José Gil Olmos
Roy Campos, uno de los encuestadores más reconocidos del medio político, dice que las encuestas son como los bikinis: “enseñan todo, menos lo importante”.
Ante tal afirmación, podríamos preguntar: ¿Y qué es eso tan importante que las encuestas no dejan ver y que para los políticos puede equipararse a ese oscuro objeto del deseo?
Podríamos pensar muchas cosas, pero quizá sea la codicia y el anhelo que todo personaje político tiene de tratar de conocer o incidir en el futuro, haciendo de un simple ejercicio de opinión la construcción del oráculo del poder.
Las encuestas no modifican la realidad, sólo retratan un momento, un instante, y expresan el sentir o la opinión de un segmento de la sociedad sobre un tema o un personaje específico sobre el que se aplica el estudio demoscópico. Sin embargo, muchos políticos y sus estrategas de campaña quieren hacer de las encuestas su principal herramienta de manipulación social, de ahí que las usen de instrumento de propaganda.
El primer presidente de la República que comenzó a usar las encuestas con un fin de propaganda política fue Carlos Salinas de Gortari. Tenía en Los Pinos a un equipo de jóvenes, encabezado por Ulises Beltrán, que con el tiempo se especializaron en universidades de Estados Unidos y Europa para regresar a México y fundar sus propias empresas.
No obstante, fue hasta las elecciones del año 2000 cuando las encuestas empezaron a utilizarse en las estrategias de campaña. En esa elección, Francisco Labastida las usó para tratar de modificar los indicios de su derrota. Para ello, el PRI publicó una serie de encuestas fantasma, realizadas por empresas inexistentes, para ver si de esa manera podían incidir en el ánimo de la gente.
De nada sirvió el millonario gasto, pues nada cambio la percepción social y, después de 71 años de gobierno, el PRI fue derrotado por el panista Vicente Fox.
Hoy, las empresas que fundaron algunos de aquellos jóvenes que colaboraron en el gobierno salinista, pero también otras que encabezan excolaboradores del expresidente Ernesto Zedillo, así como simpatizantes del PAN, son las que dominan el mercado de opinión pública y las principales dotadoras de los estudios que les mandan a realizar los personajes de la política mexicana, como Enrique Peña Nieto, el primer candidato de la mediocracia.
El trabajo que han realizado últimamente estas empresas ha sido cuestionado por los errores cometidos en algunas elecciones en las que dieron ventaja a ciertos candidatos que al final resultaron derrotados, como ocurrió en la reciente elección de Michoacán, donde las encuestas de los panistas daban como vencedora a Luisa María Calderón, la hermana del presidente.
En su defensa, los especialistas en encuestas aseguran que aplican métodos científicos incuestionables, como entrevistas de vivienda y cuestionarios neutrales a personas identificadas con credencial de elector, sin tomar en cuenta su filiación política o partidista. Además, sostienen que son rigurosos en el vaciado de datos y establecen públicamente los márgenes de error en los que pueden incurrir. En síntesis, afirman que son científicos, imparciales, apartidistas y desinteresados.
Sin embargo, en su primer ejercicio de este año, las empresas de investigación en opinión ya comenzaron a ser cuestionadas, pues la percepción social no checa con sus encuestas en lo que respecta el efecto negativo que han tenido en Enrique Peña Nieto los graves y consecutivos errores en los que ha caído el exmandatario mexiquense desde hace un mes.
Los resultados de las encuestas difundidas en días pasados por Mitofsky y Parametría, en los que se indica que Peña Nieto perdió apenas tres puntos por sus gazapos literarios, políticos y de economía doméstica, no checan con las opiniones que se registraron no sólo en las redes sociales, sino en los medios de comunicación –salvo las televisoras que nunca lo difundieron–, en las comunidades y pueblos, en las calles, restaurantes, oficinas, taxis, metro y autobuses, e incluso en las mesas de los hogares.
Quizá porque hasta el momento no se había registrado en las redes sociales la difusión de los errores de Peña Nieto –no saber decir los nombres de tres libros que han marcado su vida, desconocer el precio del kilo de tortilla o su mal inglés en una conferencia en Estados Unidos–, saltaron a las calles como ningún otro hecho noticioso en México.
Pero por alguna razón esto no se ve, no se registra ese fenómeno social en los estudios de opinión realizados entre el 26 y el 29 de diciembre por Mitofsky, en los que sólo tres de cada 10 cambiaron su opinión positiva sobre Peña Nieto cuando se les preguntó “¿quién le gustaría que fuera el próximo presidente?”.
Tampoco en los estudios de Parametría efectuados los primeros días de enero se nota la imagen negativa de Peña Nieto, más bien se reafirma la distancia entre el priista, los aspirantes del PAN y el precandidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador.
Así, pues, quizá lo que estamos presenciando es la comprobación del impacto que tienen las televisoras en la sociedad, pues ni Televisa ni Televisión Azteca difundieron los gazapos del exgobernador mexiquense y hasta los minimizaron en sus programas de debate. Y, como es bien sabido, la mayor parte de la población se informa a través de la televisión.
Sin embargo, este primer ejercicio de opinión pública marcará aún más la desconfianza que ya existe en un sector de la ciudadanía en las empresas encuestadoras, contratadas por los medios de comunicación más poderosos y por los candidatos como Enrique Peña Nieto, que seguramente verá con alegría los resultados que, sin duda, tomarán sus principales asesores con la idea de que son invencibles, olvidando que las encuestas no son el oráculo del poder sino, como dijo Roy Campos, son como un bikini, que enseña casi todo, menos lo importante.
