Hugo Casanova Cardiel
A pesar de la explícita intención de reflejar la realidad del sistema educativo de México, en el documental De panzazo la complejidad educativa nacional queda reducida a su mínima expresión. Las potencialidades del documental como lenguaje cinematográfico, así como su intrínseco valor informativo se ven malogradas por un trabajo que, lejos de ofrecer una visión consistente de la educación, presenta un discurso efectista y una interpretación inexacta.
En el documental imperan las generalizaciones y de manera indistinta se habla de la educación o del sistema educativo, como si los niveles que abarcan de prescolar a posgrado cupieran en un mismo cajón, o como si los estudiantes, maestros y directivos pudieran ser agrupados sin importar su adscripción institucional y regional. En el tratamiento de los mexicanos se alude a un concepto sin fisuras, en el que no existen diferencias sociales o laborales (no importa si el niño desayunó o no lo hizo y si los padres tienen o no trabajo). Tampoco existe distinción alguna sobre el capital cultural como factor directamente asociado al logro escolar de niños y jóvenes. Así, la obra está permeada de ideas del tipo todos los mexicanos contamos con las mismas oportunidades para educarnos o el que no estudia es porque no quiere.
También se advierte la ausencia de temas cruciales para la comprensión del fenómeno educativo, tales como el uso mayormente demagógico de la evaluación, la insuficiencia de los exámenes estandarizados (Pisa y Enlace) como instrumentos para generar comparaciones válidas, o las cambiantes estrategias gubernamentales que durante los años recientes han cuestionado el papel de la educación como bien público.
La educación en México es un territorio de contrastes y al lado de sus graves problemas también pueden apreciarse condiciones de logro. En tal sentido, resulta paradójico que un trabajo que hace gala de su vocación informativa carezca de referencias exitosas que podrían configurar una interpretación más fiel. Porqué no hablar de los estudiantes que en condiciones adversas viajan por horas con la indeclinable voluntad de atender sus clases; o de los estudiantes que, habiendo culminado sus estudios en el sistema educativo mexicano, acuden a prestigiadas universidades de las llamadas de clase mundial; o de los maestros que cubren con honor su encargo social y se entregan cada día a la formación rigurosa de niños y jóvenes; o de las madres y padres que independientemente de sus condiciones económicas o su formación académica, colaboran con sus hijos.
El tratamiento a quienes asisten al documental es por demás cuestionable, pues en lugar de ser tratados como ciudadanos que de manera voluntaria y generosa acuden a una propuesta cinematográfica, son provistos de unas papeletas de colores y sumados casi en automático al proyecto que rodea al documental. Reconociendo el absoluto derecho de todos los mexicanos a participar en la discusión de los problemas del país, resulta sorprendente el afán de los realizadores del documental por encabezar una campaña que enfrente la crisis de la educación en México. En breve, ni la asociación civil que lo anima, ni el entorno empresarial que lo patrocina, cuentan con la autoridad o atributos intelectuales para una tarea de tales dimensiones.
El pretendido liderazgo resulta todavía más incomprensible pues los realizadores del documental, estrechamente relacionados con el poder mediático del país, omiten toda referencia al papel de la televisora con mayor arraigo en nuestro país y que por años ha ejercido un deplorable papel en la formación de los mexicanos a través de sus noticiarios, de sus programas de diversión o cultura; e incluso, a través de las telenovelas, ya definidas hace unos meses por el titular de la SEP como poderoso instrumento educativo (La Jornada, 18/03/2011).
Sin embargo, uno de los grandes silencios del documental es la relación de la maestra Gordillo con dos personajes centrales de la vida nacional: Felipe Calderón y Emilio Azcárraga Jean. Cómo explicar la presencia de la dirigente en el proceso electoral de 2006 y los ulteriores beneficios que obtuvo en posiciones clave del gobierno federal, así como su papel central en la llamada Alianza para la Calidad Educativa en 2008. Y cómo entender los convenios de la cúpula del SNTE con Televisa, el más reciente Todo el mundo cree que sabe, presentado como una apuesta por la educación de calidad y para el cual el sindicato aportó 150 millones de pesos ¿No es pertinente esa información? ¿En qué medida los graves problemas de la educación nacional han estado relacionados con los arreglos de las elites sindical, política y empresarial?
De cara al momento que vive México, es cada vez más urgente que la problemática educativa sea atendida desde una óptica que valore su complejidad y articulación con los grandes problemas de la sociedad. Ello demanda la participación de esos ciudadanos calificados y comprometidos que el sistema educativo mexicano ha logrado formar a lo largo de su historia.
