Drogas o lo que gustes. Bienvenido a la cárcel

Lydia Cacho / Plan B

No sé ustedes, pero yo me rehúso a conformarme con los argumentos de las autoridades sobre el problema carcelario. En todos los estados en que hemos atestiguado fugas de presidiarios sabemos el peligro que entraña su salida, aunque también conozcamos lo que sucede al interior de los Centros de readaptación Social (Ceresos) que en realidad no son otra cosa que centros de convivencia criminal.

Por eso le rebato al secretario Genaro García Luna su argumento sobre falta de recursos y malos salarios al personal carcelario como el origen del problema. Ayer, el secretario de Seguridad Pública federal dijo a Sin Embargo MX que el problema de los penales no es la sobrepoblación, puesto que “las entidades que tienen mayor custodia de reos en todo el país son cinco: Distrito Federal, Estado de México, Jalisco, Baja California y Sonora; ahí está 50 por ciento de custodia total del país de reos locales y federales, y ahí no hay ningún incidente de ese tipo”. Y sigue iluminándonos argumentando que “las fugas no son porque entre un comando irrumpa y rompa las puertas. En todos los casos hay alguien que les abre las puertas, les da acceso o los libera”.

García Luna dijo que se requieren nuevos custodios con un perfil diferente, también de operadores y directores, lo que implica una mayor inversión. Si ya sabemos que García Luna, junto con el Ejército y la Marina son quienes han recibido los presupuestos más jugosos. También sabemos que subieron los salarios de los policías y que invirtieron miles de millones en la creación de un sistema para controlar la calidad y la confianza de los cuerpos policíacos, y ahora los de los centros penitenciarios federales. También entendemos que a cada gobernador le corresponde invertir en su sistema carcelario, y sabemos que los que están quebrados (que no son pocos) no pondrán su dinero en las cárceles sino en las calles y en las patrullas, es decir, en lo que se ve y vende imagen.

Me consta, en la cárcel de Cancún desde hace unos meses controlada por personal de confianza del General Bibiano Villa, las cosas no cambiaron. Los pasillos tienen un tufo a mariguana más denso que el de un concierto de Frank Zappa. He recogido allí mismo testimonio de mujeres llevadas por tratantes para prostituírlas con los presos; con permiso del director. Las bandas están claramente divididas, circula dinero en efectivo, Blackberries y iPhones y iPads con chips intercambiados. En una ocasión, la pareja de un preso lo intentó sacar en una maleta (con la cuál ella se había mudado a vivir con él hacía meses). Si se tiene dinero se tiene privilegios, pantallas planas, videojuegos, videos de pornografía adulta y adolescente, comida gourmet. La procuraduría local recibió varias denuncias de amenazas de secuestro y extorsión que salieron de los teléfonos de la cárcel. Y sí, este escenario se repite en todo el país.

En las prisiones hay una cultura de libertad y corrupción, de reproducción de los modelos sociales externos, el gobierno federal sigue enviando a miembros de los cárteles, con un gran poder interno y externo, a los pequeños Ceresos que muy pronto se convierten en sus cotos de poder. Las estrategias de fuga que utilizan son varias, ya lo dijeron los expertos: provocan incendios para que se abran las puertas, se coordinan cuando se darán movimientos de presos de un penal a otro o se amotinan. Los más poderosos simplemente negocian su salida con el propio secretario de Seguridad Pública (léase la historia del Chapo Guzmán y Puente Grande). En todos los casos conocidos, los directivos estaban enterados de que algo estaba por suceder, pero no reaccionaron porque ellos no están dedicados a mantener la seguridad interna sino el status quo. Sus estrategias especializadas, según me confió un ex directivo del Cereso de Cancún, es darles en los alimentos un medicamento que les baja la ansiedad y supuestamente la agresividad. De allí en fuera todo se vale.

Ya nos dijeron que en México existe sobrepoblación en 204 prisiones, con un total de 43 mil 191 internos. Según el reporte del 2011 del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social, en México existen 230 mil 943 reos, de los cuales 183 mil 127 son juzgados por haber cometido delitos en el fuero común y 47 mil 816 cometieron delitos de orden federal; el 32 por ciento ha sido sentenciado, el resto esperará entre tres y cinco años.

Mientras el Sistema de Justicia Penal siga manteniendo juntos durante tantos años a presos sin sentencia, a miles de detenidos sin pruebas, o con expedientes mal armados, al lado de sicarios narcomenudistas, asesinos, tratantes de mujeres, golpeadores y violadores de mujeres y niños, empresarios acusados de fraude, ladronzuelos, halcones adictos a la droga, personas inocentes, periodistas incómodos al sistema y, en ese contexto, les permita hacer de todo como si estuvieran en un hotel, nada cambiará.

No se trata de dar mejores sueldos a los directivos de las cárceles. Algunos ganan entre su salario y los “regalos” de los presos especiales, hasta 200 mil pesos al mes. El problema es de fondo: los guardias y custodios no creen en el sistema, pueden estar capacitados para trabajar en la cárcel, pero no están seguros de que todos los pobladores merezcan estar allí. Por otro lado, cuando un inquilino es un famoso miembro de algún cártel, ellos saben que las reglas de la cárcel son más fuertes que la voluntad o los principios de un solo guardián (así me lo dijeron varios).

No es un asunto de dinero, sino de corrupción endémica, de cadenas de favores que comienzan por la manera en que se logran las detenciones (violando leyes y rompiendo normas). Se vincula con esta guerra contra el narco mal planeada, la cual admite cualquier tropelía para demostrar que hay detenciones (aunque solo una de cien llegue a sentencia). Se trata de la filosofía detrás del sistema carcelario, de que durante un centenar de años las prisiones mexicanas se convirtieron en hospicios de detenidos, cuyos guardianes no están seguros de que sus huéspedes merezcan estar privados de su libertad. De allí que se les otorguen grandes libertades que se aplican de manera racista y clasista; muchas más libertades de las que implicaría respetar la dignidad humana que exigen los Derechos Humanos. En mis entrevistas me quedó claro que los custodios tienen varias preguntas que enseguida enumero:

Primero habría que entender ¿para qué y cómo se les readapta? ¿Para qué mandan a estas cáceles de baja seguridad a líderes Zetas o Pelones que controlan entradas y salidas? Ellos desestabilizan a la población. Si un preso lleva tres años sin saber de qué se le acusa y sin conocer al juez ¿cómo sé que merece estar allí? ¿qué disciplina le doy?, si sé que el jefe no disciplina a los verdaderos y famosos malandros. ¿Cómo poner seguridad real si el jefe autoriza que metan prostitutas en las noches y a ellas no nos dejan revisarlas? (no saben si traen drogas o dinero) ¿Cómo ser justos si hay presos que salen por las noches con permisos especiales?

Si bien es cierto que urge hacer inversión en infraestructura, mejorar los salarios del personal y su capacitación, nada cambiará si no hay una transformación del sistema de justicia penal. Mientras esta absurda guerra no detenga la farsa del conteo de detenidos como símbolo de éxito contra los narcos; mientras todos los responsables, incluyendo a García Luna, sigan tapando el ojo al macho de la cultura carcelaria y sus vicios, nada cambiará. Si no se comienza a hablar de ética y si no se debate honestamente la privatización de las cárceles y el desarrollo de modelos modernos de reinserción educativa, todo se quedará en el escándalo de la fuga del año.

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