Luis Alfredo Pérez Salazár
El ruido y la furia que causaron el proyecto de ley SOPA y el cierre del sitio Megaupload dejó varias notas interesantes. A continuación van algunas.
En caso de duda, vuelve a lo básico (I). ¿Por qué el proyecto de ley SOPA enardeció a tantos internautas? En términos generales, pretendía bloquear los sitios que utilizan material sin poseer los derechos, o que tienen ligas a sitios que lo hacen, incluyendo los buscadores. Esto, que en el papel suena razonable, en la realidad de internet significaría cerrar un porcentaje muy alto de servicios y de sitios, y además dar la bienvenida a resquicios para la censura: si un usuario, en un ejemplo hipotético, publicara en Facebook información que el gobierno estadounidense deseara ocultar, bastaría con encontrar una página de otro usuario que tuviera un enlace a una película pirata para cerrar todo Facebook.
Es una legislación tan disparatada y mal planteada que, aunque llegó a la Cámara de Representantes estadounidense, no fue ni siquiera sometida a votación. Así que no fue responsable directa del cierre de Megaupload. ¿Indirecta? Quizá: es probable que el Departamento de Justicia estadounidense, presionado por las industrias disqueras y de cine, haya querido dar un golpe de efecto, mostrando que para atacar la piratería le basta la legislación vigente.
El mensaje habría sido, “Vamos a cazar a todo el que haga esto.”
En caso de duda, vuelve a lo básico (II). El servicio que ofrecía Megaupload fue, avant la lettre, lo que ahora se promociona como nube: el usuario podía guardar en servidores de un tercero sus archivos, y también permitir que los accesaran otros usuarios.
Compañías que ofrecen este servicio hay varias –Dropbox, Apple y Microsoft entre ellas–, y buena parte del modelo de la informática está emigrando hacia allá. Muchos usuarios contrataron los servicios de Megaupload de buena voluntad, hicieron uso legal de ellos, y han quedado en la estacada con el cierre del sitio.
Pero Megaupload se sirvió de estos usuarios como escudo para montar un servicio que también podía utilizarse para piratear. Además, alentó ese modelo: ofrecía ventajas e incluso pagaba a quienes colocaran a disposición de otros usuarios películas, libros y música piratas. Contaba con que eso atraería a otros usuarios a pagar por el servicio, y acertó; contaba también con que muchos usuarios de buena voluntad, al tener enfrente la tentación, terminarían participando en la piratería. Y también acertó.
En México, para no ir más lejos, era la décimo novena página más popular.
El choque de dos mundos. Las posibilidades técnicas de internet avanzaron mucho más rápido que su legislación, y ahora mismo hay dos generaciones de “usuarios” enfrentadas.
La generación de usuarios nativa de internet, la que ha crecido usándola, se acostumbró a conseguir series de televisión, libros, música y películas sin pagar por ellas. Hacerles entender que el festín debe terminar será difícil. El problema se agudiza porque frecuentemente confunden libertad con abolir la propiedad intelectual, cultura con entretenimiento, y educación con mirar series de televisión.
Enfrente de ellos están los políticos, esta vez en su sabor congresista. Históricamente, estos individuos tienen problemas para comprender el mundo material en el que viven los ciudadanos de a pie, así que no debería sorprendernos que sus nociones del mundo virtual parezcan ser una mezcolanza de Star Trek, Piratas del Caribe, Tienes un Email, y Resbalón en Twitter Segunda Parte. A su lado, azuzándolos, están los ejecutivos de las disqueras y de Hollywood, que se aferran a un modelo obsoleto con tanta energía que no tienen espacio para pensar en otras cosas. ¿Por ejemplo? Las posibilidades que internet les ofrece — y por esa razón otros les están comiendo el mandado.
Cómo se van a poner de acuerdo ambos bandos, está por verse. Si lo consiguen, se podrá hacer una buena película al respecto. Lo que no está claro aún es si podremos verla en línea, ni si habrá que pagar por ello.
