México y el mundo: las tareas pendientes

Olga Pellicer

Las relaciones de México con el mundo al terminar 2011 se encuentran en circunstancias difíciles. Empecemos con el entorno inmediato. Desde el norte, la animadversión hacia los trabajadores indocumentados mexicanos se hace cada día más intensa. Ya son seis los estados que han promulgado leyes que, entre otros puntos, atentan contra sus derechos humanos. Es sólo un aspecto del problema. Como ya hemos analizado en estas planas, los precandidatos republicanos han convertido su presencia en un tema de precampaña respecto al cual se empeñan en proponer una política represiva porque es la manera de ganar los favores del ala conservadora de su partido.

Las situaciones de violencia en México, los peligros de inestabilidad y la incertidumbre sobre el futuro traen muy preocupados a políticos, analistas y encargados de problemas de seguridad nacional en Estados Unidos. Nuestro país se encuentra dentro de la categoría de problemas que mayormente pueden afectar dicha seguridad. Eso no es trivial. Significa mayor actividad de los servicios de inteligencia, la construcción de escenarios posibles, las formas sutiles, o no tan sutiles, de incidir sobre ellos.

La desconfianza es el rasgo sobresaliente de las relaciones México-Estados Unidos al llegar a su último año el gobierno de Felipe Calderón. A pesar de las muchas felicitaciones de Barack Obama por su valentía para combatir a los narcotraficantes, el hecho es que numerosos episodios ponen en evidencia que las relaciones no son tan buenas y que la coordinación para conducirlas, de uno y otro lado, deja mucho que desear. Allí están, como prueba, las responsabilidades en que incurrió la parte estadunidense en la operación Rápido y Furioso, las actividades en materia de lavado de dinero o las acciones de los agentes de la DEA en México.

Desde el sur, las noticias tampoco son buenas. Cierto que formalmente ha habido mejoras, como la nueva ley de migración o la reforma de la Constitución en materia de derechos humanos que puede beneficiar a los migrantes centroamericanos. Pero en los hechos los logros son muy magros. La última reunión del Mecanismo de Tuxtla celebrada en Mérida a comienzos de diciembre puso en evidencia que se dan pasos adelante en lo relativo a establecer compromisos en materia de seguridad, pero la contribución mexicana al desarrollo de Centroamérica sigue siendo insignificante. El fondo anunciado en dicha reunión por Felipe Calderón (160 millones de dólares) es muy reducido para dejar huella en la solución de los problemas más serios de la región. (¿Dónde quedó la refinería prometida?) No contribuye a equilibrar la frustración y el malestar que sienten los centroamericanos ante el país donde matan a sus nacionales, no hay sensibilidad para pedir disculpas y arropar a las familias de las víctimas y no toman la dimensión requerida los programas de cooperación prometidos.

Europa se encuentra demasiado inmersa en sus problemas como para esperar que México ocupe un lugar dentro de sus prioridades. En términos generales, las relaciones han sido buenas con Gran Bretaña, con España y Alemania. El aspecto más negativo han sido los problemas con Francia. Todavía duelen la cancelación del Año de México en París, los recursos que fueron desperdiciados, la imaginación y el esfuerzo de tantos magníficos artistas que se quedaron guardados. Lo peor es que el asunto de Florence Cassez sigue enturbiando la relación. Los errores cometidos a lo largo del proceso que llevó a su condena son demasiado obvios como para pensar que el caso pueda archivarse. La reelección de Sarkozy, si ocurre, mantendrá el problema como una prioridad de la relación bilateral.

Ahora bien, un ejemplo evidente de la manera errada con que empresarios, políticos y diplomáticos mexicanos han buscado posicionar a México en el mundo es la reciente disputa por la eliminación de los impuestos compensatorios a productos provenientes de China. El desplegado a plana entera que viene apareciendo en la prensa nacional con un encabezado que hace referencia a la “voracidad de los asiáticos” tiene aspectos verdaderamente dramáticos por sus implicaciones tanto económicas como políticas.

No se pone en duda la manera como se verán afectados diversos productores de textiles, calzado, juguetes y otros por el mayor número de importaciones asiáticas. El problema es que hayan transcurrido tantos años sin que se hubiera previsto y sin que se construyera una política mucho más amistosa y productiva con Asia, en particular con China.

Las comparaciones son válidas en este caso. Durante los últimos tiempos, se habla mucho del buen momento para América Latina; de los altos índices de crecimiento y de la manera en que ha sido posible hacer frente exitosamente a la crisis económica que afecta a otras partes del mundo. La principal razón de ello es la relación económica con China. Ha sido esa relación y el hecho de que ese país sea ahora el primer socio comercial de Brasil, Chile y otros lo que explica, en gran medida, el éxito. Atribuirlo exclusivamente a la exportación de materias primas, aunque sin duda éstas han desempeñado una parte, es equivocado. La relación con China tiene que ver también con la capacidad de atraer inversión, subir el turismo y construir acuerdos de cooperación en materia de alta tecnología. Ver a los chinos como simples explotadores de mano de obra, como lo está percibiendo la opinión pública mexicana, es un gran error.

Los nubarrones en el horizonte son señal de la necesidad de corregir el rumbo. Urge una política exterior que mejore las relaciones con Asia, que otorgue la prioridad que se requiere a la relación con Centroamérica, que tenga un proyecto para manejar la relación con Estados Unidos de tal suerte que sea posible aprovechar la cercanía sin sacrificar soberanía. Todas ellas son, por lo pronto, tareas pendientes.

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