Beatriz Pereyra / Proceso
En diciembre pasado, la Femexfut desafilió al club Indios de Ciudad Juárez y su propietario, Francisco Ibarra, quedó a deber sumas millonarias a varios de sus jugadores. Desesperada, la esposa de una de ellos, Mónica Villarreal, cuenta a Proceso el infierno en que viven varios de los futbolistas y en especial su marido que ha sido amenazado por empleados del empresario juarense. Y va más allá: dice que por la manera en que Ibarra manejaba los recursos –pagos en efectivo y sin recibo–, no descarta que se dedique al lavado de dinero…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La primera vez que Mónica Villarreal pensó en que podía morirse fue el jueves 26 de enero, cuando cerca de las 11 de la noche su esposo, Juan Augusto Gómez, exjugador del club Indios de Ciudad de Juárez, le llamó por teléfono para decirle que tomara a sus hijas y se saliera de su casa ubicada en el fraccionamiento Las Palmas, donde vive desde hace un año.
Gómez, quien ahora milita con el equipo Estudiantes de Altamira de la liga de Ascenso, le dijo a su esposa que fue amenazado por Alejandro Villalobos, un empleado del empresario juarense Francisco Ibarra, propietario de Indios hasta el 28 de diciembre pasado, cuando la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) desafilió al club porque el directivo incumplió con sus compromisos económicos.
“Me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que ya me iba a acostar y que las niñas estaban dormidas. Me dijo: ‘No, te tienes que salir de la casa. Me acaba de hablar el Alex. Me insultó y me dijo que le pagara la renta o que les iba a pasar algo a ustedes o a mí, acá en Tampico, porque él y Paco (Francisco Ibarra) conocen a mucha gente dentro y fuera de la cárcel que nos puede hacer daño’. Me dijo que el tipo estaba drogado y gritándole, que le pidió que se calmara, pues él nunca le había faltado al respeto; que se conocen desde hace años y también a su esposa e hijas. Le pidió que no hiciera algo de lo que después pudiera arrepentirse. Me contó que el tipo se quedó callado, luego le pidió disculpas y colgó.
“Juan me dijo que de inmediato le marcó a Paco y le contó lo que le dijo Alex, pero que Ibarra le habló con un tono que jamás había usado. Le comentó que independientemente de que nos fuéramos mis hijas y yo, le tenía que pagar la renta de 12 meses. Me volvió a decir: ‘Te tienes que ir ahorita’. Le respondí: ‘Estás loco, ¿a dónde quieres que me vaya? Son las 11, estamos a cero grados. No me voy a ir acostar con mis hijas a una banqueta”, narra Mónica Villarreal en entrevista con Proceso.
Refiere que conoció Alejandro Villalobos en mayo de 2011 cuando se presentó en su casa buscando a su marido. Recuerda que el sujeto sudaba copiosamente, tenía los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas y se balanceaba sobre sus pies sin dejar de moverse ni un momento. “Cerré la puerta rápido y le dije a Juan: ‘afuera te busca un drogadicto’. Salió y regresó muy rápido, con el rostro desencajado. Agarró la chequera y firmó un cheque a nombre de ese tipo por 11 mil 500 pesos. Le pregunté quién era y me dijo que un ayudante de Paco, que lo había mandado a cobrarle la renta”.
Desde ese día, Mónica Villarreal, madre de un par de niñas de dos y nueve años, ha vivido en la zozobra. A la incertidumbre de que Francisco Ibarra no pagaba a tiempo los sueldos de los jugadores se sumó la presión de pagar la renta por la casa que el mismo dueño del equipo les había prestado para vivir.
Desesperada por los adeudos económicos que Ibarra mantiene con todos los jugadores que han militado en Indios desde antes de que subieran a Primera División (en mayo de 2008), pero sobre todo por los abusos que ha cometido contra Juan Augusto Gómez, Juan de la Barrera, Tomás Campos, Manuel Tripa Pérez, Edwin Santibáñez, Julio Daniel Maleno Frías y Ricardo Esqueda, a quienes ya despojó de sus casas o está en vías de hacerlo, Villarreal narra el calvario que viven los futbolistas y que han callado por temor a las represalias.
