Ricardo Alemán
Si ya en 2010 se aliaron electoralmente el PAN y algunos partidos de las llamadas izquierdas —lo que les dio el triunfo en tres elecciones estatales—, hoy de nueva cuenta van juntos —Calderón y AMLO— contra el PRI. Pero, en el fondo, el objetivo común es hacer todo lo posible para que Enrique Peña Nieto no se convierta en Presidente.
Pero también es cierto que, en tanto líderes de la derecha y de las izquierdas mexicanas, los señores Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador tienen todo el derecho de hacer lo necesario —política y legalmente válido— para impedir que su adversario político se convierta en Presidente de todos los mexicanos, en las elecciones de julio próximo.
Sin embargo, todo apunta a que, si bien Calderón y AMLO van juntos en la intención de tumbar a Peña Nieto, también “van de la mano” en la guerra sucia contra el PRI todo y, en el extremo, en la decisión de despedir al incómodo titular de la FEPADE —con el que chocaron la izquierda y la derecha por la elección de Michoacán—, y en el nombramiento de una nueva fiscal que abiertamente es avalada por Calderón y AMLO. ¿Y las pruebas de esa alianza? Pues están a la vista de todo el que quiera verlas.
Resulta que, por decisión presidencial, al titular de la FEPADE, José Luis Vargas, lo echaron del cargo y, en su lugar, fue designada Imelda Calvillo, servidora pública del círculo íntimo de la procuradora Marisela Morales y de la candidata del PAN al GDF, Isabel Miranda.
Lo curioso del asunto, sin embargo, es que oficialmente nada se ha dicho de las razones que motivaron el manotazo autoritario del presidente Calderón. ¿Por qué fue echado José Luis Vargas, si su desempeño en la fiscalía mostraba resultados inmejorables? ¿Por qué el presidente Calderón hoy se comporta como un político al más puro estilo del viejo PRI, al que Calderón y el PAN combatieron por su profundo autoritarismo?
Pero acaso lo más grave sea el inexplicable silencio que se expresa en la llamada izquierda mexicana. ¿Por qué nadie en el PRD, el PT y lo que queda de Convergencia ha dicho nada?; ¿por qué todos esconden la cabeza o, en el extremo, avalan una decisión presidencial profundamente autoritaria y nada democrática? Lo que queda claro es que, al final de su sexenio, Calderón está recurriendo a todo lo que cuestionó cuando era opositor.
Lo cierto es que el hoy ex fiscal para Delitos Electorales fue echado del cargo luego de que entró en colisión con el PAN y con el PRD, al negarse a apoyar la anulación de las elecciones de Michoacán, en las que tanto azules como amarillos reclamaron serias irregularidades, debido a la participación del crimen organizado. Esa postura fue entendida como “una traición”, ya que, según la moderna versión de la democracia mexicana que tienen en la casa presidencial, los servidores públicos deben ser incondicionales del interés presidencial.
Y en realidad no tendría nada de extraño que hacia el final de su gestión el presidente Felipe Calderón haya olvidado buena parte de los principios que animaron la creación del PAN y más de medio siglo de apostolado democrático. Al final de cuentas, lo que está en juego es el poder, y un partido como el PAN —según los calderonistas— no puede dejar, así nomás porque sí, el poder.
Lo más interesante, y revelador, es que los partidos y los líderes de la llamada izquierda parecen haberse alineado a esa misma lógica de poder que maneja el presidente Calderón. Y el jefe político de esa izquierda, el rezagado Andrés Manuel López Obrador, hoy aparece “agarradito y de la mano” con Felipe Calderón. Y las evidencias de esa metamorfosis las vimos hace horas. Buena parte de los centros de poder de las izquierdas se han sumado, de manera abierta, a la campaña lanzada desde el PAN contra los malos gobiernos del PRI.
Pero lo más revelador es que, a la instrucción de López Obrador —quien fue el primero en avalar que Calderón haya despedido de manera autoritaria al fiscal de la FEPADE—, todos los prohombres de las izquierdas prácticamente aplaudieron el gesto autoritario, nada democrático, y que confirma que Calderón no entregará el poder presidencial al PRI.
Y es que, con el control total de la fiscalía, el gobierno de Calderón y sus aliados por conveniencia, los políticos de la izquierda y su odiado AMLO, tienen en sus manos una de las armas más poderosas para —en una hipótesis descabellada— tratar de reventar la elección presidencial, igual que intentó, en dos momentos, cancelar la elección de Michoacán. Pero la guerra apenas empieza. Al tiempo.
