Instrumentos de presión
Hace falta poner orden
Miguel Ángel Velázquez / Ciudad Perdida
Las encuestas que miden la popularidad de los candidatos a diferentes cargos de la administración pública se han convertido en el instrumento de presión y manipuleo más importante para algunos medios de comunicación.
Nadie en sano juicio podría desestimar las utilidades de esas mediciones. Es más, hoy por hoy un político que no utilice las encuestas sería impensable. En el mejor sentido, las encuestas son útiles para mejorar o modificar muchos de los aspectos que contienen las campañas políticas, porque se supone que recogen la visión del elector o de una pequeña porción de ellos, que reprueban o aceptan el trabajo político de quienes se lanzan a contender por una posición de poder.
Lo malo es cuando las mediciones empiezan a tener carácter mercantil y se significan por resguardar, por proteger los intereses de quienes a partir de las encuestas de índole política dirigen su trabajo de campo y sus cuestionamientos de tal forma que se cumpla con el cliente.
Y lo peor es cuando lo que han llamado la foto del momento se convierte en una herramienta que puede influir en las decisiones del elector, y si se cuenta con un aparato, en este caso los medios de comunicación, que amplía todo lo que su poder le permite. Entonces esas mediciones, las encuestas, suplantan la voluntad política y trazan un camino que puede incluso cambiar el rumbo de una elección o bien apuntalar a un candidato.
Entonces las mediciones de opinión, en el caso del asunto electoral por ejemplo, si bien resultan necesarias para quienes deben saber cuál es la respuesta de la gente a sus acciones, se pervierten cuando se utilizan para construir, para inducir un panorama que puede dejar de ser falso cuando se transforma en una percepción sembrada desde el interés de algún grupo de poder.
Es tan grave el asunto, que de pronto parece de locos que un mismo encuestador, o dos con los mismos cuestionamientos, en la misma área de trabajo, consigan resultados diferentes, y que debido a ello, un político diga que las encuestas lo favorecen, mientras su opositor señala lo contrario.
Si a fin de cuentas una casa encuestadora fuera lo suficientemente creíble y confiable, no tendría que haber el número de negocios de ese tipo que proliferan en el país. La verdad, tendría que ser una sola, se midiera como se midiera y quien la midiera, pero ante lo dispar de los resultados, el político busca la otra opinión cuando alguien le dice que no va a triunfar.
Por eso nada sería más sano que la intervención de la autoridad electoral para que las encuestas no vieran la luz pública, y sólo sirvieran para que los que las mandan a hacer tuvieran un reflejo de la realidad cada vez más cierto, y de allí partieran para lograr las modificaciones a su quehacer que les manda la opinión pública.
Dejar en manos de las empresas de comunicación la posible manipulación de estos ejercicios es impedir que la libre voluntad del votante siga sus propias convicciones, se olvide de la trascendencia de los programas, de los proyectos, de las ideas, y el voto se convierta, por la inercia que desarrollan los medios de comunicación, en cuestión de gustos, de humores y nunca de reflexiones.
Por ello la autoridad debería iniciar, por lo menos, un estudio que permitiera medir con certeza la actividad de las empresas encuestadoras o de opinión, como se les conoce ahora, así que éste puede ser el momento, antes de que lo político termine siendo algo que puede encerrarse en un museo.
De pasadita
Las ilusiones priístas por recuperar el Distrito Federal poco a poco se han ido disipando. Ni Peña Nieto ni nadie podría dejar de advertir que la división interna en ese organismo es cada vez más grave. Por un lado Rosario Guerra, hoy ex militante muy cercana a Beatriz Paredes, se va de su vera para cobijarse en el Panal, con lo poco o mucho que eso pudiera significar en votos. Por otro, Tonatiuh Gutiérrez le declara la guerra a Beatriz Paredes desde lo interno del PRI. Total, ya suenan por muchos lados las trompetas del desastre. Ni modo.
