Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El triunfo anunciado de Josefina Vázquez Mota obliga a un replanteamiento en el escenario de la sucesión presidencial, porque coloca al PAN en segundo lugar de las preferencias electorales y, además, abre una supuesta opción que es espejismo, impostura, una lectura falsa de una propuesta equívoca, porque en cuanto a codicia y poder las mujeres son tanto o más susceptibles de corrupción y necesitadas de impunidad que los hombres. La historia está llena de ejemplos.
Lo primero a aclarar es saber si en el CEN del PAN y en Los Pinos tocaron por nota y sin salirse del pentagrama, o se encontraron con la respuesta, pues es una incógnita lo que impulsó a Isabel Miranda de Wallace para colocarse en una situación de perder-perder, porque no ganará la elección por el gobierno del DF, pero además su estatura moral y su reconocimiento ético quedaron al nivel del drenaje profundo; en cuanto al partido que la postuló, le obtiene votos suficientes para llevar al PRI a la tercera posición, y sumará sufragios para Vázquez Mota.
Para desgracia de los electores, el análisis sobre su candidatura borda en lo superficial y lo anecdótico, pues a quién importa si se conduciría -en caso de terciarse la banda presidencial al pecho- como buena comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, o si su marido sería buen presidente del patronato del DIF y diligente en la repartición de los desayunos escolares y en la lucha contra las adicciones.
Lo que necesitan saber quienes buscan una respuesta a su desesperanza, es si se puede confiar en ella y de verdad los cuidará como ha cuidado de su familia -sería el primer gobierno maternal en el mundo-, si es cierto que llevará al país a la etapa del México que sí es posible, lo que obliga a meditar en cuál fue el de Felipe Calderón, y con qué argumentos y cuáles armas legales va a evitar que los 734 mil millones de deuda fiscal se repitan en esa impunidad que supera toda impudicia gubernamental, política.
Nada dice de la tan pospuesta transición, ni de los miles de muertos, de los desaparecidos, de los secuestros, de la inseguridad pública, del descuido en que dejó a la educación ni de cómo su patrón abandonó Pemex, olvidó iniciar la refinería porque prefieren importar gasolinas; ¡vamos!, que Josefina Vázquez Mota no entra en materia porque carece de proyecto, de programa, pues con ella sería más de lo mismo, en la idea de superar el número de muertes por una guerra que puede hacerse en silencio, sin el ruido de las balas, sólo con ideas y cumpliendo la ley.
Escucho a la candidata del PAN y no resisto la tentación de acudir a los aforismos de Salvador Elizondo: “Hay cierta belleza en la realización del mal, como la hay en una jugada de ajedrez realizada hábilmente. No hay nada más triste que el Mal mal hecho”. Allí está uno de los posibles futuros de México.
El triunfo anunciado de Josefina Vázquez Mota obliga a un replanteamiento en el escenario de la sucesión presidencial, porque coloca al PAN en segundo lugar de las preferencias electorales y, además, abre una supuesta opción que es espejismo, impostura, una lectura falsa de una propuesta equívoca, porque en cuanto a codicia y poder las mujeres son tanto o más susceptibles de corrupción y necesitadas de impunidad que los hombres. La historia está llena de ejemplos.
Lo primero a aclarar es saber si en el CEN del PAN y en Los Pinos tocaron por nota y sin salirse del pentagrama, o se encontraron con la respuesta, pues es una incógnita lo que impulsó a Isabel Miranda de Wallace para colocarse en una situación de perder-perder, porque no ganará la elección por el gobierno del DF, pero además su estatura moral y su reconocimiento ético quedaron al nivel del drenaje profundo; en cuanto al partido que la postuló, le obtiene votos suficientes para llevar al PRI a la tercera posición, y sumará sufragios para Vázquez Mota.
Para desgracia de los electores, el análisis sobre su candidatura borda en lo superficial y lo anecdótico, pues a quién importa si se conduciría -en caso de terciarse la banda presidencial al pecho- como buena comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, o si su marido sería buen presidente del patronato del DIF y diligente en la repartición de los desayunos escolares y en la lucha contra las adicciones.
Lo que necesitan saber quienes buscan una respuesta a su desesperanza, es si se puede confiar en ella y de verdad los cuidará como ha cuidado de su familia -sería el primer gobierno maternal en el mundo-, si es cierto que llevará al país a la etapa del México que sí es posible, lo que obliga a meditar en cuál fue el de Felipe Calderón, y con qué argumentos y cuáles armas legales va a evitar que los 734 mil millones de deuda fiscal se repitan en esa impunidad que supera toda impudicia gubernamental, política.
Nada dice de la tan pospuesta transición, ni de los miles de muertos, de los desaparecidos, de los secuestros, de la inseguridad pública, del descuido en que dejó a la educación ni de cómo su patrón abandonó Pemex, olvidó iniciar la refinería porque prefieren importar gasolinas; ¡vamos!, que Josefina Vázquez Mota no entra en materia porque carece de proyecto, de programa, pues con ella sería más de lo mismo, en la idea de superar el número de muertes por una guerra que puede hacerse en silencio, sin el ruido de las balas, sólo con ideas y cumpliendo la ley.
Escucho a la candidata del PAN y no resisto la tentación de acudir a los aforismos de Salvador Elizondo: “Hay cierta belleza en la realización del mal, como la hay en una jugada de ajedrez realizada hábilmente. No hay nada más triste que el Mal mal hecho”. Allí está uno de los posibles futuros de México.
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