Muerte en la Tarahumara

Avisos desatendidos
Duarte, avestruz
Wallace en acción

Julio Hernández López / Astillero


Desde el 28 de noviembre del año pasado la comunidad tarahumara había advertido que se iban agotando sus reservas de comida y que los padres de familia estaban en desesperación extrema a causa de su impotencia frente al frío y la desnutrición. Carolina Valles, en nombre del asentamiento denominado El Oasis, había hecho la denuncia: Mucha gente no tiene que comer; como no llovió no hubo maíz ni frijol; hace meses tuvieron que matar a las chivas porque no había hierba que comieran; los burros y mulas se están muriendo, y todavía falta el invierno. Ella, al igual que otros de sus compañeros, había cumplido con la rutina de ir a diversas dependencias de los gobiernos estatal y federal a presentar solicitudes de apoyo que fueron ignoradas.

Ya en aquella misma fecha –en http://bit.ly/tnWnnM se puede leer– se hablaba inequívocamente de suicidios por hambre. Fernando Soto Montes, quien preside una asociación católica denominada Santa María de los Niños, mencionaba que en la Tarahumara se vivía una situación peor que en algunos de los países africanos más pobres, y que ante la terrible crisis de los tarahumaras se había disparado el número de suicidios: No sabemos lo que está pasando, simplemente los hombres se paran en las barrancas y se arrojan, pensamos que es por la falta de comida. Una brigada de Santa María de los Niños incluso reportó que en el municipio de Bocoyna se había topado con escenas conmovedoras: Los niños comen puro pinole con agua; en la mañana, tarde y noche, desde hace meses. Información publicada en noviembre de 2011 bajo la firma de Luis Alonso Fierro.

En Haití, mientras, se anunciaba ayer un gesto generoso del ocupante del gobierno mexicano: 5 millones de dólares de donación para que en aquella nación se construyan mercados públicos. Felipe Calderón hizo los arreglos en Guatemala, adonde fue el sábado anterior para presenciar la toma de posesión de Otto Pérez Molina como presidente del vecino país. A pesar de la gran afinidad con el general en retiro que ofrece mano dura para enfrentar a la delincuencia, el visitante mexicano apenas pudo estar un cuarto de hora en la ceremonia formal (que se retrasó dos horas), pues debía regresar a toda prisa a Los Pinos, donde se celebraría la fiesta de 15 años de su hija mayor.

El gobierno de Chihuahua, encabezado por el priísta César Duarte, convertido en constante repetidor de que está haciendo tan buen gobierno que cada vez hay mejores cosas en los boletines de prensa que hace publicar, sí atendió de inmediato el asunto de los tarahumaras. En un comunicado que combina la política del avestruz con la épica del buen indígena resistente a todo, el otro Duarte (recuérdese que en Veracruz hay un mandatario con el mismo primer apellido) dice que son puras pamplinas los presuntos suicidios y establece premisas suficientes para en todo caso llevar a la cárcel a los difamadores de la egregia obra realizada por el César del Norte: Sólo el que no conoce la idiosincrasia de la raza tarahumara podría creer semejante versión. Su formación en la dureza de la sierra los hace hombres y mujeres con un temple a toda prueba. El gobierno de Chihuahua reprueba la injerencia de gente sin escrúpulos que miente y engaña a personas de buena fe con este tipo de falsa información. Vaya cinismo institucional.

Pasando a otro terreno, Héctor Alejandro Quintanar Pérez, profesor adjunto de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, asegura que el 14 de enero del año pasado un grupo de policías federales irrumpió en su casa, con brutalidad, rompiendo incluso las macetas del patio, amenazando con armas largas e insultando a los habitantes hasta que se dieron cuenta de que habían entrado a la casa equivocada, ante lo cual se retiraron sin decir palabra. Luego supieron que el comando iba en busca de los restos del hijo de la señora Isabel Miranda de Wallace, según eso enterrado en la casa contigua a la nuestra. Al poco tiempo vimos que quien encabezaba ese comando y daba órdenes tanto a los federales como a los policías ministeriales ¡era la señora Wallace!

Quintanar Pérez relata que el comando destrozó con un trascabo el patio de la casa vecina, y “en todo el tiempo que duró el operativo, entre 12 o 13 horas, la señora Wallace fue la encargada de dar órdenes a todos: policías federales, ministeriales, albañiles, operadores del trascabo, etcétera, usurpando así funciones de las autoridades y violando leyes”. Nada se encontró ni en el domicilio de Quintanar ni en el contiguo (éste no era un recinto de seguridad, como los agentes suponían, sino que estaba abandonado porque el dueño había muerto meses atrás), y cuando fue puesta una denuncia ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, “con fotos y video para documentarla, simplemente se nos notificó después que ese día la secretaría federal de seguridad pública no tenía registrada la realización de ningún operativo, con lo que denuncia y pruebas fueron mandadas a volar y todo quedó en la absoluta impunidad”.

El profesor universitario reflexiona: Es cierto que la búsqueda de justicia es una lucha necesaria, y la señora Wallace la ejerció como ciudadana un tiempo, pero cuando el poder le otorgó concesiones (pues, ¿dónde puedo yo conseguir a mis propios policías para darles órdenes y que me cuiden?) no le importó atropellar los derechos de terceros. ¿Qué pasará si gana y obtiene un margen de maniobra y poder mucho mayores? Desafortunadamente, de tanto juntarse con los belicistas calderónicos, la señora Wallace terminó adoptándoles las prácticas, y con ello perdió el rumbo de su legítima lucha ciudadana.

Y, mientras las encuestas perredistas entraban en la zona envenenada de la descalificación temprana, a causa de la campaña de llamadas telefónicas para promover a Mancera mediante el uso de palabras en su favor pronunciadas por Andrés Manuel López Obrador, y del retiro abusivo de mantas y pancartas de Mancera y de Barrales, ¡hasta mañana, con Peña Nieto gozando del gran acarreo regiomontano!

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