Guillermo Fabela Quiñones
Es muy obvio que el interés fundamental de Felipe Calderón, a unos meses de que tenga que abandonar Los Pinos, es resolver el problema vital de su futuro. Sabe que aquí ya no lo tiene, aun cuando quisiera perpetuarse en el poder. Por eso no le queda más que mirar al exterior, demostrar que está dispuesto a seguir la ruta que trazó Ernesto Zedillo, de un autoexilio necesario que buscará sea el más conveniente a sus intereses, aun cuando ello signifique muy altos costos para el país, como lo deja ver el acuerdo con el gobierno estadounidense para explotar “juntos” los yacimientos de hidrocarburos transfronterizos del Golfo de México.
Como una tercera parte de la energía de la nación vecina procede de esa región, como lo señaló Ken Salazar, secretario del Interior, dicho acuerdo representa un extraordinario beneficio para Estados Unidos, por la sencilla razón de que posee los recursos y la tecnología necesarias para hacer lo que le venga en gana en las aguas profundas de esa vasta zona marina. Como puntualizó la secretaria de Estado, Hillary Clinton, “el acuerdo genera nuevas oportunidades, las empresas estadounidenses podrán colaborar con Pemex… En épocas difíciles como éstas tenemos que aprovechar al máximo todas las oportunidades para generar empleo y desarrollo económico”.
Por supuesto, estaba pensando en su país, no en México, como lo corroboró el secretario del Interior al afirmar que “a Estados Unidos le permite ampliar responsablemente su trabajo en el Golfo de México y las empresas tendrán más certeza para desarrollar estos recursos”. Pero según Calderón, el convenio se hizo “con respeto absoluto a nuestra soberanía”. Cuesta mucho creerlo, no sólo por la experiencia histórica, sino porque el propio Calderón nunca ha dado muestras de que le interese salvaguardar la soberanía de nuestro país.
Así como Zedillo, que logró su sueño de convertirse en funcionario internacional y socio de empresas trasnacionales, Calderón debe estar ambicionando ser funcionario de alguna gran trasnacional petrolera y de allí saltar a un organismo internacional, con el apoyo de sus amigos del Grupo de los 20, y sobre todo de la misma Casa Blanca. Ya demostró tener los atributos suficientes para lograrlo: es absolutamente apátrida, su ideología encaja plenamente en el neoliberalismo, y no cuenta con los estorbosos escrúpulos de un estadista con ética.
De ahí su empeño en que la cumbre del Grupo de los 20 que se realizará en junio próximo, él presidiendo dicho organismo, se lleve a cabo de manera exitosa sin importar los costos que haya que pagar con recursos del erario. ¿Acaso no está dispuesto a elevar la aportación de México al Fondo Monetario Internacional como si fuéramos una súper potencia? Sabe que si no es ahora, que puede hacerlo, después será imposible que se fijen en él para algo sustantivo, tal como le sucedió a Carlos Salinas de Gortari, no obstante sus muchos méritos en la camarilla neoliberal internacional. De nada le sirvieron finalmente, quizá porque lo conocían mejor que nosotros sus gobernados.
Es difícil que Calderón lograra su anhelado sueño, pues su saldo de sangre es mucho mayor que el de cualquiera de sus antecesores priístas. Esto no parece tenerlo en cuenta el inquilino de Los Pinos, sabedor de que la esperanza muere al último, y sigue haciendo su lucha con el gravísimo inconveniente de que ante su evidente debilidad tendrá que pedir mayor apoyo del exterior, apoyo que se le seguirá dando mientras redunde en grandes beneficios para los inversionistas y gobiernos extranjeros, como lo demuestra el acuerdo para explotar los yacimientos petrolíferos del Golfo de México, con el que ya no habrá necesidad de una ilegal “operación popote”.
Tan no piensa que pudiera afectarle el saldo de muertos durante el sexenio, que hasta se da el lujo de apuntarse como “líder internacional” que podría resolver la crisis mundial por el desbarajuste que ha dejado el neoliberalismo en el planeta. Según él, está capacitado para resolver la crisis de las finanzas públicas que se vive en la eurozona, como lo dijo a un reportero del “Financial Times”. Volvió a insistir en el tema durante la reunión del pasado lunes con los cancilleres del Grupo de los 20 reunidos en La Paz: “Hoy atravesamos por una de las peores crisis económicas de la historia moderna. A pesar de estas difíciles circunstancias mundiales, la economía mexicana crece y genera empleos”.
Calderón supone que le van a creer sus mentiras y por eso no tiene empacho en afirmar lo que la realidad desmiente. La verdad es que en su “administración”, la economía de México tuvo una tasa promedio anual de “crecimiento” de 1.8 por ciento, apenas arriba del peor sexenio de la historia en materia económica, el de Miguel de la Madrid, y si no hay un descomunal desempleo es porque hay más de 14 millones de mexicanos en la economía informal.