Hace falta poner orden
Miguel Ángel Velázquez / Ciudad Perdida
Las encuestas que miden la popularidad de los candidatos a diferentes cargos de la administración pública se han convertido en el instrumento de presión y manipuleo más importante para algunos medios de comunicación.
Nadie en sano juicio podría desestimar las utilidades de esas mediciones. Es más, hoy por hoy un político que no utilice las encuestas sería impensable. En el mejor sentido, las encuestas son útiles para mejorar o modificar muchos de los aspectos que contienen las campañas políticas, porque se supone que recogen la visión del elector o de una pequeña porción de ellos, que reprueban o aceptan el trabajo político de quienes se lanzan a contender por una posición de poder.
Lo malo es cuando las mediciones empiezan a tener carácter mercantil y se significan por resguardar, por proteger los intereses de quienes a partir de las encuestas de índole política dirigen su trabajo de campo y sus cuestionamientos de tal forma que se cumpla con el cliente.
Y lo peor es cuando lo que han llamado la foto del momento se convierte en una herramienta que puede influir en las decisiones del elector, y si se cuenta con un aparato, en este caso los medios de comunicación, que amplía todo lo que su poder le permite. Entonces esas mediciones, las encuestas, suplantan la voluntad política y trazan un camino que puede incluso cambiar el rumbo de una elección o bien apuntalar a un candidato.
Entonces las mediciones de opinión, en el caso del asunto electoral por ejemplo, si bien resultan necesarias para quienes deben saber cuál es la respuesta de la gente a sus acciones, se pervierten cuando se utilizan para construir, para inducir un panorama que puede dejar de ser falso cuando se transforma en una percepción sembrada desde el interés de algún grupo de poder.
Es tan grave el asunto, que de pronto parece de locos que un mismo encuestador, o dos con los mismos cuestionamientos, en la misma área de trabajo, consigan resultados diferentes, y que debido a ello, un político diga que las encuestas lo favorecen, mientras su opositor señala lo contrario.
Si a fin de cuentas una casa encuestadora fuera lo suficientemente creíble y confiable, no tendría que haber el número de negocios de ese tipo que proliferan en el país. La verdad, tendría que ser una sola, se midiera como se midiera y quien la midiera, pero ante lo dispar de los resultados, el político busca la otra opinión cuando alguien le dice que no va a triunfar.
Por eso nada sería más sano que la intervención de la autoridad electoral para que las encuestas no vieran la luz pública, y sólo sirvieran para que los que las mandan a hacer tuvieran un reflejo de la realidad cada vez más cierto, y de allí partieran para lograr las modificaciones a su quehacer que les manda la opinión pública.
Dejar en manos de las empresas de comunicación la posible manipulación de estos ejercicios es impedir que la libre voluntad del votante siga sus propias convicciones, se olvide de la trascendencia de los programas, de los proyectos, de las ideas, y el voto se convierta, por la inercia que desarrollan los medios de comunicación, en cuestión de gustos, de humores y nunca de reflexiones.
Por ello la autoridad debería iniciar, por lo menos, un estudio que permitiera medir con certeza la actividad de las empresas encuestadoras o de opinión, como se les conoce ahora, así que éste puede ser el momento, antes de que lo político termine siendo algo que puede encerrarse en un museo.
De pasadita
Las ilusiones priístas por recuperar el Distrito Federal poco a poco se han ido disipando. Ni Peña Nieto ni nadie podría dejar de advertir que la división interna en ese organismo es cada vez más grave. Por un lado Rosario Guerra, hoy ex militante muy cercana a Beatriz Paredes, se va de su vera para cobijarse en el Panal, con lo poco o mucho que eso pudiera significar en votos. Por otro, Tonatiuh Gutiérrez le declara la guerra a Beatriz Paredes desde lo interno del PRI. Total, ya suenan por muchos lados las trompetas del desastre. Ni modo.
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