Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Alarma causa la información de los medios, lo que obliga a buscar respuestas responsables: ¿qué es hoy una recesión? El paradigma de ese desequilibrio, de esa perversidad del comportamiento de la economía, fue la conocida como crisis de 1929. Sus consecuencias me quedan claras, nunca he comprendido qué la motivó y quiénes ganaron con la pobreza de muchos, de muchísimos millones de seres humanos, porque la riqueza no desapareció, tampoco dejó de existir, otros la acumularon, se hicieron nuevas fortunas, la punta del iceberg de la especulación actual.
Debe preocupar a las sociedades de todas las naciones lo que política y socialmente produjo la crisis del 29, porque sus fantasmas regresan, llaman a la puerta de los Estados, a la consciencia de quienes perciben las manifestaciones culturales, éticas, filosóficas del comportamiento humano, porque son preludio, quizá presagio de que el autoritarismo cede su lugar al totalitarismo, de que el sistema de reclusorios puede transformarse en un Guantánamo global, en el regreso del Gulag, en la necesidad del trabajo esclavo, como todavía ocurre en ciertas naciones, como el que produjo los diamantes de sangre, o el que respalda la economía de China.
No tengo la cifra precisa de la población mundial en 1929, pero imaginen lo que repetir la Depresión de ese año haría en un mundo con siete mil millones de habitantes, más la exigencia de un sistema totalitario globalizado para controlar las consecuencias del hambre y la violencia. Sería la peor de las pesadillas, pero a eso parecen apostar los propietarios del Grupo Bilderberg y quienes se reúnen en Davos para discutir qué puede hacerse con la economía y sus paradigmas.
La crisis de 1929 facilitó que los nazis se hicieran con el poder, lo mismo que los fascistas o las falanges de Franco, favoreció el militarismo japonés y permitió que Stalin construyera su pesadilla sobre millones de cadáveres. Éstos son algunos de los resultados políticos visibles, cuando los propietarios de los Estados deciden jugar con la economía.
En 1929 en México concluía la Cristiada, Plutarco Elías Calles se afianzaba en su breve maximato, se luchaba por la autonomía universitaria y era asesinado Germán de Campo, mientras Alejandro Gómez Arias y Adolfo López Mateos se hacían amigos.
Si durante 2012 el amago de recesión se concretara y fuese más allá de lo ocurrido en 2008, no quiero saber lo que podría ocurrir en esta nación, donde cunde el pánico por los tarahumaras, pero toda autoridad sostiene que no es cierto que se suiciden o mueran de hambre; o como en 1994 la atónita sociedad mexicana hubo de reconocer que en Chiapas se moría de enfermedades curables, pero muy pocos dijeron esta boca es mía, o como hoy tratan de obtener impunidad para el “omiso asesino” de Acteal.
México no es ya el del 29 ni el del 94, pero están los mexicanos a un tris de sentir nostalgia por esas fechas, de ocurrir la recesión anunciada.
Alarma causa la información de los medios, lo que obliga a buscar respuestas responsables: ¿qué es hoy una recesión? El paradigma de ese desequilibrio, de esa perversidad del comportamiento de la economía, fue la conocida como crisis de 1929. Sus consecuencias me quedan claras, nunca he comprendido qué la motivó y quiénes ganaron con la pobreza de muchos, de muchísimos millones de seres humanos, porque la riqueza no desapareció, tampoco dejó de existir, otros la acumularon, se hicieron nuevas fortunas, la punta del iceberg de la especulación actual.
Debe preocupar a las sociedades de todas las naciones lo que política y socialmente produjo la crisis del 29, porque sus fantasmas regresan, llaman a la puerta de los Estados, a la consciencia de quienes perciben las manifestaciones culturales, éticas, filosóficas del comportamiento humano, porque son preludio, quizá presagio de que el autoritarismo cede su lugar al totalitarismo, de que el sistema de reclusorios puede transformarse en un Guantánamo global, en el regreso del Gulag, en la necesidad del trabajo esclavo, como todavía ocurre en ciertas naciones, como el que produjo los diamantes de sangre, o el que respalda la economía de China.
No tengo la cifra precisa de la población mundial en 1929, pero imaginen lo que repetir la Depresión de ese año haría en un mundo con siete mil millones de habitantes, más la exigencia de un sistema totalitario globalizado para controlar las consecuencias del hambre y la violencia. Sería la peor de las pesadillas, pero a eso parecen apostar los propietarios del Grupo Bilderberg y quienes se reúnen en Davos para discutir qué puede hacerse con la economía y sus paradigmas.
La crisis de 1929 facilitó que los nazis se hicieran con el poder, lo mismo que los fascistas o las falanges de Franco, favoreció el militarismo japonés y permitió que Stalin construyera su pesadilla sobre millones de cadáveres. Éstos son algunos de los resultados políticos visibles, cuando los propietarios de los Estados deciden jugar con la economía.
En 1929 en México concluía la Cristiada, Plutarco Elías Calles se afianzaba en su breve maximato, se luchaba por la autonomía universitaria y era asesinado Germán de Campo, mientras Alejandro Gómez Arias y Adolfo López Mateos se hacían amigos.
Si durante 2012 el amago de recesión se concretara y fuese más allá de lo ocurrido en 2008, no quiero saber lo que podría ocurrir en esta nación, donde cunde el pánico por los tarahumaras, pero toda autoridad sostiene que no es cierto que se suiciden o mueran de hambre; o como en 1994 la atónita sociedad mexicana hubo de reconocer que en Chiapas se moría de enfermedades curables, pero muy pocos dijeron esta boca es mía, o como hoy tratan de obtener impunidad para el “omiso asesino” de Acteal.
México no es ya el del 29 ni el del 94, pero están los mexicanos a un tris de sentir nostalgia por esas fechas, de ocurrir la recesión anunciada.
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