Si ya en 2010 se aliaron electoralmente el PAN y algunos partidos de las llamadas izquierdas —lo que les dio el triunfo en tres elecciones estatales—, hoy de nueva cuenta van juntos —Calderón y AMLO— contra el PRI. Pero, en el fondo, el objetivo común es hacer todo lo posible para que Enrique Peña Nieto no se convierta en Presidente.
Pero también es cierto que, en tanto líderes de la derecha y de las izquierdas mexicanas, los señores Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador tienen todo el derecho de hacer lo necesario —política y legalmente válido— para impedir que su adversario político se convierta en Presidente de todos los mexicanos, en las elecciones de julio próximo.
Sin embargo, todo apunta a que, si bien Calderón y AMLO van juntos en la intención de tumbar a Peña Nieto, también “van de la mano” en la guerra sucia contra el PRI todo y, en el extremo, en la decisión de despedir al incómodo titular de la FEPADE —con el que chocaron la izquierda y la derecha por la elección de Michoacán—, y en el nombramiento de una nueva fiscal que abiertamente es avalada por Calderón y AMLO. ¿Y las pruebas de esa alianza? Pues están a la vista de todo el que quiera verlas.
Resulta que, por decisión presidencial, al titular de la FEPADE, José Luis Vargas, lo echaron del cargo y, en su lugar, fue designada Imelda Calvillo, servidora pública del círculo íntimo de la procuradora Marisela Morales y de la candidata del PAN al GDF, Isabel Miranda.
Lo curioso del asunto, sin embargo, es que oficialmente nada se ha dicho de las razones que motivaron el manotazo autoritario del presidente Calderón. ¿Por qué fue echado José Luis Vargas, si su desempeño en la fiscalía mostraba resultados inmejorables? ¿Por qué el presidente Calderón hoy se comporta como un político al más puro estilo del viejo PRI, al que Calderón y el PAN combatieron por su profundo autoritarismo?
Pero acaso lo más grave sea el inexplicable silencio que se expresa en la llamada izquierda mexicana. ¿Por qué nadie en el PRD, el PT y lo que queda de Convergencia ha dicho nada?; ¿por qué todos esconden la cabeza o, en el extremo, avalan una decisión presidencial profundamente autoritaria y nada democrática? Lo que queda claro es que, al final de su sexenio, Calderón está recurriendo a todo lo que cuestionó cuando era opositor.
Lo cierto es que el hoy ex fiscal para Delitos Electorales fue echado del cargo luego de que entró en colisión con el PAN y con el PRD, al negarse a apoyar la anulación de las elecciones de Michoacán, en las que tanto azules como amarillos reclamaron serias irregularidades, debido a la participación del crimen organizado. Esa postura fue entendida como “una traición”, ya que, según la moderna versión de la democracia mexicana que tienen en la casa presidencial, los servidores públicos deben ser incondicionales del interés presidencial.
Y en realidad no tendría nada de extraño que hacia el final de su gestión el presidente Felipe Calderón haya olvidado buena parte de los principios que animaron la creación del PAN y más de medio siglo de apostolado democrático. Al final de cuentas, lo que está en juego es el poder, y un partido como el PAN —según los calderonistas— no puede dejar, así nomás porque sí, el poder.
Lo más interesante, y revelador, es que los partidos y los líderes de la llamada izquierda parecen haberse alineado a esa misma lógica de poder que maneja el presidente Calderón. Y el jefe político de esa izquierda, el rezagado Andrés Manuel López Obrador, hoy aparece “agarradito y de la mano” con Felipe Calderón. Y las evidencias de esa metamorfosis las vimos hace horas. Buena parte de los centros de poder de las izquierdas se han sumado, de manera abierta, a la campaña lanzada desde el PAN contra los malos gobiernos del PRI.
Pero lo más revelador es que, a la instrucción de López Obrador —quien fue el primero en avalar que Calderón haya despedido de manera autoritaria al fiscal de la FEPADE—, todos los prohombres de las izquierdas prácticamente aplaudieron el gesto autoritario, nada democrático, y que confirma que Calderón no entregará el poder presidencial al PRI.
Y es que, con el control total de la fiscalía, el gobierno de Calderón y sus aliados por conveniencia, los políticos de la izquierda y su odiado AMLO, tienen en sus manos una de las armas más poderosas para —en una hipótesis descabellada— tratar de reventar la elección presidencial, igual que intentó, en dos momentos, cancelar la elección de Michoacán. Pero la guerra apenas empieza. Al tiempo.
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