A pesar de la explícita intención de reflejar la realidad del sistema educativo de México, en el documental De panzazo la complejidad educativa nacional queda reducida a su mínima expresión. Las potencialidades del documental como lenguaje cinematográfico, así como su intrínseco valor informativo se ven malogradas por un trabajo que, lejos de ofrecer una visión consistente de la educación, presenta un discurso efectista y una interpretación inexacta.
En el documental imperan las generalizaciones y de manera indistinta se habla de la educación o del sistema educativo, como si los niveles que abarcan de prescolar a posgrado cupieran en un mismo cajón, o como si los estudiantes, maestros y directivos pudieran ser agrupados sin importar su adscripción institucional y regional. En el tratamiento de los mexicanos se alude a un concepto sin fisuras, en el que no existen diferencias sociales o laborales (no importa si el niño desayunó o no lo hizo y si los padres tienen o no trabajo). Tampoco existe distinción alguna sobre el capital cultural como factor directamente asociado al logro escolar de niños y jóvenes. Así, la obra está permeada de ideas del tipo todos los mexicanos contamos con las mismas oportunidades para educarnos o el que no estudia es porque no quiere.
También se advierte la ausencia de temas cruciales para la comprensión del fenómeno educativo, tales como el uso mayormente demagógico de la evaluación, la insuficiencia de los exámenes estandarizados (Pisa y Enlace) como instrumentos para generar comparaciones válidas, o las cambiantes estrategias gubernamentales que durante los años recientes han cuestionado el papel de la educación como bien público.
La educación en México es un territorio de contrastes y al lado de sus graves problemas también pueden apreciarse condiciones de logro. En tal sentido, resulta paradójico que un trabajo que hace gala de su vocación informativa carezca de referencias exitosas que podrían configurar una interpretación más fiel. Porqué no hablar de los estudiantes que en condiciones adversas viajan por horas con la indeclinable voluntad de atender sus clases; o de los estudiantes que, habiendo culminado sus estudios en el sistema educativo mexicano, acuden a prestigiadas universidades de las llamadas de clase mundial; o de los maestros que cubren con honor su encargo social y se entregan cada día a la formación rigurosa de niños y jóvenes; o de las madres y padres que independientemente de sus condiciones económicas o su formación académica, colaboran con sus hijos.
El tratamiento a quienes asisten al documental es por demás cuestionable, pues en lugar de ser tratados como ciudadanos que de manera voluntaria y generosa acuden a una propuesta cinematográfica, son provistos de unas papeletas de colores y sumados casi en automático al proyecto que rodea al documental. Reconociendo el absoluto derecho de todos los mexicanos a participar en la discusión de los problemas del país, resulta sorprendente el afán de los realizadores del documental por encabezar una campaña que enfrente la crisis de la educación en México. En breve, ni la asociación civil que lo anima, ni el entorno empresarial que lo patrocina, cuentan con la autoridad o atributos intelectuales para una tarea de tales dimensiones.
El pretendido liderazgo resulta todavía más incomprensible pues los realizadores del documental, estrechamente relacionados con el poder mediático del país, omiten toda referencia al papel de la televisora con mayor arraigo en nuestro país y que por años ha ejercido un deplorable papel en la formación de los mexicanos a través de sus noticiarios, de sus programas de diversión o cultura; e incluso, a través de las telenovelas, ya definidas hace unos meses por el titular de la SEP como poderoso instrumento educativo (La Jornada, 18/03/2011).
Sin embargo, uno de los grandes silencios del documental es la relación de la maestra Gordillo con dos personajes centrales de la vida nacional: Felipe Calderón y Emilio Azcárraga Jean. Cómo explicar la presencia de la dirigente en el proceso electoral de 2006 y los ulteriores beneficios que obtuvo en posiciones clave del gobierno federal, así como su papel central en la llamada Alianza para la Calidad Educativa en 2008. Y cómo entender los convenios de la cúpula del SNTE con Televisa, el más reciente Todo el mundo cree que sabe, presentado como una apuesta por la educación de calidad y para el cual el sindicato aportó 150 millones de pesos ¿No es pertinente esa información? ¿En qué medida los graves problemas de la educación nacional han estado relacionados con los arreglos de las elites sindical, política y empresarial?
De cara al momento que vive México, es cada vez más urgente que la problemática educativa sea atendida desde una óptica que valore su complejidad y articulación con los grandes problemas de la sociedad. Ello demanda la participación de esos ciudadanos calificados y comprometidos que el sistema educativo mexicano ha logrado formar a lo largo de su historia.
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