Roy Campos, uno de los encuestadores más reconocidos del medio político, dice que las encuestas son como los bikinis: “enseñan todo, menos lo importante”.
Ante tal afirmación, podríamos preguntar: ¿Y qué es eso tan importante que las encuestas no dejan ver y que para los políticos puede equipararse a ese oscuro objeto del deseo?
Podríamos pensar muchas cosas, pero quizá sea la codicia y el anhelo que todo personaje político tiene de tratar de conocer o incidir en el futuro, haciendo de un simple ejercicio de opinión la construcción del oráculo del poder.
Las encuestas no modifican la realidad, sólo retratan un momento, un instante, y expresan el sentir o la opinión de un segmento de la sociedad sobre un tema o un personaje específico sobre el que se aplica el estudio demoscópico. Sin embargo, muchos políticos y sus estrategas de campaña quieren hacer de las encuestas su principal herramienta de manipulación social, de ahí que las usen de instrumento de propaganda.
El primer presidente de la República que comenzó a usar las encuestas con un fin de propaganda política fue Carlos Salinas de Gortari. Tenía en Los Pinos a un equipo de jóvenes, encabezado por Ulises Beltrán, que con el tiempo se especializaron en universidades de Estados Unidos y Europa para regresar a México y fundar sus propias empresas.
No obstante, fue hasta las elecciones del año 2000 cuando las encuestas empezaron a utilizarse en las estrategias de campaña. En esa elección, Francisco Labastida las usó para tratar de modificar los indicios de su derrota. Para ello, el PRI publicó una serie de encuestas fantasma, realizadas por empresas inexistentes, para ver si de esa manera podían incidir en el ánimo de la gente.
De nada sirvió el millonario gasto, pues nada cambio la percepción social y, después de 71 años de gobierno, el PRI fue derrotado por el panista Vicente Fox.
Hoy, las empresas que fundaron algunos de aquellos jóvenes que colaboraron en el gobierno salinista, pero también otras que encabezan excolaboradores del expresidente Ernesto Zedillo, así como simpatizantes del PAN, son las que dominan el mercado de opinión pública y las principales dotadoras de los estudios que les mandan a realizar los personajes de la política mexicana, como Enrique Peña Nieto, el primer candidato de la mediocracia.
El trabajo que han realizado últimamente estas empresas ha sido cuestionado por los errores cometidos en algunas elecciones en las que dieron ventaja a ciertos candidatos que al final resultaron derrotados, como ocurrió en la reciente elección de Michoacán, donde las encuestas de los panistas daban como vencedora a Luisa María Calderón, la hermana del presidente.
En su defensa, los especialistas en encuestas aseguran que aplican métodos científicos incuestionables, como entrevistas de vivienda y cuestionarios neutrales a personas identificadas con credencial de elector, sin tomar en cuenta su filiación política o partidista. Además, sostienen que son rigurosos en el vaciado de datos y establecen públicamente los márgenes de error en los que pueden incurrir. En síntesis, afirman que son científicos, imparciales, apartidistas y desinteresados.
Sin embargo, en su primer ejercicio de este año, las empresas de investigación en opinión ya comenzaron a ser cuestionadas, pues la percepción social no checa con sus encuestas en lo que respecta el efecto negativo que han tenido en Enrique Peña Nieto los graves y consecutivos errores en los que ha caído el exmandatario mexiquense desde hace un mes.
Los resultados de las encuestas difundidas en días pasados por Mitofsky y Parametría, en los que se indica que Peña Nieto perdió apenas tres puntos por sus gazapos literarios, políticos y de economía doméstica, no checan con las opiniones que se registraron no sólo en las redes sociales, sino en los medios de comunicación –salvo las televisoras que nunca lo difundieron–, en las comunidades y pueblos, en las calles, restaurantes, oficinas, taxis, metro y autobuses, e incluso en las mesas de los hogares.
Quizá porque hasta el momento no se había registrado en las redes sociales la difusión de los errores de Peña Nieto –no saber decir los nombres de tres libros que han marcado su vida, desconocer el precio del kilo de tortilla o su mal inglés en una conferencia en Estados Unidos–, saltaron a las calles como ningún otro hecho noticioso en México.
Pero por alguna razón esto no se ve, no se registra ese fenómeno social en los estudios de opinión realizados entre el 26 y el 29 de diciembre por Mitofsky, en los que sólo tres de cada 10 cambiaron su opinión positiva sobre Peña Nieto cuando se les preguntó “¿quién le gustaría que fuera el próximo presidente?”.
Tampoco en los estudios de Parametría efectuados los primeros días de enero se nota la imagen negativa de Peña Nieto, más bien se reafirma la distancia entre el priista, los aspirantes del PAN y el precandidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador.
Así, pues, quizá lo que estamos presenciando es la comprobación del impacto que tienen las televisoras en la sociedad, pues ni Televisa ni Televisión Azteca difundieron los gazapos del exgobernador mexiquense y hasta los minimizaron en sus programas de debate. Y, como es bien sabido, la mayor parte de la población se informa a través de la televisión.
Sin embargo, este primer ejercicio de opinión pública marcará aún más la desconfianza que ya existe en un sector de la ciudadanía en las empresas encuestadoras, contratadas por los medios de comunicación más poderosos y por los candidatos como Enrique Peña Nieto, que seguramente verá con alegría los resultados que, sin duda, tomarán sus principales asesores con la idea de que son invencibles, olvidando que las encuestas no son el oráculo del poder sino, como dijo Roy Campos, son como un bikini, que enseña casi todo, menos lo importante.
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