Es muy obvio que el interés fundamental de Felipe Calderón, a unos meses de que tenga que abandonar Los Pinos, es resolver el problema vital de su futuro. Sabe que aquí ya no lo tiene, aun cuando quisiera perpetuarse en el poder. Por eso no le queda más que mirar al exterior, demostrar que está dispuesto a seguir la ruta que trazó Ernesto Zedillo, de un autoexilio necesario que buscará sea el más conveniente a sus intereses, aun cuando ello signifique muy altos costos para el país, como lo deja ver el acuerdo con el gobierno estadounidense para explotar “juntos” los yacimientos de hidrocarburos transfronterizos del Golfo de México.
Como una tercera parte de la energía de la nación vecina procede de esa región, como lo señaló Ken Salazar, secretario del Interior, dicho acuerdo representa un extraordinario beneficio para Estados Unidos, por la sencilla razón de que posee los recursos y la tecnología necesarias para hacer lo que le venga en gana en las aguas profundas de esa vasta zona marina. Como puntualizó la secretaria de Estado, Hillary Clinton, “el acuerdo genera nuevas oportunidades, las empresas estadounidenses podrán colaborar con Pemex… En épocas difíciles como éstas tenemos que aprovechar al máximo todas las oportunidades para generar empleo y desarrollo económico”.
Por supuesto, estaba pensando en su país, no en México, como lo corroboró el secretario del Interior al afirmar que “a Estados Unidos le permite ampliar responsablemente su trabajo en el Golfo de México y las empresas tendrán más certeza para desarrollar estos recursos”. Pero según Calderón, el convenio se hizo “con respeto absoluto a nuestra soberanía”. Cuesta mucho creerlo, no sólo por la experiencia histórica, sino porque el propio Calderón nunca ha dado muestras de que le interese salvaguardar la soberanía de nuestro país.
Así como Zedillo, que logró su sueño de convertirse en funcionario internacional y socio de empresas trasnacionales, Calderón debe estar ambicionando ser funcionario de alguna gran trasnacional petrolera y de allí saltar a un organismo internacional, con el apoyo de sus amigos del Grupo de los 20, y sobre todo de la misma Casa Blanca. Ya demostró tener los atributos suficientes para lograrlo: es absolutamente apátrida, su ideología encaja plenamente en el neoliberalismo, y no cuenta con los estorbosos escrúpulos de un estadista con ética.
De ahí su empeño en que la cumbre del Grupo de los 20 que se realizará en junio próximo, él presidiendo dicho organismo, se lleve a cabo de manera exitosa sin importar los costos que haya que pagar con recursos del erario. ¿Acaso no está dispuesto a elevar la aportación de México al Fondo Monetario Internacional como si fuéramos una súper potencia? Sabe que si no es ahora, que puede hacerlo, después será imposible que se fijen en él para algo sustantivo, tal como le sucedió a Carlos Salinas de Gortari, no obstante sus muchos méritos en la camarilla neoliberal internacional. De nada le sirvieron finalmente, quizá porque lo conocían mejor que nosotros sus gobernados.
Es difícil que Calderón lograra su anhelado sueño, pues su saldo de sangre es mucho mayor que el de cualquiera de sus antecesores priístas. Esto no parece tenerlo en cuenta el inquilino de Los Pinos, sabedor de que la esperanza muere al último, y sigue haciendo su lucha con el gravísimo inconveniente de que ante su evidente debilidad tendrá que pedir mayor apoyo del exterior, apoyo que se le seguirá dando mientras redunde en grandes beneficios para los inversionistas y gobiernos extranjeros, como lo demuestra el acuerdo para explotar los yacimientos petrolíferos del Golfo de México, con el que ya no habrá necesidad de una ilegal “operación popote”.
Tan no piensa que pudiera afectarle el saldo de muertos durante el sexenio, que hasta se da el lujo de apuntarse como “líder internacional” que podría resolver la crisis mundial por el desbarajuste que ha dejado el neoliberalismo en el planeta. Según él, está capacitado para resolver la crisis de las finanzas públicas que se vive en la eurozona, como lo dijo a un reportero del “Financial Times”. Volvió a insistir en el tema durante la reunión del pasado lunes con los cancilleres del Grupo de los 20 reunidos en La Paz: “Hoy atravesamos por una de las peores crisis económicas de la historia moderna. A pesar de estas difíciles circunstancias mundiales, la economía mexicana crece y genera empleos”.
Calderón supone que le van a creer sus mentiras y por eso no tiene empacho en afirmar lo que la realidad desmiente. La verdad es que en su “administración”, la economía de México tuvo una tasa promedio anual de “crecimiento” de 1.8 por ciento, apenas arriba del peor sexenio de la historia en materia económica, el de Miguel de la Madrid, y si no hay un descomunal desempleo es porque hay más de 14 millones de mexicanos en la economía informal.
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