Carlos Ramírez / Indicador Político
Las críticas de Pablo Gómez y Arnaldo Córdova al proceso de selección de candidato perredista a la jefatura de Gobierno del DF tocaron el centro del debate político de la autodenominada izquierda: Olvidarse del proyecto y preocuparse por el poder.
El PRD capitalino controlado por el (ex) (priísta) Marcelo Ebrard tuvo que escoger entre el dilema de un proceso tipo Enrique Peña Nieto o uno tipo Cuauhtémoc Cárdenas; es decir, entre el carisma sin contenido ideológico o la propuesta de gobierno.
Las preguntas de la encuesta soslayaron la que debió de inquirir sobre si los candidatos representaban un proyecto político, ideológico y de gobierno y los perredistas debían de optar por alguno. El cuestionario tipo Peña Nieto enfatizó, en cambio, sólo el conocimiento de los precandidatos y quién podría ganar.
Y por encima del triunfalismo que quiere convertir la encuesta en un proceso político de selección de candidatos, Ebrard tuvo que asimilar el efecto de la nominación de Isabel Miranda de Wallace como candidata del PAN a la jefatura de Gobierno; la inclusión de una pregunta sobre quién de los precandidatos perredistas le podría ganar a la señora Wallace o a la priísta Beatriz Paredes fue una trampa política muy del estilo Ebrard pero también un indicio de que el PRD podría estar en circunstancias de perder las elecciones capitalinas.
La encuesta aplicada a los perredistas capitalinos es similar a las del show business para encontrar el perfil de la próxima estrella del espectáculo: Conocimiento, opinión, rechazo, voto y competencia con otras estrellas. La pregunta clave era la de saber quién de los precandidatos representaría mejor el proyecto de gobierno del PRD; y ahí fue donde estuvo el engaño en la encuesta de Ebrard pues su precandidato designado Miguel Angel Mancera se negó a afiliarse al PRD y por tanto no podría representar los intereses políticos del PRD. Por eso las preguntas se desviaron hacia lo superfluo.
Una encuesta es una fotografía del instante, no una tendencia de preferencias; además, enfrenta lo que se llama el voto oculto en el que el encuestado no revela su verdadero sentimiento hacia lo que le preguntan. Por tanto, una encuesta nada tiene que ver con los ejercicios democráticos de consulta a los ciudadanos y, más aún, a los militantes de un partido.
Tampoco la encuesta registra las situaciones del nivel de rechazo a ser encuestado que no es otra cosa que una muestra de desconfianza del ciudadano hacia las preguntas; asimismo, los encuestadores no exigen la exhibición de la credencial de elector ni del carnet de perredista, además del enorme desorden en el padrón de militantes del partido.
El otro problema no resuelto en la encuesta perredista es la gama de intereses de los grupos convocantes: Existe una diferencia sustancial en ideas, propuestas y formas de trabajo entre el PRD, el PT, Movimiento Ciudadano y la colada Morena que carece de registro legal como partido pero que López Obrador la puso al nivel de las otras organizaciones.
La jugada de la encuesta fue una maniobra de Ebrard, basado en su experiencia priísta. En 1975, el entonces presidente del PRI Jesús Reyes Heroles primero quería definir el programa de gobierno y después acomodar al candidato; en 2003, las encuestas daban como favorito a Manuel Camacho pero al final Carlos Salinas impuso a Luis Donaldo Colosio.
En el caso del candidato perredista a jefe de Gobierno para el 2012, Ebrard primero impondrá el candidato y después tratará de acomodar el programa de gobierno perredista; y a ello hay que agregar el dato aún más complicado: La Babel de ideas, prácticas y objetivos entre grupos tan diversos como el PRD, PT, MC y Morena, con la circunstancia adicional de que el precandidato oficial ebradista Mancera no pertenece al PRD y por tanto tendrá prioridad en imponer su propio programa de gobierno sin ningún compromiso con el partido, y este programa no será sino el continuismo del modelo asistencial de captación de votos que criticaron Gómez y Córdova.
La nominación del candidato del PRD a jefe de Gobierno ha revelado una severa crisis de liderazgo en el perredismo capitalino y la evidencia de que el partido sólo sobrevive por los caudillismos, además de exhibir la marginación de prácticas democráticas en la vida interna del partido. Para poder imponer a Mancera como candidato, Ebrard tuvo que despedir a Martí Batres del GDF, controlar a la jefa del Poder Legislativo capitalino, aislar a un senador de la República y meter a un patiño lopezobradorista.
Lo malo del método y de la forma de aplicarlo le ha reducido espacios políticos a Ebrard dentro del PRD, aunque pudiera tener asegurada la Secretaría de Gobernación del gabinete de López Obrador --claro: Si gana las elecciones-- y de ahí, por la magia del dedazo priísta que sigue prevaleciendo entre los (ex) priístas que controlan el PRD, a la candidatura presidencial en el 2018.
Lo único claro es que quien gane la encuesta carecerá de consenso político, dividirá al PRD y debilitará el voto perredista en la ciudad de México, abriéndole espacio al PRI que ya se ha posicionado en algunas zonas de la capital y al PAN con la candidatura sorpresa de una valiente luchadora social contra las mafias criminales en el DF que la llevaron a sufrir un atentado.
Lo que va a decidir la candidatura a jefe de Gobierno es el reacomodo de poder en el DF: Si el PRD le prestó el poder al (ex) (priísta) Ebrard o si éste se quedó con todo el control político de la Ciudad de México y no precisamente para el PRD.
Al final, Ebrard llevó al PRD al método Peña de la imagen y perdió el mundo de las ideas y de las propuestas.
