Otto Schober / La Línea del Tiempo
En abril de 1860, Maximiliano y Carlota ocuparon el castillo de Miramar para utilizarlo como su residencia oficial, ocupando sólo la planta baja porque el segundo piso estaba en construcción, cada uno en su propia habitación, construcción diseñada por Maximiliano sobre una roca, frente a las aguas del mar Adriático, la construcción y sus jardines son de una belleza extraordinaria.
El castillo era admirado y envidiado por propios y extraños, era un palacio digno de un archiduque, pero para pagar ese tren de vida, las obras adicionales al castillo y los objetos de lujo que adornaban su interior, Maximiliano tuvo que hipotecar el castillo y contraer más deudas con amigos y banqueros. Su hermano, el emperador Francisco José, le negó ayuda financiera.
Pero parte de lo obtenido en la hipoteca, sirvió para comprar una segunda morada que encontró en la costa Dálmata, frente a las murallas de la ciudad fortificada de Ragusa, una isla digna de un cuento de hadas, que medía apenas 2 kilómetros de largo por 50 metros de ancho, su nombre es Lacroma y en ella existía un viejo monasterio abandonado que completaba el romántico paisaje.
Una leyenda local decía que el rey Ricardo Corazón de León se había refugiado allí cuando regresaba de las cruzadas. Maximiliano informó muy entusiasmado a Carlota de su hallazgo y la convenció de comprar la isla.
Para ocultar la nueva propiedad a sus acreedores, le pidió a su suegro, el rey Leopoldo de Bélgica, simulara ser el comprador, con el pretexto de que podría estar en peligro si los italianos, enemigos de Austria, se apoderaban de la costa del Adriático, lo que consiguió. Maximiliano disfrutó la isla, restauró el monasterio, haciendo de él una hermosa casa de veraneo, pero Carlota no estaba a gusto, porque quedó impresionada por una leyenda sobre la isla, que afirmaba que quien la poseía, fallecía de muerte violenta.
La vida de la pareja transcurrió entre el castillo como su residencia en la ciudad y la casa de veraneo de la isla. Maximiliano le obsequió a Carlota la mitad de las dos propiedades y ella participaba en el pago de la deuda.
Cuando gobernaron México, enviaban efectivo para el mantenimiento y algo para abonar la deuda, pago que disminuyó al final de su imperio, Maximiliano empezó ganando un millón y medio de pesos al año, que bajó a 10 mil mensuales en la primavera de 1867.
A la muerte de Maximiliano, los albaceas austríacos formaron un inventario de sus bienes sin incluir a Miramar ni la isla de Lacroma, ya que estos dominios volvieron al erario imperial, que habían absorbido las deudas restantes.
En 1874, la isla de Lacroma se sacó a subasta y fue adjudicada por un precio de 67,727 florines. (Tras las huellas de un desconocido de Konrad Ratz).
En abril de 1860, Maximiliano y Carlota ocuparon el castillo de Miramar para utilizarlo como su residencia oficial, ocupando sólo la planta baja porque el segundo piso estaba en construcción, cada uno en su propia habitación, construcción diseñada por Maximiliano sobre una roca, frente a las aguas del mar Adriático, la construcción y sus jardines son de una belleza extraordinaria.
El castillo era admirado y envidiado por propios y extraños, era un palacio digno de un archiduque, pero para pagar ese tren de vida, las obras adicionales al castillo y los objetos de lujo que adornaban su interior, Maximiliano tuvo que hipotecar el castillo y contraer más deudas con amigos y banqueros. Su hermano, el emperador Francisco José, le negó ayuda financiera.
Pero parte de lo obtenido en la hipoteca, sirvió para comprar una segunda morada que encontró en la costa Dálmata, frente a las murallas de la ciudad fortificada de Ragusa, una isla digna de un cuento de hadas, que medía apenas 2 kilómetros de largo por 50 metros de ancho, su nombre es Lacroma y en ella existía un viejo monasterio abandonado que completaba el romántico paisaje.
Una leyenda local decía que el rey Ricardo Corazón de León se había refugiado allí cuando regresaba de las cruzadas. Maximiliano informó muy entusiasmado a Carlota de su hallazgo y la convenció de comprar la isla.
Para ocultar la nueva propiedad a sus acreedores, le pidió a su suegro, el rey Leopoldo de Bélgica, simulara ser el comprador, con el pretexto de que podría estar en peligro si los italianos, enemigos de Austria, se apoderaban de la costa del Adriático, lo que consiguió. Maximiliano disfrutó la isla, restauró el monasterio, haciendo de él una hermosa casa de veraneo, pero Carlota no estaba a gusto, porque quedó impresionada por una leyenda sobre la isla, que afirmaba que quien la poseía, fallecía de muerte violenta.
La vida de la pareja transcurrió entre el castillo como su residencia en la ciudad y la casa de veraneo de la isla. Maximiliano le obsequió a Carlota la mitad de las dos propiedades y ella participaba en el pago de la deuda.
Cuando gobernaron México, enviaban efectivo para el mantenimiento y algo para abonar la deuda, pago que disminuyó al final de su imperio, Maximiliano empezó ganando un millón y medio de pesos al año, que bajó a 10 mil mensuales en la primavera de 1867.
A la muerte de Maximiliano, los albaceas austríacos formaron un inventario de sus bienes sin incluir a Miramar ni la isla de Lacroma, ya que estos dominios volvieron al erario imperial, que habían absorbido las deudas restantes.
En 1874, la isla de Lacroma se sacó a subasta y fue adjudicada por un precio de 67,727 florines. (Tras las huellas de un desconocido de Konrad Ratz).
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