“Yo también tengo miedo. Sé que Paco y el Alex tienen los medios para dañarme y hacer que parezca una cifra más (de muertos) en Juárez. Algo como que entraron, robaron, las mataron, violaron a sus hijas y aparecieron en un bote quemadas. Si a mí o a mis hijas nos llega a pasar algo no va llamar la atención porque eso pasa aquí todos los días. De cualquier manera qué podemos perder. Ya nos fregó por todos lados. Yo estoy aquí sola con mis hijas. No me puedo ir con mi esposo ni con mi familia porque no tengo dinero para una mudanza. Ni tampoco puedo dejar mis cosas e irme en avión, ¿con qué dinero compro los boletos?, ¿con qué inscribo a mi hija a la escuela, y pago uniforme, libros? No me puedo ir. Todo mi patrimonio está adentro de esa casa; debo quedarme a su merced y aguantarme sus amenazas. No sé si las cumplirá o no, pero no quiero estar como los demás que se aguantan y no dicen nada. Si ahorita me está amenazando a mí, mañana será la esposa de Campos o la del Maleno. Yo no me quedo callada.”
–¿Usted habla en nombre de todos los jugadores que guardan silencio por miedo, o porque tienen la esperanza de recuperar su dinero o sus casas?
–Así es. Ellos también tienen temor y creen que no ganan nada denunciándolo. (Ibarra) Les ha quedado a deber a todos los jugadores, a los que jugaron los primeros torneos en la Primera A, a los que luego fueron campeones y ascendieron a Primera División. No es justo que este tipo haga tanto daño a los jugadores y a sus familias. Cobró carísimo cada boleto en el estadio que siempre se llenó. Cobró cada patrocinio, explotó a los jugadores con comerciales y publicidad de supermercados, de restaurantes. Se quedó con todo. Es mentira que no tiene dinero. Las camisetas siempre se vendieron. Los dizque palcos los vendió muy caros; cobró el estacionamiento y bien cobrado. El estadio siempre estaba lleno hasta los pasillos y las escaleras porque siempre vendió boletos de más. Se quedó con todo y aparte perdió al equipo. ¿Qué hizo con todo ese dinero?
Sólo promesas
Mónica recuerda que cuando en 2007 Juan Augusto Gómez fichó por Indios de Ciudad Juárez todo era “felicidad y compromiso”. Ibarra aparentaba ser un hombre de familia, muy apegado a su padre y hermanos, dueños de la constructora Grupo Yvasa. Tanto estimaba el dueño del equipo a sus jugadores que acostumbraba invitarlos con frecuencia a comer a su casa. Todo iba bien, dice, hasta que Ibarra comenzó a atrasarse en los pagos a los futbolistas.
Y agrega: “Paco siempre les decía: ‘Confíen en mí, estoy remando solo, nadie me quiere ayudar y estoy empeñando hasta mis calzones por ustedes’. Ese siempre fue su discurso. En lo deportivo al equipo le iba bien y les prometía de todo a los jugadores. Un día llegó mi esposo y me dijo: “Este loco (Paco) nos prometió que nos va a dar 1 millón de pesos a los titulares si quedamos campeones y logramos el ascenso’. Se los dijo muchas veces, a pesar de que les debía meses de sueldo. Salieron campeones y muchos empezaron a reclamar el millón de pesos. Salió con que le quedaron mal con un dinero. Como todo fue de palabra, terminaron pensando que sólo lo dijo porque sí. Le cobraron entonces las quincenas atrasadas y otra vez salió con que ‘espérenme, estoy batallando’. Así empezó a quedar a deber, a prometer y a dejar de cumplir”.
Con el equipo instalado en la Primera División, Ibarra tomó la decisión de cobrarle a las esposas de los futbolistas los lugares donde se sentaban con sus hijos en el estadio olímpico Benito Juárez en los partidos como locales. Les vendió como “palco” las butacas que ocupaban, a razón de 5 mil pesos por señora o infante. Como nadie quiso pagar, Ibarra les vendió boletos para los lugares que se encuentran debajo de donde se ubicaba el grupo de aficionados que acostumbraba celebrar derramando cerveza sobre otros fanáticos. Esposas e hijos de jugadores terminaban empapados después de cada gol.
