Mujeres notables de México

Otto Schober / La Línea del Tiempo

Hasta muy entrado el siglo XX, la mujer era obligada a jugar un papel secundario dentro de la sociedad mexicana.

Las mujeres difícilmente podían acceder a la educación profesional, generalmente eran educadas para el hogar e incluso, existían varias publicaciones periódicas en las cuales podían conocer acerca del bordado, la cocina, primeros auxilios, arreglo personal y cómo ser una buena esposa.

Y en esta sociedad para hombres, la historia de Matilde Montoya resulta digna de admiración. Nació en 1857, se inscribió en la Escuela de Medicina y en 1873, obtuvo el título de Obstetra.
Comenzó a ejercer su profesión de partera con éxito. Sin embargo, por una enfermedad dejó la Ciudad de México para instalarse en Puebla, donde pronto alcanzó notoriedad, lo que fue visto muy mal por los médicos varones, quienes se dieron a la tarea de difamarla y calumniarla hasta que la obligaron a marcharse de la ciudad. Pero no se amedrentó, regresó a la Ciudad de México para recibirse de médico cirujano.

Las familias conservadoras la acusaban de “impúdica y peligrosa innovadora”. Pero nada la detuvo y en 1887, el presidente de la República, Porfirio Díaz, le entregó el primer título de cirujano médico, que fue el primero otorgado a una mujer en la historia de México.

Durante la guerra de intervención francesa, Agustina Ramírez, originaria de Mocosito, Sinaloa, no fue una madre común y corriente, sufrió la muerte de su marido que había marchado al campo de batalla, pero no lo lloró, tomó valor y ofreció la vida de sus 12 hijos para la defensa de la República. Solía decir: “Os los entrego, porque cuando la Patria está en peligro, los hijos ya no pertenecen a los padres”.

Pero no sÓlo perdió al marido, sino a sus 12 hijos que había entregado. Según cuenta la historia: “¿Por qué Dios mío, no tengo otro esposo y otros 12 hijos, para que continúen defendiendo la Patria del invasor?”.

En marzo de 1913, durante una sesión espiritista realizada en la casa de la médium Josefina O’Brein, ubicada en la colonia Juárez, se apareció Sor Juana Inés de la Cruz.

Ninguno de los presentes podía creerlo, pero todos quedaron impresionados por la experiencia.

La “décima Musa”, como se le conoció a la poetiza, dejó por escrito un poema dedicado a Francisco I. Madero, que había sido asesinado unas semanas antes.

El poema titulado “Al Hermano Francisco I. Madero”, era muy breve y decía: “Así radiosas se elevan,/ las almas que se llevan/ en su amor a la fe./ Tranquilas. Tramontan./

Se alejan serenas/ y sÓlo en su brillo os dejan aquí./ Su brillo es el recuerdo,/ esa luz que no puede extinguirse;/ que en vuestras almas lleváis/ los que adoran lo que es la justicia,/ los que saben lo que es la verdad”.

(Tomado del anecdotario insólito de la Historia Mexicana de Alejandro Rosas).

Comentarios