Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Churchill decía que la democracia es el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás. Tenía razón cuando lo dijo y el tiempo se ha encargado de confirmarlo con creces. El afán de que sea la soberanía del pueblo la que decida los destinos de una nación, contrario al viejo supuesto del designio divino que la entregaba al rey, ha sido una lucha permanentemente inconclusa, las imperfecciones del sistema democrático resultan ser inherentes a la condición humana. La cultura universal tiene en el modo de organizarse la sociedad para la convivencia una de sus expresiones fundamentales.
En el proceso creativo se registran avances que pronto se convierten en retrocesos; los que ayer lucharon por la libertad la restringen cuando ocupan el poder. Sociedades que alcanzaron niveles superiores de aplicación democrática, con alto grado de educación cívica, pronto caen n la negación democrática, díganlo si no los países de Europa cuya soberanía sucumbió en la dictadura de “los mercados” cuya mano invisible responde a intereses siempre muy visibles. Ya no se diga de nuestros pueblos latinoamericanos enfrascados en el afán de liberarse de la condición colonial de más de quinientos años.
En la hipótesis democrática todos los votos cuentan y lo mismo vale el del más humilde ciudadano que el del magnate más rico del mundo. En la realidad imperante los votos pesan de manera diferente y el resultado es que, en vez de la mayoría numérica, sea el tonelaje el que determine el rumbo de la sociedad. Son votos pesados los del jerarca de la iglesia que dice por quien no votar; o el de los dueños de los medios masivos de comunicación que construyen o destruyen figuras políticas a su antojo; o la embajada gringa que se da la facultad de reconocer o desconocer regímenes, conforme a sus intereses; o el gran capital internacional y sus gerentes locales que hacen chantaje con la fuga de sus inversiones. Todos pesan excepto el pueblo y su hipotética soberanía. El caso mexicano es el prototipo más acabado de esta simulación de democracia.
Pero el mundo sigue dando vueltas. El momento actual en el mundo, particularmente en México, muestra los síntomas del agotamiento del sistema imperante. La concentración del poder ha llevado a la concentración de la riqueza y al empobrecimiento de la mayoría y, con ello, a la desesperanza y la violencia. El barco hace agua por boquetes y ya casi no hay capacidad para desfogarla; quien fungía como capitán y timonel está viejo y apoltronado, ya sólo le quedan las armas para someter el motín a bordo, a riesgo de quedarse sin tripulación ni pasajeros; surgen nuevos liderazgos alternativos y, más temprano que tarde, los propios pasajeros de primera clase decidirán negociar con los amotinados y atender a sus reclamos, so pena de perderlo todo.
El proceso electoral que estamos viviendo en México es un claro reflejo de la zozobra del régimen imperante; hay motín a bordo con pleitos entre quienes han llevado al barco al deterioro; en vez de invertir para mantenerlo lozano, se han gastado el presupuesto en su personal provecho y sus frivolidades; su pleito es por una abusiva ambición facciosa. Tripulantes y pasajeros de abajo vemos cómo se desgarran las vestiduras y hasta se despeinan (o despeñan) para satisfacer los caprichos del viejo capitán; entre tanto nos organizamos para tomar el control del barco, taponar los boquetes y llevarlo a mares promisorios.
No es fácil la tarea. La simulación democrática juega con sus brutales imperfecciones. Los curas hablan sin recato alguno; los levantacejas y sus encuestas dan por descontado a AMLO; la mezquindad de los burócratas dizque de izquierda asegura sus canonjías por venir si pierden; las dádivas compran votos por hambre, y la ignorancia campea. Pero el entusiasmo contagia y el Proyecto Alternativo de Nación se difunde y se comprende. Ni quien dirige ni quienes lo apoyamos nos arredramos ni nos cansamos: de salvar el barco se trata y lo vamos a lograr.
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Churchill decía que la democracia es el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás. Tenía razón cuando lo dijo y el tiempo se ha encargado de confirmarlo con creces. El afán de que sea la soberanía del pueblo la que decida los destinos de una nación, contrario al viejo supuesto del designio divino que la entregaba al rey, ha sido una lucha permanentemente inconclusa, las imperfecciones del sistema democrático resultan ser inherentes a la condición humana. La cultura universal tiene en el modo de organizarse la sociedad para la convivencia una de sus expresiones fundamentales.
En el proceso creativo se registran avances que pronto se convierten en retrocesos; los que ayer lucharon por la libertad la restringen cuando ocupan el poder. Sociedades que alcanzaron niveles superiores de aplicación democrática, con alto grado de educación cívica, pronto caen n la negación democrática, díganlo si no los países de Europa cuya soberanía sucumbió en la dictadura de “los mercados” cuya mano invisible responde a intereses siempre muy visibles. Ya no se diga de nuestros pueblos latinoamericanos enfrascados en el afán de liberarse de la condición colonial de más de quinientos años.
En la hipótesis democrática todos los votos cuentan y lo mismo vale el del más humilde ciudadano que el del magnate más rico del mundo. En la realidad imperante los votos pesan de manera diferente y el resultado es que, en vez de la mayoría numérica, sea el tonelaje el que determine el rumbo de la sociedad. Son votos pesados los del jerarca de la iglesia que dice por quien no votar; o el de los dueños de los medios masivos de comunicación que construyen o destruyen figuras políticas a su antojo; o la embajada gringa que se da la facultad de reconocer o desconocer regímenes, conforme a sus intereses; o el gran capital internacional y sus gerentes locales que hacen chantaje con la fuga de sus inversiones. Todos pesan excepto el pueblo y su hipotética soberanía. El caso mexicano es el prototipo más acabado de esta simulación de democracia.
Pero el mundo sigue dando vueltas. El momento actual en el mundo, particularmente en México, muestra los síntomas del agotamiento del sistema imperante. La concentración del poder ha llevado a la concentración de la riqueza y al empobrecimiento de la mayoría y, con ello, a la desesperanza y la violencia. El barco hace agua por boquetes y ya casi no hay capacidad para desfogarla; quien fungía como capitán y timonel está viejo y apoltronado, ya sólo le quedan las armas para someter el motín a bordo, a riesgo de quedarse sin tripulación ni pasajeros; surgen nuevos liderazgos alternativos y, más temprano que tarde, los propios pasajeros de primera clase decidirán negociar con los amotinados y atender a sus reclamos, so pena de perderlo todo.
El proceso electoral que estamos viviendo en México es un claro reflejo de la zozobra del régimen imperante; hay motín a bordo con pleitos entre quienes han llevado al barco al deterioro; en vez de invertir para mantenerlo lozano, se han gastado el presupuesto en su personal provecho y sus frivolidades; su pleito es por una abusiva ambición facciosa. Tripulantes y pasajeros de abajo vemos cómo se desgarran las vestiduras y hasta se despeinan (o despeñan) para satisfacer los caprichos del viejo capitán; entre tanto nos organizamos para tomar el control del barco, taponar los boquetes y llevarlo a mares promisorios.
No es fácil la tarea. La simulación democrática juega con sus brutales imperfecciones. Los curas hablan sin recato alguno; los levantacejas y sus encuestas dan por descontado a AMLO; la mezquindad de los burócratas dizque de izquierda asegura sus canonjías por venir si pierden; las dádivas compran votos por hambre, y la ignorancia campea. Pero el entusiasmo contagia y el Proyecto Alternativo de Nación se difunde y se comprende. Ni quien dirige ni quienes lo apoyamos nos arredramos ni nos cansamos: de salvar el barco se trata y lo vamos a lograr.
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