Las críticas de Pablo Gómez y Arnaldo Córdova al proceso de selección de candidato perredista a la jefatura de Gobierno del DF tocaron el centro del debate político de la autodenominada izquierda: Olvidarse del proyecto y preocuparse por el poder.
El PRD capitalino controlado por el (ex) (priísta) Marcelo Ebrard tuvo que escoger entre el dilema de un proceso tipo Enrique Peña Nieto o uno tipo Cuauhtémoc Cárdenas; es decir, entre el carisma sin contenido ideológico o la propuesta de gobierno.
Las preguntas de la encuesta soslayaron la que debió de inquirir sobre si los candidatos representaban un proyecto político, ideológico y de gobierno y los perredistas debían de optar por alguno. El cuestionario tipo Peña Nieto enfatizó, en cambio, sólo el conocimiento de los precandidatos y quién podría ganar.
Y por encima del triunfalismo que quiere convertir la encuesta en un proceso político de selección de candidatos, Ebrard tuvo que asimilar el efecto de la nominación de Isabel Miranda de Wallace como candidata del PAN a la jefatura de Gobierno; la inclusión de una pregunta sobre quién de los precandidatos perredistas le podría ganar a la señora Wallace o a la priísta Beatriz Paredes fue una trampa política muy del estilo Ebrard pero también un indicio de que el PRD podría estar en circunstancias de perder las elecciones capitalinas.
La encuesta aplicada a los perredistas capitalinos es similar a las del show business para encontrar el perfil de la próxima estrella del espectáculo: Conocimiento, opinión, rechazo, voto y competencia con otras estrellas. La pregunta clave era la de saber quién de los precandidatos representaría mejor el proyecto de gobierno del PRD; y ahí fue donde estuvo el engaño en la encuesta de Ebrard pues su precandidato designado Miguel Angel Mancera se negó a afiliarse al PRD y por tanto no podría representar los intereses políticos del PRD. Por eso las preguntas se desviaron hacia lo superfluo.
Una encuesta es una fotografía del instante, no una tendencia de preferencias; además, enfrenta lo que se llama el voto oculto en el que el encuestado no revela su verdadero sentimiento hacia lo que le preguntan. Por tanto, una encuesta nada tiene que ver con los ejercicios democráticos de consulta a los ciudadanos y, más aún, a los militantes de un partido.
Tampoco la encuesta registra las situaciones del nivel de rechazo a ser encuestado que no es otra cosa que una muestra de desconfianza del ciudadano hacia las preguntas; asimismo, los encuestadores no exigen la exhibición de la credencial de elector ni del carnet de perredista, además del enorme desorden en el padrón de militantes del partido.
El otro problema no resuelto en la encuesta perredista es la gama de intereses de los grupos convocantes: Existe una diferencia sustancial en ideas, propuestas y formas de trabajo entre el PRD, el PT, Movimiento Ciudadano y la colada Morena que carece de registro legal como partido pero que López Obrador la puso al nivel de las otras organizaciones.
La jugada de la encuesta fue una maniobra de Ebrard, basado en su experiencia priísta. En 1975, el entonces presidente del PRI Jesús Reyes Heroles primero quería definir el programa de gobierno y después acomodar al candidato; en 2003, las encuestas daban como favorito a Manuel Camacho pero al final Carlos Salinas impuso a Luis Donaldo Colosio.
En el caso del candidato perredista a jefe de Gobierno para el 2012, Ebrard primero impondrá el candidato y después tratará de acomodar el programa de gobierno perredista; y a ello hay que agregar el dato aún más complicado: La Babel de ideas, prácticas y objetivos entre grupos tan diversos como el PRD, PT, MC y Morena, con la circunstancia adicional de que el precandidato oficial ebradista Mancera no pertenece al PRD y por tanto tendrá prioridad en imponer su propio programa de gobierno sin ningún compromiso con el partido, y este programa no será sino el continuismo del modelo asistencial de captación de votos que criticaron Gómez y Córdova.
La nominación del candidato del PRD a jefe de Gobierno ha revelado una severa crisis de liderazgo en el perredismo capitalino y la evidencia de que el partido sólo sobrevive por los caudillismos, además de exhibir la marginación de prácticas democráticas en la vida interna del partido. Para poder imponer a Mancera como candidato, Ebrard tuvo que despedir a Martí Batres del GDF, controlar a la jefa del Poder Legislativo capitalino, aislar a un senador de la República y meter a un patiño lopezobradorista.
Lo malo del método y de la forma de aplicarlo le ha reducido espacios políticos a Ebrard dentro del PRD, aunque pudiera tener asegurada la Secretaría de Gobernación del gabinete de López Obrador --claro: Si gana las elecciones-- y de ahí, por la magia del dedazo priísta que sigue prevaleciendo entre los (ex) priístas que controlan el PRD, a la candidatura presidencial en el 2018.
Lo único claro es que quien gane la encuesta carecerá de consenso político, dividirá al PRD y debilitará el voto perredista en la ciudad de México, abriéndole espacio al PRI que ya se ha posicionado en algunas zonas de la capital y al PAN con la candidatura sorpresa de una valiente luchadora social contra las mafias criminales en el DF que la llevaron a sufrir un atentado.
Lo que va a decidir la candidatura a jefe de Gobierno es el reacomodo de poder en el DF: Si el PRD le prestó el poder al (ex) (priísta) Ebrard o si éste se quedó con todo el control político de la Ciudad de México y no precisamente para el PRD.
Al final, Ebrard llevó al PRD al método Peña de la imagen y perdió el mundo de las ideas y de las propuestas.
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