2012: Transición o restauración

Carlos Ramírez / Indicador Político

Decididas las personalidades que competirán por la Presidencia de la República por los tres principales partidos, lo que falta por saber son las propuestas de gobierno. Y el marco de análisis del cruce de esas dos variables no es otro que el dilema mexicano para el 2012: Transición a un nuevo modelo de desarrollo o restauración del viejo régimen priísta.

La tarea no será nada fácil por la razón de que todos los partidos políticos y todos los políticos en cargos de elección han pervertido la relación poder-sociedad en la estructura electoral: La filosofía del buen gobierno o de los mejores para gobernar se ha sustituido por la compra del voto a cambio de beneficios de corto plazo, desde dinero en efectivo hasta suministros indispensables en la vida cotidiana.

Las prácticas no son nuevas ni exclusivas de México. Ahora mismo el presidente Barack Obama se ha convertido en un neopopulista que ofrece terminar con la pobreza por la vía de programas asistencialistas de inversión improductiva, pero a cambio del voto para su reelección, aunque con ello rompa con la tarea fundamental de la Presidencia de EU basada en la seguridad nacional y en la promoción de la empresa privada. El costo que tendrá que pagar Obama será la construcción de un Estado asistencialista bastante costoso para las finanzas públicas.

Los ciclos de la crisis mexicana han sido bastantes precisos: Crecimiento con estabilidad en el periodo 1958-1970; crecimiento con inestabilidad, inflación y devaluación en el periodo 1971-1982; y estancamiento con estabilidad y aumento del costo social de la política económica neoliberal en el periodo 1983-2012. El común denominador que atraviesa esos periodos es el auge-crisis-neoliberalismo, con la revalidación del modelo de desarrollo priísta sustentado en la existencia de un Estado asistencialista con creciente gasto público, pero estrangulamiento de las finanzas gubernamentales por ingresos fiscales inelásticos.

El agotamiento de la estrategia de desarrollo priísta ha exigido la transición a una economía productiva, con un Estado dinámico y vigilante y un sector privado creciente. Sin embargo, el propio PRI y después el PRD y el PAN han apelado a la hegemonía del viejo pensamiento económico populista y estatista derivado de los objetivos de la Revolución Mexicana: Una justicia social impulsada por el Estado y por tanto con cargo a las finanzas públicas, lo mismo en el periodo posrevolucionario que en el del México como el cuerno de la abundancia mal llamado “milagro mexicano” y después que en el populismo, el neoliberalismo y de nuevo el neopopulismo.

Así, el problema de México realmente no fue la democracia porque el PRI logró imponer la doctrina del bienestar social a costa de las libertades políticas. Tampoco lo fue la corrupción y menos cuando se trató de una corrupción generalizada porque todos los sectores se beneficiaban de esas irregularidades. La correlación entre control político corporativo y estructura productiva del desarrollo fue promotora del autoritarismo. Por tanto, la democracia real será consecuencia de una estructura productiva-distributiva sin controles estatales y no de los procedimientos electorales; la tendencia de votos para que el PRI regrese a Los Pinos confirma que los mexicanos no quieren democracia, sino bienestar.

Los escenarios del 2012 están más o menos configurados: El PRI va a regresar para restaurar el mismo modelo de desarrollo estatista y corporativo, lo que volvería a generar estructuras antidemocráticas y el país entraría al mismo ciclo perverso de bienestar-crisis-autoritarismo-demandas democráticas. Lo peor, en todo caso, es que el PRI trataría de fortalecer un modelo híbrido de neopopulismo con neoliberalismo que funciona en las propuestas retorcidas y anti científicas de Carlos Salinas, pero no en la realidad. El escenario económico-social mexiquense ilustra los resultados: Pobreza dependiente del gasto público y éste creciente a cambio de votos. Teóricamente puede haber menos pobreza, pero mayor desigualdad social porque el neoliberalismo populista no genera desclasificaciones sociales de clase.

El PRD de López Obrador ofrece el modelo del neopopulismo neoliberal, una variante del priísmo salinista porque los mecanismos y objetivos son los mismos: El Estado autoritario y el bienestar sin ascenso social, con el fin de controlar a las masas; en López Obrador hay un contenido bonapartista que suma al corporativismo la lealtad de los sectores lumpen de la sociedad. Y lo que en el PRI es la reconstrucción del autoritarismo presidencialista, en el PRD sería del cesarismo fundamentalista de decisiones a mano alzada en el Zócalo capitalino.

Mientras el PRI y el PRD piensan hacia el pasado, el PAN ha carecido durante dos sexenios de una verdadera reflexión sobre su papel en la alternancia. El voto por Fox fue por el cambio y el voto por Calderón quiso ahuyentar el fundamentalismo violento de López Obrador. Pero el PAN llegó al gobierno sin un proyecto de nación, aunque su tarea era mayúscula: Desensamblar la estructura de poder del modelo priísta y construir un sistema articulado en el desarrollo, las relaciones sociales y la democracia. Fox se dedicó al disfrute de las mieles del poder pactando con el PRI y Calderón decidió combatir el crimen organizado que era una parte de la estructura de dominación del PRI.

Josefina Vázquez Mota no ha hecho su propuesta de gobierno y el PAN se ha empantanado en el limbo ideológico. Pero los escenarios de la candidata panista son estrechos: El continuismo de convivir con el PRI y buscar algún tema colateral que no rompa con la estructura priísta que impide el desarrollo dinámico o retomar las banderas del cambio y la transición del 2000 para diseñar un nuevo modelo de desarrollo que redefina las relaciones sociales y la democracia.

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