Raymundo Riva Palacio
La ruptura de la coalición entre Nueva Alianza y el PRI tuvo un detonante y un candado: las presiones internas de priistas por espacios, poder y recursos, y la ley. El acuerdo cupular que alcanzó el PRI de Humberto Moreira y del precandidato presidencial Enrique Peña Nieto con la maestra Elba Esther Gordillo, explotó por el mismo problema que ha tenido ese partido desde 1988: la exclusión.
En torno al PRI y sus órganos placenta –el Partido Nacional Revolucionario y el Partido Revolucionario de México- se creó un sistema político que operaba como una rueda de la fortuna, donde sin importar dónde estaban sus miembros distinguidos en la rueda, nadie era marginado. El historiador Luis González y González la llamó “la ronda de generaciones”, dialéctica que se fracturó cuando Carlos Salinas llegó a la Presidencia e instauró una tecnocracia burocrática que rompió con el pasado.
El choque con ese grupo al que llamó la “nomenklatura”, en referencia a los viejos aparatos comunistas propició, cuando menos, un clima de inestabilidad política de 1994. La coalición entre el PRI y Nueva Alianza –el Partido Verde no cuenta realmente porque es un apéndice orgánico del tricolor- evocó la misma racional de hace casi dos décadas, lo que provocó tensiones y amagos de rupturas.
La coalición, como la planteó el PRI a Nueva Alianza el viernes pasado, no tenía posibilidades de vivir. El PRI, empujado por el Verde, quería que se ampliara a 12 estados en el Senado, pero era imposible, pues la ley establece un tope máximo de 10 estados o 20 fórmulas. El PRI quería meter a Aguascalientes y Chihuahua y enrocar posiciones de algunos de los 175 que se había reservado Nueva Alianza en los 125 distritos acordados.
En esos 175 distritos Nueva Alianza tenía contemplado el número de votos que les permitiera garantizar su registro como partido (2% mínimo del voto nacional), que al enrocar por algunas posiciones en los 125 de la coalición, los metía en una situación de incertidumbre competitiva como partido y la posibilidad de que lo perdieran. Nueva Alianza no estaba dispuesta a poner en riesgo su viabilidad como partido, y los operadores de Peña Nieto y el PRI no pudieron contener a los poderes regionales del PRI que los presionaban con rompimiento y entregar al mismo tiempo las posiciones pactadas.
El tamaño de conflicto se pudo apreciar en el anuncio del final de la coalición con el partido de la maestra Gordillo en El Noticiario de Joaquín López Dóriga el viernes por la noche, que sirvió de vehículo de comunicación política instantánea a todo el país para apaciguar los ánimos y desactivar los barruntos de conflicto en la víspera del registro de senadores. Las listas de candidatos al Senado reflejaron los reacomodos.
Gracias a la salida de Nueva Alianza, varios gobernadores lograron meter a sus padrinos –los casos de los ex gobernadores en Durango y Quintana Roo-, y otros gobernadores y grupos políticos pudieron incorporar a sus leales –como en Chiapas, Coahuila, Guerrero, Puebla y Sinaloa-. En otras entidades, aunque no todas dentro del convenio de coalición –como Chihuahua, Nayarit, Sonora y Tabasco-, se reacomodaron posiciones y algunos gobernadores pudieron balancear pesos políticos.
Visto en esta primera fase, la cara tricolor del Viernes 13 es una derrota para Peña Nieto, y una victoria para los grupos políticos regionales, los sectores corporativos del partido y para algunos viejos cacicazgos. El final de la coalición con Nueva Alianza no es una gran noticia para él, pues se había fortalecido la competitividad –de acuerdo con los análisis del PRI-, en casi la mitad de los distritos donde en 2009, o habían ganado por estrecho margen, o habían perdido. El 50% de incertidumbre electoral para 2012 es tras el viernes 13, cuando menos preocupante para el PRI, aunque no quiera darse cuenta.
