Fausto Pretelín
La presunción de ignorancia es una de las leyes torales que mantiene vivos a los regímenes oclocráticos. México no es la excepción. Desde que la crisis de la zona euro fue detonada por la incompetencia y la corrupción de varios políticos, un fenómeno encargado de perturbar a la información se instaló cómodamente en una parte importante de los medios de comunicación.
En el mainstream con el que se alimentan los gobiernos oclocráticos, habitan los llamados líderes de opinión. Muchos de ellos, además de generar raiting, aportan lástima por su presunción que hacen de su ignorancia. La responsabilidad de tener un micrófono o una computadora conectados a la pantalla de televisión o al periódico no les incomoda.
Confunden a la Unión Europea con la Comunidad Europea; aseguran que la troika es la marca de un rico chocolate fabricado en Brujas bajo la fórmula secreta de Gorbachov; desconocen la razón de ser de la Unión Europea; piensan que el Banco Central Alemán tiene mayor número de facultades que el Banco Central Europeo; aseguran que Bruselas es un museo moderno diseñado por un arquitecto famoso llamado José Manuel Durão Barroso; hablan del déficit público del 120% del PIB como si estuvieran narrando un partido de futbol; se asombran que la capital de Grecia sea Bruselas y no Atenas; comparan a Jean Monnet con René Bejarano; aseguran que Angela Merkel es la directora del Parlamento Europeo; se regodean al desconocer que la palabra SOBERANÍA es polisémica y que en algunas regiones del mundo significa Guerra, en otras Nada, en otras Paz, en otras nacionalismo ramplón, en otras manipulación, en otras droga, en otras valiosa como el petróleo, entre un largo etcétera; señalan a la troika como la responsable de haber detonado la crisis en Grecia; no les interesa leer las miles de directivas que elabora la Comisión Europea porque, dicen, no sirven para nada; piensan que un país, por el hecho de pertenecer a la Unión Europea, tiene como moneda corriente al euro; piensan que los monopolios pueden bracear a contracorriente a las directivas antimonopólicas de la Comisión Europea; creen que Churchill era tan nacionalista que no deseaba la existencia de los Estados Unidos Europeos; confunden a Jeniffer Aniston con Catherine Ashton; escriben: “El Fondo Monetario Internacional está desmantelando la soberanía griega, sus directivos son unos desamparados” (cuando en realidad no revelan, porque lo desconocen, que varios políticos griegos manipularon, es decir, mintieron, cifras de su déficit hace más de tres años, al igual que en Italia y Bélgica en 1999); deducen que la Unión Europea se conforma por pocos, algunos, varios y/o muchos países pero desconocen el número, y sobre todo, los nombres de ellos; ¿Condiciones para ingresar a la zona euro?; ¿Hungría tiene el euro?; ¿Para llegar a ser eurodiputado es requisito haber sido diputado local?; no entienden las razones por las que Viktor Orban, primer ministro húngaro, no puede decretar una ley que atente contra los derechos fundacionales de la Unión Europea; tampoco entienden que la laicidad se proclame en los mismos principios fundacionales.
Pues bien. Aquí no encontramos. Entre el desaliento por una desproporcionada desorientación informativa (ignorancia) de los líderes de opinión y la fascinación etnocentrista en un país cuya programación (noticias nacionales) se ha reducido a un solo canal: el del narcotráfico y sus externalidades.
El seguimiento de la crisis del euro no inicia y concluye con el desasosiego griego. En realidad, el eje central nos remonta hasta la Segunda Guerra y nos obliga a estudiar a uno de los modelos políticos más exitosos de los siglos pasado y actual: la Unión Europea.
¿Dónde diablos se encuentra Bruselas?
La presunción de ignorancia es una de las leyes torales que mantiene vivos a los regímenes oclocráticos. México no es la excepción. Desde que la crisis de la zona euro fue detonada por la incompetencia y la corrupción de varios políticos, un fenómeno encargado de perturbar a la información se instaló cómodamente en una parte importante de los medios de comunicación.
En el mainstream con el que se alimentan los gobiernos oclocráticos, habitan los llamados líderes de opinión. Muchos de ellos, además de generar raiting, aportan lástima por su presunción que hacen de su ignorancia. La responsabilidad de tener un micrófono o una computadora conectados a la pantalla de televisión o al periódico no les incomoda.
Confunden a la Unión Europea con la Comunidad Europea; aseguran que la troika es la marca de un rico chocolate fabricado en Brujas bajo la fórmula secreta de Gorbachov; desconocen la razón de ser de la Unión Europea; piensan que el Banco Central Alemán tiene mayor número de facultades que el Banco Central Europeo; aseguran que Bruselas es un museo moderno diseñado por un arquitecto famoso llamado José Manuel Durão Barroso; hablan del déficit público del 120% del PIB como si estuvieran narrando un partido de futbol; se asombran que la capital de Grecia sea Bruselas y no Atenas; comparan a Jean Monnet con René Bejarano; aseguran que Angela Merkel es la directora del Parlamento Europeo; se regodean al desconocer que la palabra SOBERANÍA es polisémica y que en algunas regiones del mundo significa Guerra, en otras Nada, en otras Paz, en otras nacionalismo ramplón, en otras manipulación, en otras droga, en otras valiosa como el petróleo, entre un largo etcétera; señalan a la troika como la responsable de haber detonado la crisis en Grecia; no les interesa leer las miles de directivas que elabora la Comisión Europea porque, dicen, no sirven para nada; piensan que un país, por el hecho de pertenecer a la Unión Europea, tiene como moneda corriente al euro; piensan que los monopolios pueden bracear a contracorriente a las directivas antimonopólicas de la Comisión Europea; creen que Churchill era tan nacionalista que no deseaba la existencia de los Estados Unidos Europeos; confunden a Jeniffer Aniston con Catherine Ashton; escriben: “El Fondo Monetario Internacional está desmantelando la soberanía griega, sus directivos son unos desamparados” (cuando en realidad no revelan, porque lo desconocen, que varios políticos griegos manipularon, es decir, mintieron, cifras de su déficit hace más de tres años, al igual que en Italia y Bélgica en 1999); deducen que la Unión Europea se conforma por pocos, algunos, varios y/o muchos países pero desconocen el número, y sobre todo, los nombres de ellos; ¿Condiciones para ingresar a la zona euro?; ¿Hungría tiene el euro?; ¿Para llegar a ser eurodiputado es requisito haber sido diputado local?; no entienden las razones por las que Viktor Orban, primer ministro húngaro, no puede decretar una ley que atente contra los derechos fundacionales de la Unión Europea; tampoco entienden que la laicidad se proclame en los mismos principios fundacionales.
Pues bien. Aquí no encontramos. Entre el desaliento por una desproporcionada desorientación informativa (ignorancia) de los líderes de opinión y la fascinación etnocentrista en un país cuya programación (noticias nacionales) se ha reducido a un solo canal: el del narcotráfico y sus externalidades.
El seguimiento de la crisis del euro no inicia y concluye con el desasosiego griego. En realidad, el eje central nos remonta hasta la Segunda Guerra y nos obliga a estudiar a uno de los modelos políticos más exitosos de los siglos pasado y actual: la Unión Europea.
¿Dónde diablos se encuentra Bruselas?
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