Buena rima, don Felipe

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

Me elevé de pronto a la nube de la inmortalidad. Me sentí media verónica de Curro Romero, gancho al hígado de Kid Azteca, el apretón de las tortas de Armando o la alfombra de claveles de la Gran Vía. No lo podía creer: pasar de transeúnte anónimo a miembro permanente en la lista de los autores de frases célebres, nunca lo había soñado ni despierto. Tuve que escuchar la grabación tres veces y probar que la voz era la de don Felipe Calderón, Presidente de México, citándome en un acto público como sitio de referencia y fuente de todos sabida.

Fue el miércoles en Guanajuato. Al día siguiente algunos periódicos lo publicaron. Bajo la cabeza a dos columnas: “Buena rima, Tacho…”, Excélsior: “Parafraseando a Jacobo Zabludovsky, el presidente Felipe Calderón soltó un: “¡Buena rima, Tacho, buena rima!” al gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, quien había dicho: “Con Calderón y Oliva, Guanajuato va pa´arriba”. En respuesta el Presidente señaló: “Sigue usted puliéndose con los versitos, ¿verdad?”. Calderón optó por rememorar la frase con que J. Z. despedía en los años 80 la intervención del cómico Héctor Kiev: “Pero pues… Buena rima, Tacho, buena rima”. Milenio da una versión parecida pero distinta: “Gracias por su hospitalidad, Gobernador… ya mejor no digo nada porque el otro día me regañaron, pero pues ¡Buena rima, etc…”. La Crónica y otros medios coinciden casi letra por letra. En fin, queda documentada la causa de la elefantiasis de mi ego.

Fue un época, en los casi 30 años de “24 horas”, honrada por la presencia de colaboradores de la talla de Octavio Paz, Salvador Novo, desde Londres Fernando del Paso y otros escritores cuyo prestigio elevaba el nivel del programa. Sus comentarios editoriales, sus opiniones sobre los acontecimientos del día marcaron una manera de informar que, según demostró el presidente en su alusión, ha dejado huella en la memoria. Han pasado 30 años. Felipe era un adolescente cuando lo oyó y aún lo recuerda. Cualquier frase como esa dicha por un televidente es, sin duda, un estímulo a la labor de cualquier periodista: todos queremos ser oídos o leídos, pero cuando la mención surge de un Presidente de la República alcanza una dimensión especial. Se agradece.

No siempre ha sido el señor Calderón tan acertado en acomodar la pieza adecuada en el rompecabezas cotidiano. Son varias las ocasiones en que no ha sido tan afortunado. Baste un solo ejemplo: el de “haiga sido como haiga sido”. Para qué más, de lo mucho disponible. El mismo miércoles de su ocurrencia en Guanajuato, El Universal publica, en “Bajo Reserva” no una frase, sino todo un concepto: “El presidente Felipe Calderón dio cátedra de lo mal que le va a México cuando el costo de las obras se dispara. Pero no crea usted que se refería a los gastos del Bicentenario o a la construcción de la famosa Estela de Luz. Durante una visita por Hidalgo, dijo que el valor agregado en la construcción está justamente en el trabajo de escritorio. “¿Por qué? Porque si uno la riega ahí, le cuesta a México enormidades”. Como ejemplo citó el caso de la refinería de Minatitlán, que comenzó a reconstruirse en el período 2000-2003, pero se inauguró hasta 2011 “y costó en todos esos años casi el doble y se tomó casi cinco años más de lo previsto”. De las otras obras ni hablar.

Esculpir frases en el mármol de la historia tiene sus asegunes. Recuérdese la de Napoleón a uno de sus mariscales que lo felicitaba por una victoria: “Otra victoria así y estamos perdidos”, dijo el autor del Código Civil que lleva su nombre, creador en 1802 de la Legión de Honor de Francia, membresía que con una discreta cinta roja en la solapa algunos exhibimos con orgullo. ¿Se necesita la grandeza de Napoleón para confesar una derrota? ¿Es necesaria la altura intelectual o el talento para admitir un error? No creo. Decir la verdad aunque duela es cualidad de cualquier persona respetuosa de valores invariables.

Poco le queda al señor Calderón al frente de la Presidencia de México, suficiente para hacer un ejercicio de autocrítica invisible en su sexenio. Abrumados por el Niágara de auto bombo en que Los Pinos precipita nuestros pesos, no encontramos el menor asomo de franqueza en quienes pronto, mal o bien, habrán cumplido su tiempo y dejarán a otros la tarea de contar pérdidas y ganancias.

Cuanto bueno aportaría a México si estableciera un precedente para futuros gobernantes mediante el procedimiento elemental de una conducta honrada: admitir los malos hechos, errores, omisiones, decisiones injustas, medidas equivocadas. Confesarse no por el perdón, sino para saldar el compromiso contraído con los mexicanos.

Aunque sea una mala rima.

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