La ruptura de la coalición entre Nueva Alianza y el PRI tuvo un detonante y un candado: las presiones internas de priistas por espacios, poder y recursos, y la ley. El acuerdo cupular que alcanzó el PRI de Humberto Moreira y del precandidato presidencial Enrique Peña Nieto con la maestra Elba Esther Gordillo, explotó por el mismo problema que ha tenido ese partido desde 1988: la exclusión.
En torno al PRI y sus órganos placenta –el Partido Nacional Revolucionario y el Partido Revolucionario de México- se creó un sistema político que operaba como una rueda de la fortuna, donde sin importar dónde estaban sus miembros distinguidos en la rueda, nadie era marginado. El historiador Luis González y González la llamó “la ronda de generaciones”, dialéctica que se fracturó cuando Carlos Salinas llegó a la Presidencia e instauró una tecnocracia burocrática que rompió con el pasado.
El choque con ese grupo al que llamó la “nomenklatura”, en referencia a los viejos aparatos comunistas propició, cuando menos, un clima de inestabilidad política de 1994. La coalición entre el PRI y Nueva Alianza –el Partido Verde no cuenta realmente porque es un apéndice orgánico del tricolor- evocó la misma racional de hace casi dos décadas, lo que provocó tensiones y amagos de rupturas.
La coalición, como la planteó el PRI a Nueva Alianza el viernes pasado, no tenía posibilidades de vivir. El PRI, empujado por el Verde, quería que se ampliara a 12 estados en el Senado, pero era imposible, pues la ley establece un tope máximo de 10 estados o 20 fórmulas. El PRI quería meter a Aguascalientes y Chihuahua y enrocar posiciones de algunos de los 175 que se había reservado Nueva Alianza en los 125 distritos acordados.
En esos 175 distritos Nueva Alianza tenía contemplado el número de votos que les permitiera garantizar su registro como partido (2% mínimo del voto nacional), que al enrocar por algunas posiciones en los 125 de la coalición, los metía en una situación de incertidumbre competitiva como partido y la posibilidad de que lo perdieran. Nueva Alianza no estaba dispuesta a poner en riesgo su viabilidad como partido, y los operadores de Peña Nieto y el PRI no pudieron contener a los poderes regionales del PRI que los presionaban con rompimiento y entregar al mismo tiempo las posiciones pactadas.
El tamaño de conflicto se pudo apreciar en el anuncio del final de la coalición con el partido de la maestra Gordillo en El Noticiario de Joaquín López Dóriga el viernes por la noche, que sirvió de vehículo de comunicación política instantánea a todo el país para apaciguar los ánimos y desactivar los barruntos de conflicto en la víspera del registro de senadores. Las listas de candidatos al Senado reflejaron los reacomodos.
Gracias a la salida de Nueva Alianza, varios gobernadores lograron meter a sus padrinos –los casos de los ex gobernadores en Durango y Quintana Roo-, y otros gobernadores y grupos políticos pudieron incorporar a sus leales –como en Chiapas, Coahuila, Guerrero, Puebla y Sinaloa-. En otras entidades, aunque no todas dentro del convenio de coalición –como Chihuahua, Nayarit, Sonora y Tabasco-, se reacomodaron posiciones y algunos gobernadores pudieron balancear pesos políticos.
Visto en esta primera fase, la cara tricolor del Viernes 13 es una derrota para Peña Nieto, y una victoria para los grupos políticos regionales, los sectores corporativos del partido y para algunos viejos cacicazgos. El final de la coalición con Nueva Alianza no es una gran noticia para él, pues se había fortalecido la competitividad –de acuerdo con los análisis del PRI-, en casi la mitad de los distritos donde en 2009, o habían ganado por estrecho margen, o habían perdido. El 50% de incertidumbre electoral para 2012 es tras el viernes 13, cuando menos preocupante para el PRI, aunque no quiera darse cuenta.
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