Entiéndase bien: la guerra de Calderón no tiene un objetivo patriótico, mucho menos defensivo de los valores familiares, como algunos ingenuos creen
Guillermo Fabela Quiñones
Es conveniente retomar las declaraciones del general de brigada Bernardo Pineda Solís, nuevo comandante de la undécima Zona Militar, con sede en Zacatecas, porque demuestran que dentro de las Fuerzas Armadas hay mandos que saben razonar, y saben que la “guerra” de Felipe Calderón contra el crimen organizado, así como se ven forzados el Ejército y la Marina a llevarla a cabo, no redundará en una victoria para el Estado, sino en una virtual derrota (al no haber un ganador concreto) que tendrá costos impagables para la sociedad nacional.
Dijo el sensato e inteligente militar: “Les voy a decir algo (a los periodistas que lo entrevistaron) que leí hace mucho tiempo. Es de Marco Tulio Cicerón: ‘si usted combate la violencia con violencia, va a producir anarquía o dictadura’ ¿Si me explico?” Por supuesto que se supo explicar, sin sombra de duda. México no tiene salida democrática de seguir prolongándose más tiempo la fallida e irracional estrategia del inquilino de Los Pinos dizque para combatir el narcotráfico.
Puntualizó que “si nosotros queremos combatir la violencia debemos exigir que las leyes se cumplan”. En efecto, no hay otra vía para concretar una paz duradera que hacer prevalecer el Estado de Derecho, el cual han pisoteado impunemente los tecnócratas en el poder, de manera por demás facciosa a partir de que Calderón se hizo del poder de manera espuria. Es cierto, “no es el militar el que tiene la solución… el Ejército lo único que hace es participar; no es el que tiene la solución”.
Luego se preguntó: “¿Por qué hay tanto desorden en la economía? ¿Por qué hay tanto rico y tanto pobre?”. He aquí las preguntas a las que hay que dar puntual respuesta, cosa que no ha hecho Calderón en lo que lleva desgobernando a la nación, empecinado como está en justificar su “guerra”, misma que al paso del sexenio ha demostrado su inoperancia y, lo que es peor, su eficacia para debilitar las instituciones y poner al país más a expensas de la intromisión de la Casa Blanca.
Ahora, las Fuerzas Armadas tienen el indeclinable compromiso de recuperar el prestigio tan lamentablemente perdido, porque sólo así volverán a cumplir el papel que les tiene asignado el Estado, de salvaguardar la institucionalidad y ser garantes de la paz social. Es una asombrosa paradoja que un militar muestre más sensatez que quien tiene la enorme responsabilidad de dirigir el rumbo democrático del país, quien debiera tener muy presentes las sabias palabras de Cicerón para ponerlas en práctica y no exponer a las tropas a una escalada de desprestigio.
Desde tiempos inmemoriales se sabe que cuando falla la política comienza la guerra, a la que sólo se le pone fin mediante la política, no con más violencia como pretende Calderón. Esto quizá lo sepa, sólo que se metió en un berenjenal de intereses del que ahora no puede salir, sobre todo con la estrategia estadounidense de meter a México en un proceso de inestabilidad que les permita intervenir más directamente en los asuntos mexicanos, como así ha estado sucediendo. Por otro lado, ¿acaso no es más boyante ahora el negocio del trasiego de enervantes? ¿Y qué decir del tráfico de armas cada vez más caras y sofisticadas?
Por eso asombra también que todavía haya gente que cree que la “guerra” de Calderón tiene como finalidad combatir al crimen organizado; que afirme que no había mejor camino que ese; que diga que Calderón es un “valiente” por la matazón que ha propiciado. Se entiende que se trata de gente ingenua, o absolutamente desinformada, que no alcanza a ver el trasfondo de las cosas. El narcotráfico es el negocio más grande de todos los tiempos, el más duradero, el más lucrativo, sobre todo para los gobiernos y los verdaderos capos, esos cuyo nombre nunca sale en los medios de comunicación, sino más bien en las notas de sociales.
A ellos beneficia sobremanera que cada cierto tiempo, cuando los precios tienden a bajar por la sobreoferta de enervantes, se emprendan acciones punitivas que permitan equilibrar el mercado y los precios vuelvan a repuntar, como ahora sucedió gracias a la “guerra” de Calderón. Si realmente quisieran los gobiernos involucrados, el de Estados Unidos principalmente, acabar con el flagelo, el único camino sería legalizar el trasiego, de manera integral y poniendo énfasis en la rehabilitación de adictos, de común acuerdo todos los países.
Entiéndase bien: la “guerra” de Calderón no tiene un objetivo patriótico, mucho menos defensivo de los valores familiares, como algunos ingenuos creen. Su finalidad es eminentemente política y económica. Llegó a Los Pinos convencido de que dar ese paso (sacar a las tropas de sus cuarteles y ponerlas a combatir cárteles) le redituaría favorablemente, se legitimaría rápidamente, al fin que pronto iba a terminar con la bola de “ejidatarios” y forajidos “analfabetas” al frente de las organizaciones delictivas. Muy pronto se dio cuenta de su error, pero continuó la estrategia por su enorme importancia económica.
