Raymundo Riva Palacio
Marcelo Ebrard será considerado, seguramente, como uno de los mejores gobernantes que ha tenido la Ciudad de México, por la obra que ha realizado, por la seguridad que ha devuelto a la capital, y por haberla convertido en un espacio de tolerancia. Hasta mediados del año pasado, Ebrard parecía encaminado a la candidatura presidencial de la izquierda, con posibilidades de derrotar a su rival Andrés Manuel López Obrador, y con la fuerza para poder colocar a un candidato a sucederlo y a continuar su proyecto transexenal. Pero se cayó.
Visto desde las gradas, en el segundo semestre de 2011 Ebrard perdió el foco. Invirtió mucho tiempo político en administrar sus asuntos personales en la prensa del corazón. Mientras dedicaba tiempo a esos menesteres, López Obrador modificó su estrategia política y empezó su sprint hacia la candidatura. Ebrard logró que el tabasqueño aceptara una encuesta en población abierta para definir la nominación pero en los detalles -la muestra, el cuestionario, la verificación de los puntos encuestados-, perdió la carrera.
Ebrard reconoció la derrota mientras que López Obrador, públicamente magnánimo, le otorgó el derecho de designar sucesor en el Distrito Federal, una elección local que es distinta a todas las locales. La capital genera la mayor riqueza en el país y es el corazón político de la nación. Todos los caminos conducen a la Ciudad de México -a pesar del sentir en algunas capitales de la República-, y así será mientras no se modifique la histórica cultura centralista. En términos de partidos, es el bastión del PRD, de la izquierda mexicana y de donde, a través de la gestión de gobierno, se da cabida y recursos a la militancia.
Perder electoralmente el Distrito Federal sería para la izquierda como el que se le cerrara la bolsa de trabajo y se congelaran todas sus cuentas bancarias. Una derrota en la capital, sería probablemente el fin del PRD como se le conoce, al desaparecer la columna vertebral que une las diferentes corrientes de izquierda. Por esta importancia estratégica Ebrard ha vuelto a sorprender, a quien lo observa desde las gradas, por el manejo de su sucesión. El formato para definir a un candidato es una réplica de cómo se resolvió la candidatura presidencial, la encuesta. La diferencia es que en aquella competencia era un tango entre dos, y en esta es un juego de sillas, donde extrañamente participó con tres contendientes.
Uno de ellos, Mario Delgado, declinó la semana pasada, pero dos más se encuentran enfrentados a la cabeza de los sondeos, la líder de la Asamblea Legislativa, Alejandra Barrales, y el ex procurador Miguel Mancera. La forma como Ebrard manejó a sus candidatos en potencia, si no los anula mutuamente, los debilita. Ebrard, uno de los políticos más fríos que hay en México, se metió en un problema donde existe la posibilidad que pierda la capacidad para decidir a quién quiere que lo suceda. Si los dos que responden a él se mantienen hasta el final, se dividirá el voto marcelista y un tercero, que pudieran ser el senador Carlos Navarrete, o el ex secretario de Desarrollo Social Martí Batres, que pintan bien en las encuestas, podrían darle una sorpresa.
La indefinición de Ebrard juega en su contra y favorece a quienes hasta hace unos días no tenían posibilidades. Ebrard perdió el control del proceso de sucesión y entró en un túnel de incertidumbre. Para retomarlo tendría que obligar a uno de los suyos a declinar, pero ni Barrales ni Mancera han dado señales de que uno lo hará para que sólo sea un marcelista quien juegue por la candidatura, ni este ha dado muestras de preferir a alguno de los dos, como sí lo había hecho con Delgado.
Ebrard muestra una ingenuidad política desconocida. Repite la fórmula que lo llevó a la derrota ante López Obrador como si no hubiera aprendido nada, haciéndose bolas en el manejo del proceso, y con la mente -a decir por sus declaraciones- de que lo suyo será terminar su gestión y prepararse para el futuro, sin tomar en cuenta que ese futuro dependerá de quién quede al frente del Gobierno del Distrito Federal. De otra manera, el invierno será muy frío y quizás sin punto de retorno.
