Jorge Fernández Menéndez
¿Es Joaquín el Chapo Guzmán el narcotraficante más poderoso del mundo, como insistieron ayer las autoridades de los Estados Unidos? ¿es uno de los hombres más ricos del mundo como sostiene una y otra vez la revista Forbes? No lo sé, en términos estrictos nadie la sabe con plena convicción. Ya hemos visto capos poderosísimos, como Amado Carrillo Fuentes, muerto en una cama de hospital asesinado por sus propios colaboradores después de una cirugía plástica cuando se suponía que estaba en el clímax de su poder. Hemos visto a Osiel Cárdenas y a Benjamín Arellano Félix, que fueron los temibles jefes de los cárteles del Golfo y de Tijuana, respectivamente, llegando a acuerdos con las autoridades judiciales de Estados Unidos que incluyen la entrega de información sobre sus propias organizaciones. Vemos y sabemos que hay grupos terriblemente violentos que en muchas ocasiones se identifican como los Zetas, pero que no sabemos qué relación directa tienen con ellos, que pueden causar enormes daños a la sociedad pero que están conformados por personajes que, al ser detenidos, resultan unos pobres diablos.
Lo cierto es que en torno al “Chapo” Guzmán se están cerrando varios círculos. Ha sufrido golpes cercanísimos en las últimas semanas en su aparato financiero, incluyendo el decomiso de más de 15 millones de dólares en efectivo a fin de noviembre pasado; ha caído su jefe de custodias y varios de sus principales operadores. Apenas ayer, el departamento del Tesoro a través de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros, por cuarta ocasión en el último año ha golpeado a las estructuras de “El Chapo”, cuando dio a conocer que calificó a dos mexicanos, Óscar Álvarez Zepeda y Joel Valdez Benítez, ambos de Culiacán, como “narcotraficantes especialmente designados” por tener vínculos con el líder del cártel de Sinaloa. También fue “designado” en la misma categoría el colombiano Carlos Mario Torres Hoyos, de Medellín. De acuerdo con la OFAC, los tres “proporcionan apoyo material a las actividades de narcotráfico de Guzmán Loera y también tienen vínculos con el narcotraficante colombiano Jorge Milton Cifuentes Villa”.
¿Qué significa esto? Que se establece un amplio esquema legal que paraliza todas las actividades económicas y financieras de estos sujetos, ninguno de los tres demasiado conocido, pero los tres parte fundamental de la trama de operación de recursos entre los cárteles colombianos y el del “Chapo” Guzmán.
Creo que conceptualmente nos equivocamos al percibir la situación de seguridad y sus consecuencias. Aquí muchas veces hemos insistido en que hay dos procesos diferentes, diferenciados y que tendrían que tener un tratamiento también distinto, porque ni sus actores ni sus consecuencias son equivalentes. Uno es el gran tráfico de drogas, los grandes cárteles, la enorme operación del traslado y la colocación de drogas en distintos mercados.
El otro, sin duda relacionado con el primero, pero con actores y consecuencias sociales diferentes, es el de las bandas que se amparan en el narcomenudeo, en el secuestro, la extorsión, el robo. Vienen de lo mismo pero no son lo mismo. Por eso se puede decir que el “Chapo” Guzmán es el narco más poderoso del mundo, lo sea o no. Hasta que no diferenciemos esos procesos y no les demos un tratamiento específico a cada uno de ellos persistirá la confusión y seguiremos pensando que “El Chapo” Guzmán o Heriberto Lazcano son casi lo mismo que el “Mataperros” o el “Gato” Ortiz.
El apoyo de Bejarano
Que no tenemos memoria histórica no es una novedad. Pero no deja de sorprender que personajes que resultan impresentables en cualquier espacio político sigan teniendo poder, lo incrementen y nadie, ni los suyos ni los ajenos, les exijan que rindan cuentas por sus actos. Hace poco menos de siete años veíamos todos cómo René Bejarano, Carlos Imaz y otros dirigentes y funcionarios del PRD se llevaban dinero a manos llenas de las oficinas del empresario Carlos Ahumada, dinero que exigían para financiar sus campañas, sus caprichos, sus viajes. Han pasado los años y ahora resulta que la esposa de René Bejarano, la señora Dolores Padierna es la secretaria general del PRD y que el propio René, con Dolores y su corriente, se presentan como (y son) el fiel de la balanza para decidir entre Miguel Mancera y Alejandra Barrales en el DF. René, por cierto, sigue siendo uno de los principales operadores de López Obrador en todos los sentidos y hasta hoy, tantos años después, nunca ha dicho qué hizo con esos millones que, a la vista de todos, se robó. Quizás por eso tiene tanto peso e influencia.