Una de las esposas le comentó a Ibarra la situación y le pidió que las cambiara de lugar. En respuesta, el directivo prohibió la entrada a menores de tres años. La mayoría de los hijos de los futbolistas eran pequeños de esa edad, así que al no tener con quien encargar a los niños las señoras dejaron de ir a los partidos.
“Como se perdieron los primeros cuatro juegos en Primera División, Ibarra corrió a Sergio Orduña (director técnico), trajo a (Héctor Hugo) Eugui y ahí empezó lo peor. Cada vez debía más dinero, ya no contestaba el teléfono, se la pasaba recluido en El Paso (Texas) y nunca más volvió a entrar a un vestidor. Dejó de saludar a los jugadores que más le reclamaban por la falta de pago y luego los congelaban y ya no jugaban. No los mandaba llamar ni para entrenar. Para el torneo cuando el equipo llegó hasta la semifinal las cosas estaban terribles, pero no salía nada en la prensa. Un día los jugadores no se concentraron en protesta porque no cobraban, y aunque lo declararon a la prensa local la noticia no se difundió. Era ridículo leer en los diarios la declaración de Ibarra, quien aseguraba que había mandado a los jugadores a sus casas porque estaban mejor con sus familias que concentrados en un hotel, cuando la verdad era que los jugadores no se presentaban para presionarlo por el dinero que les adeudaba”, detalla Mónica.
Después del torneo Clausura 2009, cuando Indios avanzó hasta semifinales, los adeudos con algunos de los jugadores eran tan grandes que Ibarra les ofreció pagarles con casas. Mónica le dijo a Juan Alonso Gómez que no aceptara, pues ya no confiaba en el dueño del equipo; además, el valor de los inmuebles era de 980 mil pesos, cantidad que no saldaba su deuda. “A mi esposo era al que menos le debía y era como 1 millón 200 mil pesos”, dice. Ibarra ofreció a Gómez pagarle la mitad de lo que le debía en mensualidades. El jugador aceptó y se marchó al equipo de los Lobos BUAP.
Quienes sí aceptaron por pago una casa fueron el Tripa Pérez, Cirilo Saucedo, Juan de la Barrera, Maleno Frías y Ricardo Esqueda.
“En total fueron seis casas en el mismo fraccionamiento con las que dizque saldó sus deudas. Todas las está quitando ahorita, menos la de Cirilo porque no aceptó nada de palabra y sus abogados sacaron las escrituras. Fue el único al que no se fregó. Juan de la Barrera quiso una casa más grande en otro fraccionamiento y hasta pagó una diferencia.
“A esa casa le cambiaron la chapa y le sacaron los muebles, igual a la del Maleno y la de Esqueda. La que tiene Tomás ahorita era del Tripa, quien pensó que ya era suya, pero cuando se fue a otro equipo Ibarra mandó a vivir ahí a Edwin Santibáñez; también a él le pagó con esa misma casa. Cuando Edwin se fue a jugar a Torreón, Ibarra se la dio a Campos. Edwin metió abogados, la peleó y no la pudo recuperar. No es justo. Creyendo que era de él le puso duela, sistema de riego, pasto al jardín, cocina nueva, portón eléctrico. Ahora Tomás esta ahí y ya también lo mandaron sacar porque no paga renta”, explica.
El lavadero
Desde que la Secretaría de Hacienda requirió a la directiva de Indios el pago de impuestos, dice Mónica, “casualmente” les pasó lo mismo a los jugadores del equipo que siempre se quejaban de la falta de pago. Aclara que las obligaciones tributarías correspondían al club porque los futbolistas no estaban en nómina, no entregaban recibos de honorarios ni recibían comprobantes de pago.
“Ya me habían comentado –dice Mónica– que Paco era lavador de dinero. Cuando le cayó Hacienda también se la echó a los que estaban reclamando dinero: al Tripa y a Edwin después de reclamar los papales de su casa. Después le pasó lo mismo a Juan de la Barrera. Fueron como a seis o siete. Hace dos semanas nos llegó un aviso (del SAT). Yo supongo que sí lava dinero y no es el primer equipo que lo hace. En el futbol es muy raro estar en nómina. Te depositan cuando pueden: un día en un banco, otro día en otro; a veces te citan en un restaurante o en una casa y pagan en efectivo en la noche. Es vil lavado de dinero, si no, ¿por qué en efectivo y en distintos bancos? En Indios a nadie nunca le dieron un comprobante de pago”.
