Jorge Fernández Menéndez
Me formé como periodista en una escuela que tenía varios íconos, dos de ellos casi intocables: Julio Scherer García y Manuel Becerra Acosta, que habían sido el director y el subdirector del viejo Excélsior y que habían fundado Proceso y el Unomásuno, dos medios sin los que no se podría entender el proceso de transición democrática que vivió el país desde los años ochenta.
De las luces y sombras, de la genialidad y las debilidades de don Manuel, que fue mi director durante varios años y un verdadero maestro, ya hemos escrito en varias oportunidades. De Scherer lo hicimos muchas veces y sobre todo cuando publicó uno de sus últimos libros, llamado La terca memoria, que me gustó realmente mucho. Ahí escribe Scherer que le escuchó decir al periodista uruguayo Carlos Quijano “que la verdad, la verdad incontrovertible, es tema de Dios y la verosimilitud, asunto de los hombres”. Es verdad, agrega Scherer, “y si alguien cree poseerla, sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias manos”.
Si su plática, porque no fue una entrevista, con Ismael El Mayo Zambada, y la foto de portada en Proceso abrazado al narcotraficante eran desconcertantes, indignas del periodismo de toda una vida, su más reciente libro, Calderón de cuerpo entero, es sencillamente lastimoso. Scherer, en su guerra personal con Felipe Calderón, decide develar la “verdadera personalidad” de un Presidente en funciones y quiere cebarse, sobre todo, en su supuesto alcoholismo. Por supuesto que está en su derecho a hacerlo; lo que resulta lamentable es que para ello, en lugar de un verdadero trabajo profesional, se valga de tres entrevistas a tres enemigos de Calderón, que no han tenido jamás un trato cercano con él y que le dé a esas pláticas de café un valor testimonial indubitable.
Ya Ciro Gómez Leyva abordó el tema del supuesto alcoholismo que denuncia Manuel Espino en una forma lastimosa por sibilina, cargado, él también, de un profundo rencor. Pero ése es un problema de Espino. Lo increíble es que Scherer le dé ese valor a los dichos del ex presidente del PAN, sin interrogarlo siquiera acerca de cómo llegó a la dirigencia de ese partido, cómo operó en el mismo, con qué aliados y con cuáles objetivos, sin decir que fue el operador de la precampaña de Santiago Creel o por qué se dio el enfrentamiento con Calderón y todo su equipo.
Cómo no cuestionarse, sobre todo cuando Scherer y Espino hablan de la seguridad y el narcotráfico, sobre el expediente de Espino. Manuel y otro de los tres entrevistados por Scherer, Alfonso Durazo (antes secretario particular de Luis Donaldo Colosio, después de Vicente Fox y ahora cercanísimo de Andrés Manuel López Obrador), fueron quienes colocaron como director de giras de la Presidencia de la República a Nahum Acosta Lugo, detenido en 2005, acusado de recibir sobornos y pasarle información a los Beltrán Leyva. Nahum no tenía siquiera visa de Estados Unidos (se la habían quitado porque durante su paso por el Instituto Nacional de Migración había firmado credenciales de narcotraficantes haciéndolos pasar como agentes) cuando Espino y Durazo lo llevaron a Los Pinos. Cuando fue detenido, el presidente Fox reconoció que “el narcotráfico había penetrado en Los Pinos”. Nahum estuvo preso cerca de un año y fue liberado porque el juez del caso, en una decisión por lo menos cuestionable y que se consideró relacionada con el proceso de sucesión panista, decidió no tomar en cuenta las grabaciones de pláticas telefónicas entre Nahum y Arturo Beltrán Leyva. Al ser liberado Acosta, la investigación de la conexión con Durazo y Espino, “la conexión Sonora”, le llamaba el luego fallecido José Luis Santiago Vasconcelos, también debió ser archivada.
No son temas secretos; hemos escrito al respecto en varias oportunidades: en el libro De los Maras a los Zetas, publicado a principios de 2006, escribí un largo capítulo (tan largo como todo el libro de Scherer sobre Calderón) titulado “El PAN y el narcotráfico”. Proceso, en su momento, también abordó ese mismo caso.
Es una absoluta falta de profesionalismo pretender escribir un “retrato completo” de un Presidente con sólo tres entrevistas que, para el autor, así dice la contraportada, son “testimonios comprometedores y categóricos sobre el comportamiento discutible, por decir lo menor, del actual mandatario”.
¿Qué hay de “comprometedor y categórico” en tres charlas de café con tres enemigos políticos de una persona, quien sea?, ¿cómo se puede construir “un retrato completo” con dichos que no tienen respaldo documental alguno o por lo menos de otros testimonios que los avalen? Es como si hiciéramos el “retrato completo” de Scherer García con “los testimonios comprometedores y categóricos” de Regino Díaz Redondo, José Andrés Barrenechea y Juan Francisco Ealy Ortiz.
Es triste comprobar cómo uno de los periodistas más importantes del siglo XX, atrapado en el rencor, olvidando las lecciones que pregonó durante décadas, haciendo de lado el oficio de toda una vida, termina encerrándose intelectualmente, como diría Quijano, en una cárcel que construyó con sus propias manos.
