AMLO, desesperado

Ricardo Alemán

¿Qué debió ocurrir en la conciencia de un político para que, de un proceso electoral a otro, cambie de manera radical; para que hoy diga que todo es blanco, cuando ayer lo veía negro; para que diga que hoy ama todo aquello, y a todos aquellos, a quienes ayer odiaba?

Entre los expertos del comportamiento humano, una conducta como la descrita permite ver señales de esquizofrenia o pinceladas de bipolaridad, lo que de suyo sería preocupante.

Sin embargo, para los conocedores de la política y, sobre todo, de la peculiar política mexicana, un político que, como Andrés Manuel López Obrador, cambia de manera radical su visión de las cosas y sus amores políticos, no debe ser visto más que como un profesional de la simulación y del engaño; un oportunista que dice a cada quien, a cada audiencia y en cada momento, lo que esas audiencias quieren escuchar.

Viene a cuento el tema porque el reencuentro que ayer nos regalaron los señores Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas en realidad debiera ser visto como la sublimación del oportunismo, la farsa y la simulación que, de tanto en tanto, nos ofrecen los políticos profesionales mexicanos.

¿Por qué oportunismo, farsa y simulación?

Porque nadie en su sano juicio —además de los que por convicción cierran los ojos, los oídos y anulan las neuronas— puede creerse el cuento de la reconciliación entre Cárdenas y López Obrador; como tampoco nadie se creyó el engaño del reencuentro amoroso de AMLO y Los Chuchos; como tampoco, cada vez menos incautos, se tragan la simpática farsa de la República Amorosa.

En realidad asistimos a una grosera puesta en escena —si no es que a un espectáculo de circo—, en donde payasos, magos, ventrílocuos, trapecistas, y hasta los tragafuego y los domadores de fieras, pretenden convencer a los espectadores y potenciales electores de las bondades de una falsa y falsificada unidad de las “modernas y progresistas izquierdas” mexicanas.

Como si no hubiéramos visto esa misma película apenas en la unción de AMLO como candidato presidencial, y similar espectáculo el pasado 16 de mayo de 2011, cuando Cárdenas y AMLO ungieron a Alejandro Encinas como el impuesto candidato al gobierno mexiquense.

¿Y que aconteció en los dos espectáculos en donde, igual que ayer, se expresaron loas a la unidad y se vitoreó a las fuerzas progresistas?

No sucedió nada. Peor aún, la de Alejandro Encinas resultó una elección fallida —con la menor votación de la izquierda, en su historia mexiquense—, mientras que el abrazo y el beso de AMLO y Los Chuchos no elevó ni una décima la maltrecha imagen y credibilidad de López Obrador, en tanto candidato presidencial. Como tampoco subieron gran cosa las encuestas a favor de AMLO, luego que se inventó la chabacana campaña de la República Amorosa.

¿Por qué no han funcionado las estrategias extremas empleadas por López Obrador para engatusar a los potenciales electores?

Más allá de los que prefieren cerrar los ojos, los oídos. La razón parece elemental.

Porque, en la realidad, pocos creen en la palabra de un político que ayer denostaba a todos y todo lo que no coincidía con su pensamiento mesiánico y con sus ambiciones delirantes de poder, y que hoy dice amar todo y a todos los que ayer odiaba.

Y muchos menos se creerían ese engaño, si se atrevieran a repasar la historia del encumbramiento en el poder de personajes como Hitler y Chávez.

Porque muy pocos se creen el cuento de la unidad y del amor, cuando durante toda una década, AMLO actuó como un parricida político que mató políticamente a su padre, a Cuauhtémoc Cárdenas, al mismo al que hoy adula sin límite porque necesita su voto.

Porque nadie se cree la farsa de la unidad con Los Chuchos, cuando a lo largo de una década los traicionó, los combatió, llamó a votar contra ellos y los colocó en el retrete de la política.

¿Qué hace que un político que vociferaba contra los “ladrones de cuello blanco”, contra “la chachalaca” presidencial, que lanzó el odio de la plaza pública a los periodistas que lo criticaban, hoy alabe a su padre político, luego de que lo mató políticamente?

No, Andrés Manuel López Obrador no es ni un loco y menos un desequilibrado. Tampoco es un político esquizofrénico. No, más bien parece un político profesional desesperado porque se le escapa el último tren de su ambición presidencial. Y es que, luego de años, entendió que entre 2000 y 2006 se equivocó, y hoy cree, también equivocadamente, que puede ganar la contienda presidencial, caminando de cabeza. Al tiempo.

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