Aunque nació en Monterrey, Villarreal asegura que a ella y su familia les encanta vivir en Ciudad Juárez, pese a la inseguridad y violencia que prevalece en este lugar. Nunca se acostumbraron a vivir en Puebla y la mayor de sus hijas le pidió a su papá que regresaran a donde viven sus mejores amigas.
Para el Apertura 2010, Gómez fichó otra vez por los Indios, que ya habían regresado a la liga de Ascenso. Firmó contrato por un año con la esperanza de alargarlo a dos, y después retirarse con 38 años cumplidos.
“Usó sus ahorros de 15 años para montar en Juárez una escuelita de futbol con cancha techada. La vio como un negocio con el que podríamos vivir cuando se retirara. La verdad es que cobramos muy poquito y regalamos los uniformes a los niños. Vamos a terminar traspasándola porque ya no tenemos dinero. Todo el año pasado apenas cobró dos quincenas, una en marzo y otra en mayo, que fue cuando el Alex empezó a cobrarnos la renta. Como El Teto (Héctor Murguía, presidente municipal de Juárez) estaba prometiendo que iba a haber dinero y decían que el gobierno del estado iba a dar 5 millones, creímos que nos iban a pagar, pero no fue así. En septiembre mi esposo le dijo al Alex que ya no iba a pagar porque no teníamos dinero. Pagamos tres rentas de 11 mil 500 donde cuestan en realidad 4 mil pesos. Ahora nos están cobrando todo el año más dos años de mantenimiento, que es de 350 pesos al mes”, lamenta Villarreal.
Asegura que en cuanto se cambie de casa presentará una denuncia en contra de Ibarra y de Villalobos. “Espero justicia. Tomás me dice que no lo haga, que la voy a regar y que no nos va a pagar. Ya le dije que se dé cuenta que si en cuatro años no ha pagado, ese dinero ya lo perdimos. Tampoco puedo ser optimista y creer que no nos van a hacer nada. Si nos van a causar daño al menos que se sepa que fue él. Aquí mucha gente consume cocaína y lo dicen como si fuera normal. Paco ha tenido tres achichincles: Alex, Héctor y El Richi. En una comida éste nos platicó que había estado en la cárcel por tráfico de cocaína y que su esposa se quería divorciar porque tenía problemas de drogas. En los vestidores del equipo ellos se drogaban; a veces contaban los jugadores que veían que se les caía la bolsita de cocaína o que les pedían dinero para comprar. Eran sus ayudantes, sus choferes, la gente que hace el trabajo sucio a Paco”.
Agrega que en la Femexfut les dijeron a los jugadores que comenzarían a pagarles a partir del 15 de marzo, pero que sólo serán tres meses de sueldo porque el dinero de la fianza depositada se acabó en pagar adeudos al cuerpo técnico y otros jugadores.
“Les dijeron que ya ni reclamen porque simplemente no hay dinero y la federación ya no se puede hacer cargo. Lo que les den será además en seis u ocho mensualidades. También pregunto de dónde saldrá ese dinero. ¿De Héctor Espino (expresidente del equipo) que se asoció con Paco Ibarra junto con otros dos socios fantasmas que nunca dijeron quiénes eran? Eso deja mucho en qué pensar: ¿Por qué pusieron dinero, quiénes son? ¿Es de parte del narcotráfico, del gobierno, de los impuestos? Conocimos a Espino y creemos que sólo lo utilizaron de pantalla. No sabe de futbol, ni le gusta porque él está en el beisbol. Tampoco tiene el dinero para ser socio. Bajó una que otra vez al vestidor a decir que ya se les iba a pagar y ya.
“Nadie investiga ni hace nada. El mismo padre de Paco dice que no quiere tener nada que ver con su hijo porque lo traicionó. El señor escribió el himno del equipo, le puso el nombre y lo terminó registrando porque Paco estaba haciendo transas. El hecho de que ni tu papá te quiera y tus hermanos te den la espalda, habla pestes de ti. Paco no pudo con su ambición, con el poder ni con el dinero. Tenía todo y se llevó entre las patas a los que dieron todo por él y por el equipo”, asevera Mónica.