Internet como medio de presión. Las reacciones de la gente en internet ya influyen en la vida material. Está muy bien. El problema es que bastan unas horas para que internet se llene de turbas ansiosas de linchar al enemigo de moda. Y como en toda turba, se mezclan emociones, opiniones, ideales y deseos de todo tipo, muchas veces contradictorios.
Las turbas, en fin, no se distinguen por hilar fino, y su sal es gruesa. Según se aprecia, cuando hablan de disqueras piensan tan sólo en gigantes como Universal, Sony y EMI; cuando hablan de artistas que no merecen el éxito del que disfrutan, al parecer sólo les vienen a la mente los artistas que aborrecen. Defienden a los “artistas alternativos”, pero sería muy interesante que se pusieran de acuerdo en quiénes son: al final, el concepto no parece hacer otra cosa que expresar la idea genérica de artistas “maravillosos” que no alcanzan el estrellato porque otros, que no valen la pena, lo están ocupando.
Hablan de internet como un lugar lleno de información, pero de qué sirve si no se utiliza para alimentar el raciocinio. La cantidad de clichés (pensamientos detenidos) al que recurren es notoria. A quienes abominan de las disqueras, de las editoriales y de los estudios se les escapan dos cosas:
La primera, que su labor es importante. Hay por supuesto casos extremos, pero en general no son meros agentes de mercadotecnia ni simples intermediarios. Su labor tiene qué ver con ofrecer condiciones para la producción de obras de arte, cuidar a los artistas, y ayudarlos a desarrollar sus carreras. ¿Suena extraño? Ese es el segundo problema: se pierde de vista que hay cientos de pequeñas disqueras, editoriales y productoras de cine en todo el mundo, que editan productos con un sentido más artístico (o menos comercial, si se prefiere), y cuyo futuro, debido a la piratería, está en riesgo.
El cierre de Megaupload, ¿es bueno o malo? Si usted piratea la música, películas, o libros que consume, no se preocupe, sigue habiendo muchos lugares en internet (y en el mundo material) donde podrá seguir haciéndolo. Si usted es de los que paga por ellos, no pierda la fe: perfecto no va a ser, pero quizá el modelo al que se llegue dentro de unos años saque provecho de la accesibilidad que brinda internet, pero respete el trabajo de los artistas y también la labor de las disqueras, las editoriales y los estudios que los apoyan.
Y si usted fue de los que soñó con que internet le facilitaría montar una pequeña editorial, un sello de discos independiente, o un sitio de noticias alternativas, ánimo: quizá todavía sea posible.
Muchos usuarios, dicho sea de paso, lo están consiguiendo.
Anonymous y el Departamento de Justicia. No se sabe quiénes integran Anonymous, pero es fácil percibir que forman una amalgama de ideas, creencias y puntos de vista incompatibles muchas veces entre sí. Por eso no sorprende que el asunto esté degenerando en una etiqueta que ha perdido sentido, como la célebre fotografía del Che Guevara: el estandarte anonymous se utiliza lo mismo para luchar contra la censura en Siria, que para atacar los servidores de aquellos a quienes se considera responsables del cierre de Megaupload.
¿De verdad, quieren que el futuro de internet consista en sitios como este?
Al final, Anonymous no resulta tan interesante como la manera en que las masas lo interpretan: en la era de internet también hay espacio para el romanticismo.
Respecto al Departamento de Justicia estadounidense, se nos brindó el enésimo ejemplo de que, cuando hablamos de sutileza, no podemos confiar en las agencias estadounidenses para explicar el término. Sólo a gente brillante se le ocurre clausurar Megaupload cuando internet está ardiendo en oposición a la ley SOPA.
Entre unos y otros, lograron convertir a un personaje que se hace llamar Kim Dotcom, y al que podríamos calificar como el primer mamarracho de la era internet, en un mártir. Lo que, sin duda alguna, tiene mérito.
