Lydia Cacho / Plan B
Entre las noticias electorales y el parte de guerra, la esclavitud obrera es tema olvidado en México y va en incremento. Las mineras explotadoras regresaron con más fuerza que nunca, las maquiladoras renacen sin la protección sindical, la educación, ya lo sabemos, está pasando una crisis histórica.
En México el vacío que dejaron las y los verdaderos líderes sindicales (antes de que llegaran los sátrapas oportunistas del acarreo de masas sometidas) lo ocupan en todo el territorio pequeños grupos de personas insumisas, que se rebelan y se infiltran en las fábricas, minas, maquiladoras y empresas agrícolas. Allí escuchan a las personas esclavizadas, documentan las violaciones a los derechos humanos, fortalecen la evidencia y se convierten en escudos humanos de las y los obreros desamparados o traicionados por sus sindicatos, que han sido debilitados por los poderes fácticos, por las políticas públicas que favorecieron la liberalización financiera del mercado, cuya dinámica se concentra en los resultados inmediatos y el movimiento del dinero, sin importar las cadáveres financieros que dejan tras de sí, y los seres humanos víctimas de esa crisis.
Pocos instrumentos son tan indispensables como los sindicatos, particularmente en tiempos de esta globalización que potencia lo peor del capitalismo.
Cada nuevo convenio, cada nuevo progreso en las negociaciones de las condiciones laborales y de los beneficios, es algo que contribuye al cambio, que construye democracia. Hace tiempo que en México un liderazgo corrupto y perverso se apropió de los movimientos obreros y educativos, culturales, olvidando su misión. Y sí, ya hay demasiadas biografías de líderes sindicales infames para creer que no hay salvación. Pero sí la hay.
Ahora, en el lugar de los sindicatos existen pequeños y efectivos grupos de defensoras y defensores de los derechos de las y los trabajadores que se la juegan todos los días por salvaguardar a quienes en las maquiladoras pasan 12 horas sin descanso, a indígenas esclavizados en construcción de hoteles y centros comerciales, hombres y niños explotados por las mineras. Estos grupos no sólo defienden los derechos laborales, también denuncian la contaminación de las aguas y las enfermedades mortales que ésta trae a las comunidades en que se establecen las fábricas que viven de la mano esclava.
Ante el vacío que han dejado los sindicatos floreció en México este movimiento importante que, aunque ejemplar, se desgasta por falta de fondos, por la persecución del propio Estado que les encarcela y persigue, y aun así sigue adelante. Es un movimiento derechohumanista que no se conforma con exigir horarios y salarios justos, sino que trabaja de manera orgánica con las comunidades, que pone su mirada en el medio ambiente, en la falta de agua, de escuelas, de vivienda, de servicios de salud. Sólo desde allí puede renacer una cultura sindical.
Y en un contexto tan adverso como el actual, no es utópico decir que los movimientos sindicales son puntales de la democracia; hay países en que los sindicatos lograron progresos que en otros sólo se alcanzaron a través de la violencia y las armas. Por eso nuestra mirada debe estar en la reconstrucción de una representación gremial digna. No podemos olvidar los vínculos entre la creciente pobreza, la esclavitud, el libre mercado, tal como lo conocemos, y la decadencia de los sindicatos que hace tiempo abdicaron a su verdadera tarea, presas de la ambición política y la avaricia. Indignarse no basta, hace falta reinventar.
Entre las noticias electorales y el parte de guerra, la esclavitud obrera es tema olvidado en México y va en incremento. Las mineras explotadoras regresaron con más fuerza que nunca, las maquiladoras renacen sin la protección sindical, la educación, ya lo sabemos, está pasando una crisis histórica.
En México el vacío que dejaron las y los verdaderos líderes sindicales (antes de que llegaran los sátrapas oportunistas del acarreo de masas sometidas) lo ocupan en todo el territorio pequeños grupos de personas insumisas, que se rebelan y se infiltran en las fábricas, minas, maquiladoras y empresas agrícolas. Allí escuchan a las personas esclavizadas, documentan las violaciones a los derechos humanos, fortalecen la evidencia y se convierten en escudos humanos de las y los obreros desamparados o traicionados por sus sindicatos, que han sido debilitados por los poderes fácticos, por las políticas públicas que favorecieron la liberalización financiera del mercado, cuya dinámica se concentra en los resultados inmediatos y el movimiento del dinero, sin importar las cadáveres financieros que dejan tras de sí, y los seres humanos víctimas de esa crisis.
Pocos instrumentos son tan indispensables como los sindicatos, particularmente en tiempos de esta globalización que potencia lo peor del capitalismo.
Cada nuevo convenio, cada nuevo progreso en las negociaciones de las condiciones laborales y de los beneficios, es algo que contribuye al cambio, que construye democracia. Hace tiempo que en México un liderazgo corrupto y perverso se apropió de los movimientos obreros y educativos, culturales, olvidando su misión. Y sí, ya hay demasiadas biografías de líderes sindicales infames para creer que no hay salvación. Pero sí la hay.
Ahora, en el lugar de los sindicatos existen pequeños y efectivos grupos de defensoras y defensores de los derechos de las y los trabajadores que se la juegan todos los días por salvaguardar a quienes en las maquiladoras pasan 12 horas sin descanso, a indígenas esclavizados en construcción de hoteles y centros comerciales, hombres y niños explotados por las mineras. Estos grupos no sólo defienden los derechos laborales, también denuncian la contaminación de las aguas y las enfermedades mortales que ésta trae a las comunidades en que se establecen las fábricas que viven de la mano esclava.
Ante el vacío que han dejado los sindicatos floreció en México este movimiento importante que, aunque ejemplar, se desgasta por falta de fondos, por la persecución del propio Estado que les encarcela y persigue, y aun así sigue adelante. Es un movimiento derechohumanista que no se conforma con exigir horarios y salarios justos, sino que trabaja de manera orgánica con las comunidades, que pone su mirada en el medio ambiente, en la falta de agua, de escuelas, de vivienda, de servicios de salud. Sólo desde allí puede renacer una cultura sindical.
Y en un contexto tan adverso como el actual, no es utópico decir que los movimientos sindicales son puntales de la democracia; hay países en que los sindicatos lograron progresos que en otros sólo se alcanzaron a través de la violencia y las armas. Por eso nuestra mirada debe estar en la reconstrucción de una representación gremial digna. No podemos olvidar los vínculos entre la creciente pobreza, la esclavitud, el libre mercado, tal como lo conocemos, y la decadencia de los sindicatos que hace tiempo abdicaron a su verdadera tarea, presas de la ambición política y la avaricia. Indignarse no basta, hace falta reinventar.
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