En diciembre pasado, la Femexfut desafilió al club Indios de Ciudad Juárez y su propietario, Francisco Ibarra, quedó a deber sumas millonarias a varios de sus jugadores. Desesperada, la esposa de una de ellos, Mónica Villarreal, cuenta a Proceso el infierno en que viven varios de los futbolistas y en especial su marido que ha sido amenazado por empleados del empresario juarense. Y va más allá: dice que por la manera en que Ibarra manejaba los recursos –pagos en efectivo y sin recibo–, no descarta que se dedique al lavado de dinero…
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La primera vez que Mónica Villarreal pensó en que podía morirse fue el jueves 26 de enero, cuando cerca de las 11 de la noche su esposo, Juan Augusto Gómez, exjugador del club Indios de Ciudad de Juárez, le llamó por teléfono para decirle que tomara a sus hijas y se saliera de su casa ubicada en el fraccionamiento Las Palmas, donde vive desde hace un año.
Gómez, quien ahora milita con el equipo Estudiantes de Altamira de la liga de Ascenso, le dijo a su esposa que fue amenazado por Alejandro Villalobos, un empleado del empresario juarense Francisco Ibarra, propietario de Indios hasta el 28 de diciembre pasado, cuando la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) desafilió al club porque el directivo incumplió con sus compromisos económicos.
“Me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que ya me iba a acostar y que las niñas estaban dormidas. Me dijo: ‘No, te tienes que salir de la casa. Me acaba de hablar el Alex. Me insultó y me dijo que le pagara la renta o que les iba a pasar algo a ustedes o a mí, acá en Tampico, porque él y Paco (Francisco Ibarra) conocen a mucha gente dentro y fuera de la cárcel que nos puede hacer daño’. Me dijo que el tipo estaba drogado y gritándole, que le pidió que se calmara, pues él nunca le había faltado al respeto; que se conocen desde hace años y también a su esposa e hijas. Le pidió que no hiciera algo de lo que después pudiera arrepentirse. Me contó que el tipo se quedó callado, luego le pidió disculpas y colgó.
“Juan me dijo que de inmediato le marcó a Paco y le contó lo que le dijo Alex, pero que Ibarra le habló con un tono que jamás había usado. Le comentó que independientemente de que nos fuéramos mis hijas y yo, le tenía que pagar la renta de 12 meses. Me volvió a decir: ‘Te tienes que ir ahorita’. Le respondí: ‘Estás loco, ¿a dónde quieres que me vaya? Son las 11, estamos a cero grados. No me voy a ir acostar con mis hijas a una banqueta”, narra Mónica Villarreal en entrevista con Proceso.
Refiere que conoció Alejandro Villalobos en mayo de 2011 cuando se presentó en su casa buscando a su marido. Recuerda que el sujeto sudaba copiosamente, tenía los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas y se balanceaba sobre sus pies sin dejar de moverse ni un momento. “Cerré la puerta rápido y le dije a Juan: ‘afuera te busca un drogadicto’. Salió y regresó muy rápido, con el rostro desencajado. Agarró la chequera y firmó un cheque a nombre de ese tipo por 11 mil 500 pesos. Le pregunté quién era y me dijo que un ayudante de Paco, que lo había mandado a cobrarle la renta”.
Desde ese día, Mónica Villarreal, madre de un par de niñas de dos y nueve años, ha vivido en la zozobra. A la incertidumbre de que Francisco Ibarra no pagaba a tiempo los sueldos de los jugadores se sumó la presión de pagar la renta por la casa que el mismo dueño del equipo les había prestado para vivir.
Desesperada por los adeudos económicos que Ibarra mantiene con todos los jugadores que han militado en Indios desde antes de que subieran a Primera División (en mayo de 2008), pero sobre todo por los abusos que ha cometido contra Juan Augusto Gómez, Juan de la Barrera, Tomás Campos, Manuel Tripa Pérez, Edwin Santibáñez, Julio Daniel Maleno Frías y Ricardo Esqueda, a quienes ya despojó de sus casas o está en vías de hacerlo, Villarreal narra el calvario que viven los futbolistas y que han callado por temor a las represalias.
