener 44% de la votación nacional, para hacerse de la mayoría en el Senado? (según una cuenta hecha por el ex presidente del IFE, José Woldenberg).

Me temo que el próximo sexenio está condenado a parecerse mucho al actual, independientemente de qué candidato presidencial gane el próximo 1 de julio.

Pese al esfuerzo de algunos destacados legisladores —que demostraron pensar más en el país que en sus propias carreras políticas—, el régimen político se mantuvo igual. Por tanto, tendremos un Presidente con grandes poderes pero también con grandes debilidades frente al Congreso.

Es un avance que México ya no sea gobernado por un cuasi monarca sexenal, pero es malo que no hayamos modificado la naturaleza de nuestro régimen para volverlo más dinámico en la toma de decisiones y que nuestra historia postautoritaria esté marcada por una tendencia al disenso inmovilizador.

Por si fuera poco, el próximo Presidente también tendrá que lidiar con un federalismo que estorba más la convivencia de lo que la procura. Y si no, vea el espectáculo absurdo de la descoordinación que entre estados y Federación se ha dado en torno del manejo de las cárceles y el agua, sólo por mencionar dos temas.

El próximo Presidente enviará cada año su propuesta de paquete económico al Congreso, pero éste saldrá desfigurado, como si alguien metiera un trozo de carne a un río infestado de pirañas. Pregunte a los diputados si no ha ido creciendo cada año la horda de pedigüeños que desfilan por la Cámara cuando se discute el Presupuesto de Egresos, mientras que nadie se atreve a impulsar una reforma fiscal de a de veras.

Por eso, con los mismos de siempre en el Congreso podemos esperar las prioridades que ya conocemos y la película de toda la vida, como si fuera una proyección de Hechizo del tiempo.

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