Viernes 13

Raymundo Riva Palacio

El viernes 13, a las cinco de la mañana, la alianza tripartita estaba prácticamente consumada. Nueva Alianza iría a las elecciones de 2012 con el PRI y el Partido Verde en 125 distritos electorales, donde encabezaría 23 de ellos en diputaciones federales y en cuatro fórmulas para el Senado. Pero antes del mediodía, la matemática electoral de Nueva Alianza y las presiones del PRI para que se ampliara la coalición, dinamitaron el pacto que desató la especulación y movió, una vez más, la ecuación electoral para este año.

Hasta la madrugada de ese día, la mesa de negociación se había desarrollado con tersura. Nueva Alianza tenía como representante en jefe a Luis Castro, presidente del partido, con una batería de asesores detrás bajo la dirección de Mónica Arriola, secretaria general e hija de la maestra Elba Esther Gordillo. Por el precandidato presidencial Enrique Peña Nieto estaban Luis Videgaray y Arturo Alcántara, y por el PRI negociaban Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Organización, y el diputado potosino Salomón Rosas. Pedro Joaquín Coldwell, presidente del partido, nunca fue convocado para ninguna negociación.

El PRI tenía prisa por terminar la negociación ese día, pues al siguiente se daría el registro de sus candidatos al Senado. Esa mañana Videgaray y Osorio Chong plantearon a Castro una ampliación a la alianza que comprendía a 10 estados. El gobernador Javier Duarte la quería más grande en Veracruz, y los gobernadores de Aguascalientes, Carlos Lozano, y Chihuahua, César Duarte, que responden a los intereses del senador Manlio Fabio Beltrones y del líder de la CNOP, Emilio Gamboa, respectivamente, querían que se incluyera a sus estados.

La coalición había sido forjada de manera parcial, pese a las presiones del PRI para hacerla total. La razón es que en los parámetros de la ley, una coalición total perjudica a todos los partidos en prerrogativas y tiempos oficiales en radio y televisión, al restarle al partido mayoritario y evaporar a los minoritarios. Nueva Alianza se opuso desde un principio, de acuerdo con sus dirigentes, porque perderían dinero y tiempo de exposición en medios electrónicos. Los 125 distritos habían sido escogidos con un requisito: sólo se daría en aquellos donde, o se dio una derrota total del PRI, o hubo una victoria de no más de cinco puntos en las elecciones federales de 2009.

Bajo esa fórmula, Nueva Alianza iría a la cabeza en 23 de los 125 distritos electorales, por 30 del Verde (aunque casi la mitad serían priistas disfrazados) y 72 del PRI. En el Senado, Nueva Alianza iría en primer lugar en cuatro posiciones, por cinco del Verde (aunque dos serían externos al partido), y 11 del PRI. Nueva Alianza, agregaron sus dirigentes, se reservó 175 distritos de donde, por su voto histórico, esperaban tener 900 mil votos en 2009, que es aproximadamente 1.8% del 2% necesario para mantener el registro. Con la coalición, esperaban lograr casi un 2% más de votos, aproximadamente 300 mil adicionales.

Las presiones del PRI por ampliar la coalición chocaron con Nueva Alianza. No eran sólo los estados que la deseaban, sino que dentro del PRI se exigía una mayor participación. Incorporar candidatos en otros estados significaría para Nueva Alianza reducir sus posibilidades reales en los 175 distritos seguros, y aunque podrían aumentar su votación, por efectos externos como la votación de ese día y el llamado “efecto popote”, donde el partido mayor se queda con sus votos, podría perder el registro. No nos pueden pedir eso, dijo Castro a Videgaray. Tienes razón, a ustedes no les podemos pedir eso. Fin de la alianza, sin sobresaltos ni gritos.

Matemática electoral pura. El PRI podría reacomodar sus posiciones y Nueva Alianza, con menos votos totales, estaría más cerca de mantener el registro y tener grupos parlamentarios. Eso es lo que Castro llamó mantener la autonomía del partido, algo muy confuso hacia afuera pero que, en los cálculos electorales internos, se podrá alegar que en la muerte de la coalición, algo ganó Gordillo y mucho perdió Peña Nieto.

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