Guillermo Fabela Quiñones
Es conveniente retomar las declaraciones del general de brigada Bernardo Pineda Solís, nuevo comandante de la undécima Zona Militar, con sede en Zacatecas, porque demuestran que dentro de las Fuerzas Armadas hay mandos que saben razonar, y saben que la “guerra” de Felipe Calderón contra el crimen organizado, así como se ven forzados el Ejército y la Marina a llevarla a cabo, no redundará en una victoria para el Estado, sino en una virtual derrota (al no haber un ganador concreto) que tendrá costos impagables para la sociedad nacional.
Dijo el sensato e inteligente militar: “Les voy a decir algo (a los periodistas que lo entrevistaron) que leí hace mucho tiempo. Es de Marco Tulio Cicerón: ‘si usted combate la violencia con violencia, va a producir anarquía o dictadura’ ¿Si me explico?” Por supuesto que se supo explicar, sin sombra de duda. México no tiene salida democrática de seguir prolongándose más tiempo la fallida e irracional estrategia del inquilino de Los Pinos dizque para combatir el narcotráfico.
Puntualizó que “si nosotros queremos combatir la violencia debemos exigir que las leyes se cumplan”. En efecto, no hay otra vía para concretar una paz duradera que hacer prevalecer el Estado de Derecho, el cual han pisoteado impunemente los tecnócratas en el poder, de manera por demás facciosa a partir de que Calderón se hizo del poder de manera espuria. Es cierto, “no es el militar el que tiene la solución… el Ejército lo único que hace es participar; no es el que tiene la solución”.
Luego se preguntó: “¿Por qué hay tanto desorden en la economía? ¿Por qué hay tanto rico y tanto pobre?”. He aquí las preguntas a las que hay que dar puntual respuesta, cosa que no ha hecho Calderón en lo que lleva desgobernando a la nación, empecinado como está en justificar su “guerra”, misma que al paso del sexenio ha demostrado su inoperancia y, lo que es peor, su eficacia para debilitar las instituciones y poner al país más a expensas de la intromisión de la Casa Blanca.
Ahora, las Fuerzas Armadas tienen el indeclinable compromiso de recuperar el prestigio tan lamentablemente perdido, porque sólo así volverán a cumplir el papel que les tiene asignado el Estado, de salvaguardar la institucionalidad y ser garantes de la paz social. Es una asombrosa paradoja que un militar muestre más sensatez que quien tiene la enorme responsabilidad de dirigir el rumbo democrático del país, quien debiera tener muy presentes las sabias palabras de Cicerón para ponerlas en práctica y no exponer a las tropas a una escalada de desprestigio.
Desde tiempos inmemoriales se sabe que cuando falla la política comienza la guerra, a la que sólo se le pone fin mediante la política, no con más violencia como pretende Calderón. Esto quizá lo sepa, sólo que se metió en un berenjenal de intereses del que ahora no puede salir, sobre todo con la estrategia estadounidense de meter a México en un proceso de inestabilidad que les permita intervenir más directamente en los asuntos mexicanos, como así ha estado sucediendo. Por otro lado, ¿acaso no es más boyante ahora el negocio del trasiego de enervantes? ¿Y qué decir del tráfico de armas cada vez más caras y sofisticadas?
Por eso asombra también que todavía haya gente que cree que la “guerra” de Calderón tiene como finalidad combatir al crimen organizado; que afirme que no había mejor camino que ese; que diga que Calderón es un “valiente” por la matazón que ha propiciado. Se entiende que se trata de gente ingenua, o absolutamente desinformada, que no alcanza a ver el trasfondo de las cosas. El narcotráfico es el negocio más grande de todos los tiempos, el más duradero, el más lucrativo, sobre todo para los gobiernos y los verdaderos capos, esos cuyo nombre nunca sale en los medios de comunicación, sino más bien en las notas de sociales.
A ellos beneficia sobremanera que cada cierto tiempo, cuando los precios tienden a bajar por la sobreoferta de enervantes, se emprendan acciones punitivas que permitan equilibrar el mercado y los precios vuelvan a repuntar, como ahora sucedió gracias a la “guerra” de Calderón. Si realmente quisieran los gobiernos involucrados, el de Estados Unidos principalmente, acabar con el flagelo, el único camino sería legalizar el trasiego, de manera integral y poniendo énfasis en la rehabilitación de adictos, de común acuerdo todos los países.
Entiéndase bien: la “guerra” de Calderón no tiene un objetivo patriótico, mucho menos defensivo de los valores familiares, como algunos ingenuos creen. Su finalidad es eminentemente política y económica. Llegó a Los Pinos convencido de que dar ese paso (sacar a las tropas de sus cuarteles y ponerlas a combatir cárteles) le redituaría favorablemente, se legitimaría rápidamente, al fin que pronto iba a terminar con la bola de “ejidatarios” y forajidos “analfabetas” al frente de las organizaciones delictivas. Muy pronto se dio cuenta de su error, pero continuó la estrategia por su enorme importancia económica.
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