Marcelo Ebrard será considerado, seguramente, como uno de los mejores gobernantes que ha tenido la Ciudad de México, por la obra que ha realizado, por la seguridad que ha devuelto a la capital, y por haberla convertido en un espacio de tolerancia. Hasta mediados del año pasado, Ebrard parecía encaminado a la candidatura presidencial de la izquierda, con posibilidades de derrotar a su rival Andrés Manuel López Obrador, y con la fuerza para poder colocar a un candidato a sucederlo y a continuar su proyecto transexenal. Pero se cayó.
Visto desde las gradas, en el segundo semestre de 2011 Ebrard perdió el foco. Invirtió mucho tiempo político en administrar sus asuntos personales en la prensa del corazón. Mientras dedicaba tiempo a esos menesteres, López Obrador modificó su estrategia política y empezó su sprint hacia la candidatura. Ebrard logró que el tabasqueño aceptara una encuesta en población abierta para definir la nominación pero en los detalles -la muestra, el cuestionario, la verificación de los puntos encuestados-, perdió la carrera.
Ebrard reconoció la derrota mientras que López Obrador, públicamente magnánimo, le otorgó el derecho de designar sucesor en el Distrito Federal, una elección local que es distinta a todas las locales. La capital genera la mayor riqueza en el país y es el corazón político de la nación. Todos los caminos conducen a la Ciudad de México -a pesar del sentir en algunas capitales de la República-, y así será mientras no se modifique la histórica cultura centralista. En términos de partidos, es el bastión del PRD, de la izquierda mexicana y de donde, a través de la gestión de gobierno, se da cabida y recursos a la militancia.
Perder electoralmente el Distrito Federal sería para la izquierda como el que se le cerrara la bolsa de trabajo y se congelaran todas sus cuentas bancarias. Una derrota en la capital, sería probablemente el fin del PRD como se le conoce, al desaparecer la columna vertebral que une las diferentes corrientes de izquierda. Por esta importancia estratégica Ebrard ha vuelto a sorprender, a quien lo observa desde las gradas, por el manejo de su sucesión. El formato para definir a un candidato es una réplica de cómo se resolvió la candidatura presidencial, la encuesta. La diferencia es que en aquella competencia era un tango entre dos, y en esta es un juego de sillas, donde extrañamente participó con tres contendientes.
Uno de ellos, Mario Delgado, declinó la semana pasada, pero dos más se encuentran enfrentados a la cabeza de los sondeos, la líder de la Asamblea Legislativa, Alejandra Barrales, y el ex procurador Miguel Mancera. La forma como Ebrard manejó a sus candidatos en potencia, si no los anula mutuamente, los debilita. Ebrard, uno de los políticos más fríos que hay en México, se metió en un problema donde existe la posibilidad que pierda la capacidad para decidir a quién quiere que lo suceda. Si los dos que responden a él se mantienen hasta el final, se dividirá el voto marcelista y un tercero, que pudieran ser el senador Carlos Navarrete, o el ex secretario de Desarrollo Social Martí Batres, que pintan bien en las encuestas, podrían darle una sorpresa.
La indefinición de Ebrard juega en su contra y favorece a quienes hasta hace unos días no tenían posibilidades. Ebrard perdió el control del proceso de sucesión y entró en un túnel de incertidumbre. Para retomarlo tendría que obligar a uno de los suyos a declinar, pero ni Barrales ni Mancera han dado señales de que uno lo hará para que sólo sea un marcelista quien juegue por la candidatura, ni este ha dado muestras de preferir a alguno de los dos, como sí lo había hecho con Delgado.
Ebrard muestra una ingenuidad política desconocida. Repite la fórmula que lo llevó a la derrota ante López Obrador como si no hubiera aprendido nada, haciéndose bolas en el manejo del proceso, y con la mente -a decir por sus declaraciones- de que lo suyo será terminar su gestión y prepararse para el futuro, sin tomar en cuenta que ese futuro dependerá de quién quede al frente del Gobierno del Distrito Federal. De otra manera, el invierno será muy frío y quizás sin punto de retorno.
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