Otto Schober / La Línea del Tiempo
Maximiliano y los generales Mejía y Miramón fueron fusilados en el Cerro de las Campanas. Tomás Mejía fue uno de los principales generales del Ejército conservador.
Luego del fusilamiento el 19 de junio de 1867, su viuda solicitó el cadáver de su marido y se lo llevó a la Ciudad de México, pero era tan pobre que no tuvo el dinero necesario para sepultarlo, así que mientras reunía el dinero, aprovechó que el cuerpo del general estaba muy bien embalsamado, que decidió sentarlo en la sala de su casa.
Durante tres meses el cadáver del general dio la bienvenida a los visitantes en su humilde casa de la calle de Guerrero, hasta que por la intervención del presidente Juárez, la mujer pudo sepultarlo en el panteón de San Fernando.
Por su parte, el general Miguel Miramón, fue cadete del Colegio Militar y participó en la defensa del Castillo de Chapultepec, se convirtió en la mejor espada del partido conservador durante la Guerra de Reforma.
Fue presidente de México a los 27 años y apoyó al imperio de Maximiliano, al ser fusilado, su viuda, Concepción Lombardo, solía decir que el corazón de su esposo era inmensamente bondadoso y se le hizo apropiado extraerlo de su cadáver.
Durante los días siguientes la dama presumía “que el corazón de su marido la había amado hasta la locura” y lo puso junto a una veladora para iluminarlo.
La oportuna intervención de un sacerdote, quien le dijo que aquel corazón ya pertenecía a Dios y no podía continuar llevándolo a todos lados, finalizó con semejante excentricidad y el corazón fue inhumado.
Finalmente Maximiliano, cuyo cuerpo fue embalsamado en dos ocasiones, la segunda se realizó en la Ciudad de México y fue colocado desnudo sobre una mesa en el templo de San Andrés.
Una noche de octubre de 1867, en el más absoluto secreto, Benito Juárez visitó el cadáver de Maximiliano, Juárez, con sus manos detrás de su cintura estuvo observando en silencio el cuerpo sin que se denotara ni dolor ni gozo, su rostro parecía de piedra, inexpresivo y dijo: “No tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie”, luego se sentó en una banca del templo sin dejar de observar el cadáver.
Le acompañaba su ministro Sebastián Lerdo de Tejada. Minutos después los dos hombres salieron del templo, subieron a su carruaje y se perdieron en la noche. Fue el único encuentro entre Juárez y Maximiliano.
El cadáver fue entregado al representante del Gobierno austriaco el 13 de noviembre de 1867 y el gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz, ordenó que en una sola noche, el templo fuera demolido totalmente para que el lugar no fuera un símbolo para los pocos partidarios de Maximiliano.
(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).
Maximiliano y los generales Mejía y Miramón fueron fusilados en el Cerro de las Campanas. Tomás Mejía fue uno de los principales generales del Ejército conservador.
Luego del fusilamiento el 19 de junio de 1867, su viuda solicitó el cadáver de su marido y se lo llevó a la Ciudad de México, pero era tan pobre que no tuvo el dinero necesario para sepultarlo, así que mientras reunía el dinero, aprovechó que el cuerpo del general estaba muy bien embalsamado, que decidió sentarlo en la sala de su casa.
Durante tres meses el cadáver del general dio la bienvenida a los visitantes en su humilde casa de la calle de Guerrero, hasta que por la intervención del presidente Juárez, la mujer pudo sepultarlo en el panteón de San Fernando.
Por su parte, el general Miguel Miramón, fue cadete del Colegio Militar y participó en la defensa del Castillo de Chapultepec, se convirtió en la mejor espada del partido conservador durante la Guerra de Reforma.
Fue presidente de México a los 27 años y apoyó al imperio de Maximiliano, al ser fusilado, su viuda, Concepción Lombardo, solía decir que el corazón de su esposo era inmensamente bondadoso y se le hizo apropiado extraerlo de su cadáver.
Durante los días siguientes la dama presumía “que el corazón de su marido la había amado hasta la locura” y lo puso junto a una veladora para iluminarlo.
La oportuna intervención de un sacerdote, quien le dijo que aquel corazón ya pertenecía a Dios y no podía continuar llevándolo a todos lados, finalizó con semejante excentricidad y el corazón fue inhumado.
Finalmente Maximiliano, cuyo cuerpo fue embalsamado en dos ocasiones, la segunda se realizó en la Ciudad de México y fue colocado desnudo sobre una mesa en el templo de San Andrés.
Una noche de octubre de 1867, en el más absoluto secreto, Benito Juárez visitó el cadáver de Maximiliano, Juárez, con sus manos detrás de su cintura estuvo observando en silencio el cuerpo sin que se denotara ni dolor ni gozo, su rostro parecía de piedra, inexpresivo y dijo: “No tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie”, luego se sentó en una banca del templo sin dejar de observar el cadáver.
Le acompañaba su ministro Sebastián Lerdo de Tejada. Minutos después los dos hombres salieron del templo, subieron a su carruaje y se perdieron en la noche. Fue el único encuentro entre Juárez y Maximiliano.
El cadáver fue entregado al representante del Gobierno austriaco el 13 de noviembre de 1867 y el gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz, ordenó que en una sola noche, el templo fuera demolido totalmente para que el lugar no fuera un símbolo para los pocos partidarios de Maximiliano.
(Tomado del Anecdotario Insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).
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