“Yo también tengo miedo. Sé que Paco y el Alex tienen los medios para dañarme y hacer que parezca una cifra más (de muertos) en Juárez. Algo como que entraron, robaron, las mataron, violaron a sus hijas y aparecieron en un bote quemadas. Si a mí o a mis hijas nos llega a pasar algo no va llamar la atención porque eso pasa aquí todos los días. De cualquier manera qué podemos perder. Ya nos fregó por todos lados. Yo estoy aquí sola con mis hijas. No me puedo ir con mi esposo ni con mi familia porque no tengo dinero para una mudanza. Ni tampoco puedo dejar mis cosas e irme en avión, ¿con qué dinero compro los boletos?, ¿con qué inscribo a mi hija a la escuela, y pago uniforme, libros? No me puedo ir. Todo mi patrimonio está adentro de esa casa; debo quedarme a su merced y aguantarme sus amenazas. No sé si las cumplirá o no, pero no quiero estar como los demás que se aguantan y no dicen nada. Si ahorita me está amenazando a mí, mañana será la esposa de Campos o la del Maleno. Yo no me quedo callada.”
–¿Usted habla en nombre de todos los jugadores que guardan silencio por miedo, o porque tienen la esperanza de recuperar su dinero o sus casas?
–Así es. Ellos también tienen temor y creen que no ganan nada denunciándolo. (Ibarra) Les ha quedado a deber a todos los jugadores, a los que jugaron los primeros torneos en la Primera A, a los que luego fueron campeones y ascendieron a Primera División. No es justo que este tipo haga tanto daño a los jugadores y a sus familias. Cobró carísimo cada boleto en el estadio que siempre se llenó. Cobró cada patrocinio, explotó a los jugadores con comerciales y publicidad de supermercados, de restaurantes. Se quedó con todo. Es mentira que no tiene dinero. Las camisetas siempre se vendieron. Los dizque palcos los vendió muy caros; cobró el estacionamiento y bien cobrado. El estadio siempre estaba lleno hasta los pasillos y las escaleras porque siempre vendió boletos de más. Se quedó con todo y aparte perdió al equipo. ¿Qué hizo con todo ese dinero?
Sólo promesas
Mónica recuerda que cuando en 2007 Juan Augusto Gómez fichó por Indios de Ciudad Juárez todo era “felicidad y compromiso”. Ibarra aparentaba ser un hombre de familia, muy apegado a su padre y hermanos, dueños de la constructora Grupo Yvasa. Tanto estimaba el dueño del equipo a sus jugadores que acostumbraba invitarlos con frecuencia a comer a su casa. Todo iba bien, dice, hasta que Ibarra comenzó a atrasarse en los pagos a los futbolistas.
Y agrega: “Paco siempre les decía: ‘Confíen en mí, estoy remando solo, nadie me quiere ayudar y estoy empeñando hasta mis calzones por ustedes’. Ese siempre fue su discurso. En lo deportivo al equipo le iba bien y les prometía de todo a los jugadores. Un día llegó mi esposo y me dijo: “Este loco (Paco) nos prometió que nos va a dar 1 millón de pesos a los titulares si quedamos campeones y logramos el ascenso’. Se los dijo muchas veces, a pesar de que les debía meses de sueldo. Salieron campeones y muchos empezaron a reclamar el millón de pesos. Salió con que le quedaron mal con un dinero. Como todo fue de palabra, terminaron pensando que sólo lo dijo porque sí. Le cobraron entonces las quincenas atrasadas y otra vez salió con que ‘espérenme, estoy batallando’. Así empezó a quedar a deber, a prometer y a dejar de cumplir”.
Con el equipo instalado en la Primera División, Ibarra tomó la decisión de cobrarle a las esposas de los futbolistas los lugares donde se sentaban con sus hijos en el estadio olímpico Benito Juárez en los partidos como locales. Les vendió como “palco” las butacas que ocupaban, a razón de 5 mil pesos por señora o infante. Como nadie quiso pagar, Ibarra les vendió boletos para los lugares que se encuentran debajo de donde se ubicaba el grupo de aficionados que acostumbraba celebrar derramando cerveza sobre otros fanáticos. Esposas e hijos de jugadores terminaban empapados después de cada gol.
