Hambre e inanición

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Once años de panismo han convertido a México en un país de cínicos. Los tres niveles de gobierno se esfuerzan por engañar a la sociedad y tienen éxito, pues una buena parte les compra sus mentiras. Consideran, en grave ingenuidad, que lo mejor que le pudo haber ocurrido a esta nación fueron los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón.

El primero de enero de 1994, en cuanto Samuel Ruiz y Rafael Sebastián Guillén Vicente dieron la voz de alarma, la sociedad se sacudió y el gobierno del PRI asumió su responsabilidad, aunque después se traicionaron a ellos mismos y no acudieron a firmar los Acuerdos de San Andrés, negociados en una mesa y rechazados por la razón jurídica de los compromisos globalizadores adquiridos por el Estado.

Hoy decidieron jugar con el significado de las palabras, con el propósito de no reconocer que se procede a una limpieza social, que los intereses de los gobiernos estatales y federal están muy lejos de coincidir con los de los mexicanos de a pie, y se avientan la puntada de informar que han fallecido 72 tarahumaras de inanición, porque les cuesta trabajo aceptar, en consciencia y ante la realidad, que mueren de hambre. Padecer desnutrición es carecer de alimentos; quedar inscrito en esa estúpida clasificación de pobreza alimentaria es que han reconocido que no comes las cantidades mínimas para tener salud y bienestar, es aceptar que un buen número de mexicanos vive con el estómago y la razón vacíos y, por consiguiente, puede morir porque durante mucho tiempo no se alimentó con lo suficiente. Véanlo como quieran, pero en buen castellano equivale a morirse de hambre.

¡Claro que hay sobreexplotación mediática del problema!, pero sólo así hicieron caso y corrieron a organizar la ayuda. El presidente Calderón, tozudo como es su costumbre, rechazó una petición del Congreso por 10 mil millones de pesos para combatir los efectos de la sequía, del cambio climático -como gusta de calificar al problema-, para después firmar un decreto presidencial que concede poco más de 30 mil millones de pesos, pero lo hizo hasta que los muertos de hambre se sumaron a los asesinados por su política contra el crimen organizado.

En cuanto al gobernador César Duarte -sólo fue a la foto-, aporta más la organización Sólo para Ayudar, de Lolita Ayala, que lo que pueda hacer el gobierno estatal. Lo que asombra es el silencio de las fuerzas armadas -Marina se incorporó a partir del 27 de enero- y la ausencia del Plan DNIII, porque muchos de los que necesitan ayuda deben caminar distancias de hasta 70 kilómetros y no en terreno plano, para regresar a sus hogares cargando despensas de más de 60 kilos.

Son las secretarías de Marina y Defensa Nacional las que debieran coordinar esa ayuda, en lugar de suplir las terribles deficiencias de la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Quieren, están urgidos de acabar con el respeto que tradicionalmente se tuvo a las fuerzas armadas de México.

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