El ruido y la furia que causaron el proyecto de ley SOPA y el cierre del sitio Megaupload dejó varias notas interesantes. A continuación van algunas.
En caso de duda, vuelve a lo básico (I). ¿Por qué el proyecto de ley SOPA enardeció a tantos internautas? En términos generales, pretendía bloquear los sitios que utilizan material sin poseer los derechos, o que tienen ligas a sitios que lo hacen, incluyendo los buscadores. Esto, que en el papel suena razonable, en la realidad de internet significaría cerrar un porcentaje muy alto de servicios y de sitios, y además dar la bienvenida a resquicios para la censura: si un usuario, en un ejemplo hipotético, publicara en Facebook información que el gobierno estadounidense deseara ocultar, bastaría con encontrar una página de otro usuario que tuviera un enlace a una película pirata para cerrar todo Facebook.
Es una legislación tan disparatada y mal planteada que, aunque llegó a la Cámara de Representantes estadounidense, no fue ni siquiera sometida a votación. Así que no fue responsable directa del cierre de Megaupload. ¿Indirecta? Quizá: es probable que el Departamento de Justicia estadounidense, presionado por las industrias disqueras y de cine, haya querido dar un golpe de efecto, mostrando que para atacar la piratería le basta la legislación vigente.
El mensaje habría sido, “Vamos a cazar a todo el que haga esto.”
En caso de duda, vuelve a lo básico (II). El servicio que ofrecía Megaupload fue, avant la lettre, lo que ahora se promociona como nube: el usuario podía guardar en servidores de un tercero sus archivos, y también permitir que los accesaran otros usuarios.
Compañías que ofrecen este servicio hay varias –Dropbox, Apple y Microsoft entre ellas–, y buena parte del modelo de la informática está emigrando hacia allá. Muchos usuarios contrataron los servicios de Megaupload de buena voluntad, hicieron uso legal de ellos, y han quedado en la estacada con el cierre del sitio.
Pero Megaupload se sirvió de estos usuarios como escudo para montar un servicio que también podía utilizarse para piratear. Además, alentó ese modelo: ofrecía ventajas e incluso pagaba a quienes colocaran a disposición de otros usuarios películas, libros y música piratas. Contaba con que eso atraería a otros usuarios a pagar por el servicio, y acertó; contaba también con que muchos usuarios de buena voluntad, al tener enfrente la tentación, terminarían participando en la piratería. Y también acertó.
En México, para no ir más lejos, era la décimo novena página más popular.
El choque de dos mundos. Las posibilidades técnicas de internet avanzaron mucho más rápido que su legislación, y ahora mismo hay dos generaciones de “usuarios” enfrentadas.
La generación de usuarios nativa de internet, la que ha crecido usándola, se acostumbró a conseguir series de televisión, libros, música y películas sin pagar por ellas. Hacerles entender que el festín debe terminar será difícil. El problema se agudiza porque frecuentemente confunden libertad con abolir la propiedad intelectual, cultura con entretenimiento, y educación con mirar series de televisión.
Enfrente de ellos están los políticos, esta vez en su sabor congresista. Históricamente, estos individuos tienen problemas para comprender el mundo material en el que viven los ciudadanos de a pie, así que no debería sorprendernos que sus nociones del mundo virtual parezcan ser una mezcolanza de Star Trek, Piratas del Caribe, Tienes un Email, y Resbalón en Twitter Segunda Parte. A su lado, azuzándolos, están los ejecutivos de las disqueras y de Hollywood, que se aferran a un modelo obsoleto con tanta energía que no tienen espacio para pensar en otras cosas. ¿Por ejemplo? Las posibilidades que internet les ofrece — y por esa razón otros les están comiendo el mandado.
Cómo se van a poner de acuerdo ambos bandos, está por verse. Si lo consiguen, se podrá hacer una buena película al respecto. Lo que no está claro aún es si podremos verla en línea, ni si habrá que pagar por ello.