Me formé como periodista en una escuela que tenía varios íconos, dos de ellos casi intocables: Julio Scherer García y Manuel Becerra Acosta, que habían sido el director y el subdirector del viejo Excélsior y que habían fundado Proceso y el Unomásuno, dos medios sin los que no se podría entender el proceso de transición democrática que vivió el país desde los años ochenta.
De las luces y sombras, de la genialidad y las debilidades de don Manuel, que fue mi director durante varios años y un verdadero maestro, ya hemos escrito en varias oportunidades. De Scherer lo hicimos muchas veces y sobre todo cuando publicó uno de sus últimos libros, llamado La terca memoria, que me gustó realmente mucho. Ahí escribe Scherer que le escuchó decir al periodista uruguayo Carlos Quijano “que la verdad, la verdad incontrovertible, es tema de Dios y la verosimilitud, asunto de los hombres”. Es verdad, agrega Scherer, “y si alguien cree poseerla, sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias manos”.
Si su plática, porque no fue una entrevista, con Ismael El Mayo Zambada, y la foto de portada en Proceso abrazado al narcotraficante eran desconcertantes, indignas del periodismo de toda una vida, su más reciente libro, Calderón de cuerpo entero, es sencillamente lastimoso. Scherer, en su guerra personal con Felipe Calderón, decide develar la “verdadera personalidad” de un Presidente en funciones y quiere cebarse, sobre todo, en su supuesto alcoholismo. Por supuesto que está en su derecho a hacerlo; lo que resulta lamentable es que para ello, en lugar de un verdadero trabajo profesional, se valga de tres entrevistas a tres enemigos de Calderón, que no han tenido jamás un trato cercano con él y que le dé a esas pláticas de café un valor testimonial indubitable.
Ya Ciro Gómez Leyva abordó el tema del supuesto alcoholismo que denuncia Manuel Espino en una forma lastimosa por sibilina, cargado, él también, de un profundo rencor. Pero ése es un problema de Espino. Lo increíble es que Scherer le dé ese valor a los dichos del ex presidente del PAN, sin interrogarlo siquiera acerca de cómo llegó a la dirigencia de ese partido, cómo operó en el mismo, con qué aliados y con cuáles objetivos, sin decir que fue el operador de la precampaña de Santiago Creel o por qué se dio el enfrentamiento con Calderón y todo su equipo.
Cómo no cuestionarse, sobre todo cuando Scherer y Espino hablan de la seguridad y el narcotráfico, sobre el expediente de Espino. Manuel y otro de los tres entrevistados por Scherer, Alfonso Durazo (antes secretario particular de Luis Donaldo Colosio, después de Vicente Fox y ahora cercanísimo de Andrés Manuel López Obrador), fueron quienes colocaron como director de giras de la Presidencia de la República a Nahum Acosta Lugo, detenido en 2005, acusado de recibir sobornos y pasarle información a los Beltrán Leyva. Nahum no tenía siquiera visa de Estados Unidos (se la habían quitado porque durante su paso por el Instituto Nacional de Migración había firmado credenciales de narcotraficantes haciéndolos pasar como agentes) cuando Espino y Durazo lo llevaron a Los Pinos. Cuando fue detenido, el presidente Fox reconoció que “el narcotráfico había penetrado en Los Pinos”. Nahum estuvo preso cerca de un año y fue liberado porque el juez del caso, en una decisión por lo menos cuestionable y que se consideró relacionada con el proceso de sucesión panista, decidió no tomar en cuenta las grabaciones de pláticas telefónicas entre Nahum y Arturo Beltrán Leyva. Al ser liberado Acosta, la investigación de la conexión con Durazo y Espino, “la conexión Sonora”, le llamaba el luego fallecido José Luis Santiago Vasconcelos, también debió ser archivada.
No son temas secretos; hemos escrito al respecto en varias oportunidades: en el libro De los Maras a los Zetas, publicado a principios de 2006, escribí un largo capítulo (tan largo como todo el libro de Scherer sobre Calderón) titulado “El PAN y el narcotráfico”. Proceso, en su momento, también abordó ese mismo caso.
Es una absoluta falta de profesionalismo pretender escribir un “retrato completo” de un Presidente con sólo tres entrevistas que, para el autor, así dice la contraportada, son “testimonios comprometedores y categóricos sobre el comportamiento discutible, por decir lo menor, del actual mandatario”.
¿Qué hay de “comprometedor y categórico” en tres charlas de café con tres enemigos políticos de una persona, quien sea?, ¿cómo se puede construir “un retrato completo” con dichos que no tienen respaldo documental alguno o por lo menos de otros testimonios que los avalen? Es como si hiciéramos el “retrato completo” de Scherer García con “los testimonios comprometedores y categóricos” de Regino Díaz Redondo, José Andrés Barrenechea y Juan Francisco Ealy Ortiz.
Es triste comprobar cómo uno de los periodistas más importantes del siglo XX, atrapado en el rencor, olvidando las lecciones que pregonó durante décadas, haciendo de lado el oficio de toda una vida, termina encerrándose intelectualmente, como diría Quijano, en una cárcel que construyó con sus propias manos.
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