Una de las esposas le comentó a Ibarra la situación y le pidió que las cambiara de lugar. En respuesta, el directivo prohibió la entrada a menores de tres años. La mayoría de los hijos de los futbolistas eran pequeños de esa edad, así que al no tener con quien encargar a los niños las señoras dejaron de ir a los partidos.
“Como se perdieron los primeros cuatro juegos en Primera División, Ibarra corrió a Sergio Orduña (director técnico), trajo a (Héctor Hugo) Eugui y ahí empezó lo peor. Cada vez debía más dinero, ya no contestaba el teléfono, se la pasaba recluido en El Paso (Texas) y nunca más volvió a entrar a un vestidor. Dejó de saludar a los jugadores que más le reclamaban por la falta de pago y luego los congelaban y ya no jugaban. No los mandaba llamar ni para entrenar. Para el torneo cuando el equipo llegó hasta la semifinal las cosas estaban terribles, pero no salía nada en la prensa. Un día los jugadores no se concentraron en protesta porque no cobraban, y aunque lo declararon a la prensa local la noticia no se difundió. Era ridículo leer en los diarios la declaración de Ibarra, quien aseguraba que había mandado a los jugadores a sus casas porque estaban mejor con sus familias que concentrados en un hotel, cuando la verdad era que los jugadores no se presentaban para presionarlo por el dinero que les adeudaba”, detalla Mónica.
Después del torneo Clausura 2009, cuando Indios avanzó hasta semifinales, los adeudos con algunos de los jugadores eran tan grandes que Ibarra les ofreció pagarles con casas. Mónica le dijo a Juan Alonso Gómez que no aceptara, pues ya no confiaba en el dueño del equipo; además, el valor de los inmuebles era de 980 mil pesos, cantidad que no saldaba su deuda. “A mi esposo era al que menos le debía y era como 1 millón 200 mil pesos”, dice. Ibarra ofreció a Gómez pagarle la mitad de lo que le debía en mensualidades. El jugador aceptó y se marchó al equipo de los Lobos BUAP.
Quienes sí aceptaron por pago una casa fueron el Tripa Pérez, Cirilo Saucedo, Juan de la Barrera, Maleno Frías y Ricardo Esqueda.
“En total fueron seis casas en el mismo fraccionamiento con las que dizque saldó sus deudas. Todas las está quitando ahorita, menos la de Cirilo porque no aceptó nada de palabra y sus abogados sacaron las escrituras. Fue el único al que no se fregó. Juan de la Barrera quiso una casa más grande en otro fraccionamiento y hasta pagó una diferencia.
“A esa casa le cambiaron la chapa y le sacaron los muebles, igual a la del Maleno y la de Esqueda. La que tiene Tomás ahorita era del Tripa, quien pensó que ya era suya, pero cuando se fue a otro equipo Ibarra mandó a vivir ahí a Edwin Santibáñez; también a él le pagó con esa misma casa. Cuando Edwin se fue a jugar a Torreón, Ibarra se la dio a Campos. Edwin metió abogados, la peleó y no la pudo recuperar. No es justo. Creyendo que era de él le puso duela, sistema de riego, pasto al jardín, cocina nueva, portón eléctrico. Ahora Tomás esta ahí y ya también lo mandaron sacar porque no paga renta”, explica.
El lavadero
Desde que la Secretaría de Hacienda requirió a la directiva de Indios el pago de impuestos, dice Mónica, “casualmente” les pasó lo mismo a los jugadores del equipo que siempre se quejaban de la falta de pago. Aclara que las obligaciones tributarías correspondían al club porque los futbolistas no estaban en nómina, no entregaban recibos de honorarios ni recibían comprobantes de pago.
“Ya me habían comentado –dice Mónica– que Paco era lavador de dinero. Cuando le cayó Hacienda también se la echó a los que estaban reclamando dinero: al Tripa y a Edwin después de reclamar los papales de su casa. Después le pasó lo mismo a Juan de la Barrera. Fueron como a seis o siete. Hace dos semanas nos llegó un aviso (del SAT). Yo supongo que sí lava dinero y no es el primer equipo que lo hace. En el futbol es muy raro estar en nómina. Te depositan cuando pueden: un día en un banco, otro día en otro; a veces te citan en un restaurante o en una casa y pagan en efectivo en la noche. Es vil lavado de dinero, si no, ¿por qué en efectivo y en distintos bancos? En Indios a nadie nunca le dieron un comprobante de pago”.