Internet como medio de presión. Las reacciones de la gente en internet ya influyen en la vida material. Está muy bien. El problema es que bastan unas horas para que internet se llene de turbas ansiosas de linchar al enemigo de moda. Y como en toda turba, se mezclan emociones, opiniones, ideales y deseos de todo tipo, muchas veces contradictorios.
Las turbas, en fin, no se distinguen por hilar fino, y su sal es gruesa. Según se aprecia, cuando hablan de disqueras piensan tan sólo en gigantes como Universal, Sony y EMI; cuando hablan de artistas que no merecen el éxito del que disfrutan, al parecer sólo les vienen a la mente los artistas que aborrecen. Defienden a los “artistas alternativos”, pero sería muy interesante que se pusieran de acuerdo en quiénes son: al final, el concepto no parece hacer otra cosa que expresar la idea genérica de artistas “maravillosos” que no alcanzan el estrellato porque otros, que no valen la pena, lo están ocupando.
Hablan de internet como un lugar lleno de información, pero de qué sirve si no se utiliza para alimentar el raciocinio. La cantidad de clichés (pensamientos detenidos) al que recurren es notoria. A quienes abominan de las disqueras, de las editoriales y de los estudios se les escapan dos cosas:
La primera, que su labor es importante. Hay por supuesto casos extremos, pero en general no son meros agentes de mercadotecnia ni simples intermediarios. Su labor tiene qué ver con ofrecer condiciones para la producción de obras de arte, cuidar a los artistas, y ayudarlos a desarrollar sus carreras. ¿Suena extraño? Ese es el segundo problema: se pierde de vista que hay cientos de pequeñas disqueras, editoriales y productoras de cine en todo el mundo, que editan productos con un sentido más artístico (o menos comercial, si se prefiere), y cuyo futuro, debido a la piratería, está en riesgo.
El cierre de Megaupload, ¿es bueno o malo? Si usted piratea la música, películas, o libros que consume, no se preocupe, sigue habiendo muchos lugares en internet (y en el mundo material) donde podrá seguir haciéndolo. Si usted es de los que paga por ellos, no pierda la fe: perfecto no va a ser, pero quizá el modelo al que se llegue dentro de unos años saque provecho de la accesibilidad que brinda internet, pero respete el trabajo de los artistas y también la labor de las disqueras, las editoriales y los estudios que los apoyan.
Y si usted fue de los que soñó con que internet le facilitaría montar una pequeña editorial, un sello de discos independiente, o un sitio de noticias alternativas, ánimo: quizá todavía sea posible.
Muchos usuarios, dicho sea de paso, lo están consiguiendo.
Anonymous y el Departamento de Justicia. No se sabe quiénes integran Anonymous, pero es fácil percibir que forman una amalgama de ideas, creencias y puntos de vista incompatibles muchas veces entre sí. Por eso no sorprende que el asunto esté degenerando en una etiqueta que ha perdido sentido, como la célebre fotografía del Che Guevara: el estandarte anonymous se utiliza lo mismo para luchar contra la censura en Siria, que para atacar los servidores de aquellos a quienes se considera responsables del cierre de Megaupload.
¿De verdad, quieren que el futuro de internet consista en sitios como este?
Al final, Anonymous no resulta tan interesante como la manera en que las masas lo interpretan: en la era de internet también hay espacio para el romanticismo.
Respecto al Departamento de Justicia estadounidense, se nos brindó el enésimo ejemplo de que, cuando hablamos de sutileza, no podemos confiar en las agencias estadounidenses para explicar el término. Sólo a gente brillante se le ocurre clausurar Megaupload cuando internet está ardiendo en oposición a la ley SOPA.
Entre unos y otros, lograron convertir a un personaje que se hace llamar Kim Dotcom, y al que podríamos calificar como el primer mamarracho de la era internet, en un mártir. Lo que, sin duda alguna, tiene mérito.
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