¿Es Joaquín el Chapo Guzmán el narcotraficante más poderoso del mundo, como insistieron ayer las autoridades de los Estados Unidos? ¿es uno de los hombres más ricos del mundo como sostiene una y otra vez la revista Forbes? No lo sé, en términos estrictos nadie la sabe con plena convicción. Ya hemos visto capos poderosísimos, como Amado Carrillo Fuentes, muerto en una cama de hospital asesinado por sus propios colaboradores después de una cirugía plástica cuando se suponía que estaba en el clímax de su poder. Hemos visto a Osiel Cárdenas y a Benjamín Arellano Félix, que fueron los temibles jefes de los cárteles del Golfo y de Tijuana, respectivamente, llegando a acuerdos con las autoridades judiciales de Estados Unidos que incluyen la entrega de información sobre sus propias organizaciones. Vemos y sabemos que hay grupos terriblemente violentos que en muchas ocasiones se identifican como los Zetas, pero que no sabemos qué relación directa tienen con ellos, que pueden causar enormes daños a la sociedad pero que están conformados por personajes que, al ser detenidos, resultan unos pobres diablos.
Lo cierto es que en torno al “Chapo” Guzmán se están cerrando varios círculos. Ha sufrido golpes cercanísimos en las últimas semanas en su aparato financiero, incluyendo el decomiso de más de 15 millones de dólares en efectivo a fin de noviembre pasado; ha caído su jefe de custodias y varios de sus principales operadores. Apenas ayer, el departamento del Tesoro a través de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros, por cuarta ocasión en el último año ha golpeado a las estructuras de “El Chapo”, cuando dio a conocer que calificó a dos mexicanos, Óscar Álvarez Zepeda y Joel Valdez Benítez, ambos de Culiacán, como “narcotraficantes especialmente designados” por tener vínculos con el líder del cártel de Sinaloa. También fue “designado” en la misma categoría el colombiano Carlos Mario Torres Hoyos, de Medellín. De acuerdo con la OFAC, los tres “proporcionan apoyo material a las actividades de narcotráfico de Guzmán Loera y también tienen vínculos con el narcotraficante colombiano Jorge Milton Cifuentes Villa”.
¿Qué significa esto? Que se establece un amplio esquema legal que paraliza todas las actividades económicas y financieras de estos sujetos, ninguno de los tres demasiado conocido, pero los tres parte fundamental de la trama de operación de recursos entre los cárteles colombianos y el del “Chapo” Guzmán.
Creo que conceptualmente nos equivocamos al percibir la situación de seguridad y sus consecuencias. Aquí muchas veces hemos insistido en que hay dos procesos diferentes, diferenciados y que tendrían que tener un tratamiento también distinto, porque ni sus actores ni sus consecuencias son equivalentes. Uno es el gran tráfico de drogas, los grandes cárteles, la enorme operación del traslado y la colocación de drogas en distintos mercados.
El otro, sin duda relacionado con el primero, pero con actores y consecuencias sociales diferentes, es el de las bandas que se amparan en el narcomenudeo, en el secuestro, la extorsión, el robo. Vienen de lo mismo pero no son lo mismo. Por eso se puede decir que el “Chapo” Guzmán es el narco más poderoso del mundo, lo sea o no. Hasta que no diferenciemos esos procesos y no les demos un tratamiento específico a cada uno de ellos persistirá la confusión y seguiremos pensando que “El Chapo” Guzmán o Heriberto Lazcano son casi lo mismo que el “Mataperros” o el “Gato” Ortiz.
El apoyo de Bejarano
Que no tenemos memoria histórica no es una novedad. Pero no deja de sorprender que personajes que resultan impresentables en cualquier espacio político sigan teniendo poder, lo incrementen y nadie, ni los suyos ni los ajenos, les exijan que rindan cuentas por sus actos. Hace poco menos de siete años veíamos todos cómo René Bejarano, Carlos Imaz y otros dirigentes y funcionarios del PRD se llevaban dinero a manos llenas de las oficinas del empresario Carlos Ahumada, dinero que exigían para financiar sus campañas, sus caprichos, sus viajes. Han pasado los años y ahora resulta que la esposa de René Bejarano, la señora Dolores Padierna es la secretaria general del PRD y que el propio René, con Dolores y su corriente, se presentan como (y son) el fiel de la balanza para decidir entre Miguel Mancera y Alejandra Barrales en el DF. René, por cierto, sigue siendo uno de los principales operadores de López Obrador en todos los sentidos y hasta hoy, tantos años después, nunca ha dicho qué hizo con esos millones que, a la vista de todos, se robó. Quizás por eso tiene tanto peso e influencia.
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