Aunque nació en Monterrey, Villarreal asegura que a ella y su familia les encanta vivir en Ciudad Juárez, pese a la inseguridad y violencia que prevalece en este lugar. Nunca se acostumbraron a vivir en Puebla y la mayor de sus hijas le pidió a su papá que regresaran a donde viven sus mejores amigas.
Para el Apertura 2010, Gómez fichó otra vez por los Indios, que ya habían regresado a la liga de Ascenso. Firmó contrato por un año con la esperanza de alargarlo a dos, y después retirarse con 38 años cumplidos.
“Usó sus ahorros de 15 años para montar en Juárez una escuelita de futbol con cancha techada. La vio como un negocio con el que podríamos vivir cuando se retirara. La verdad es que cobramos muy poquito y regalamos los uniformes a los niños. Vamos a terminar traspasándola porque ya no tenemos dinero. Todo el año pasado apenas cobró dos quincenas, una en marzo y otra en mayo, que fue cuando el Alex empezó a cobrarnos la renta. Como El Teto (Héctor Murguía, presidente municipal de Juárez) estaba prometiendo que iba a haber dinero y decían que el gobierno del estado iba a dar 5 millones, creímos que nos iban a pagar, pero no fue así. En septiembre mi esposo le dijo al Alex que ya no iba a pagar porque no teníamos dinero. Pagamos tres rentas de 11 mil 500 donde cuestan en realidad 4 mil pesos. Ahora nos están cobrando todo el año más dos años de mantenimiento, que es de 350 pesos al mes”, lamenta Villarreal.
Asegura que en cuanto se cambie de casa presentará una denuncia en contra de Ibarra y de Villalobos. “Espero justicia. Tomás me dice que no lo haga, que la voy a regar y que no nos va a pagar. Ya le dije que se dé cuenta que si en cuatro años no ha pagado, ese dinero ya lo perdimos. Tampoco puedo ser optimista y creer que no nos van a hacer nada. Si nos van a causar daño al menos que se sepa que fue él. Aquí mucha gente consume cocaína y lo dicen como si fuera normal. Paco ha tenido tres achichincles: Alex, Héctor y El Richi. En una comida éste nos platicó que había estado en la cárcel por tráfico de cocaína y que su esposa se quería divorciar porque tenía problemas de drogas. En los vestidores del equipo ellos se drogaban; a veces contaban los jugadores que veían que se les caía la bolsita de cocaína o que les pedían dinero para comprar. Eran sus ayudantes, sus choferes, la gente que hace el trabajo sucio a Paco”.
Agrega que en la Femexfut les dijeron a los jugadores que comenzarían a pagarles a partir del 15 de marzo, pero que sólo serán tres meses de sueldo porque el dinero de la fianza depositada se acabó en pagar adeudos al cuerpo técnico y otros jugadores.
“Les dijeron que ya ni reclamen porque simplemente no hay dinero y la federación ya no se puede hacer cargo. Lo que les den será además en seis u ocho mensualidades. También pregunto de dónde saldrá ese dinero. ¿De Héctor Espino (expresidente del equipo) que se asoció con Paco Ibarra junto con otros dos socios fantasmas que nunca dijeron quiénes eran? Eso deja mucho en qué pensar: ¿Por qué pusieron dinero, quiénes son? ¿Es de parte del narcotráfico, del gobierno, de los impuestos? Conocimos a Espino y creemos que sólo lo utilizaron de pantalla. No sabe de futbol, ni le gusta porque él está en el beisbol. Tampoco tiene el dinero para ser socio. Bajó una que otra vez al vestidor a decir que ya se les iba a pagar y ya.
“Nadie investiga ni hace nada. El mismo padre de Paco dice que no quiere tener nada que ver con su hijo porque lo traicionó. El señor escribió el himno del equipo, le puso el nombre y lo terminó registrando porque Paco estaba haciendo transas. El hecho de que ni tu papá te quiera y tus hermanos te den la espalda, habla pestes de ti. Paco no pudo con su ambición, con el poder ni con el dinero. Tenía todo y se llevó entre las patas a los que dieron todo por él y por el equipo”, asevera Mónica.
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