Farsa de la república amorosa

Carlos Ramírez / Indicador Político

Si el principal problema no es la corrupción, sino la desigualdad social y la marginación económica, entonces el país requiere de un nuevo modelo de desarrollo y no de un pastor fundamentalista.

Y si alguna prueba faltaba para comprobar que el PRD no es de izquierda y que Andrés Manuel López Obrador tampoco lo es, las evidencias se encuentran en la sustitución de las ideas políticas y económicas por un catecismo de pastor protestante de misa estadounidense dominical por televisión, con sus corifeos sacados paradójicamente de la comunidad científica que en su momento pugnó por el socialismo científico.

El concepto de izquierda fue pervertido por Norberto Bobbio cuando le quitó el detonador socialista y lo redujo a programas asistencialistas a favor de los pobres como desventurados sociales y no como clases explotadas. Luego el viejo sector progresista --que no socialista-- del PRI llevó el concepto a programas asistencialistas, pero reducidos a subsidios regalados que no modifican la estructura productiva de apropiación privada de la riqueza social producida.

De ahí que la república amorosa de López Obrador sea una tomadura de pelo a la izquierda socialista y una coartada a los priístas neopopulistas para salirse del salinizado PRI neoliberal. Pero de ahí a darle categoría científica existe un abismo de ideas que nadie se atreve a refutarle al flautista de Hamelín de López Obrador por el miedo a perder algún lugar en el gabinete presidencial --el legítimo y el real--.

La república amorosa es la doctrina --en términos religiosos-- política e ideológica del fascismo: la dictadura del gran capital impuesta por la vía de la represión, pero también de las ideas fundamentalistas. Para empezar, la república amorosa ofrece una reconciliación de clases, pero sin atender al modelo ideológico de la izquierda real, histórica: el de la lucha de clases. Al margen de ser o no mecanismo de lucha, Marx y Engels descubrieron y resumieron la esencia del sistema productivo: los motores de la historia eran la explotación y la lucha de clases. La aplicación del término ayuda a entender la esencia de lo que la izquierda quiere transformar: la inflación es producto de la lucha de clases, la trabajadora peleando por salarios y la propietaria disputando las utilidades.

La república amorosa es una reconstrucción del tripartismo aplicado por Luis Echeverría con las reuniones entre empresarios, trabajadores y gobierno para tomar decisiones en función de los intereses de la estabilidad macroeconómica, no de la justicia social. La república amorosa también instala de nueva cuenta al Estado como el eje de la toma de decisiones, pero sin cambiar la naturaleza del Estado al servicio de los intereses productivos del capital privado.

La república amorosa se convierte, por razón lógica, en un consuelo; si hay amor debería existir también conformismo; por tanto, la república amorosa desactiva la lucha de clases como disputa por la riqueza; y como el Estado reproduce los intereses de la clase dominante, entonces --como se ha visto en las diferentes versiones del Estado: PRI, PAN, PRD-- el Estado tiende a beneficiar a la clase empresarial y con ello convertir la acumulación privada en el objetivo central.

La verdadera izquierda mexicana pensaba diferente. Los hoy autodenominados representantes de la izquierda son más priístas y panistas en sus fundamentaciones ideológicas que seguidores de la doctrina del socialismo de Marx. Los tres descubrimientos científicos de Marx definieron a la izquierda: la plusvalía, la acumulación y la lucha de clases. Hoy la “izquierda” lopezobradorista es amorosa: haz el amor y no la lucha de clases.

Por tanto, la república amorosa es una versión moderna de la derecha ideológica que beneficia la apropiación privada de la riqueza social, una especie de panismo hippie, y su promotor, López Obrador, elabora un discurso religioso de aceptación de la explotación económica y social; como fundados de la izquierda, Marx estableció la lucha de clases para cambiar el mundo --Tesis sobre Feuerbach que niega la izquierda socialista hoy amorosamente transformada en acólita del conformismo de clase-- y definió justamente la lucha como la única forma de disputar la riqueza producida.

Por eso la ex izquierda socialista que le dio esencia al PRD debería releer a los ensayistas de izquierda. En 1958, el ensayista marxista y escritor José Revueltas --en México: una democracia bárbara-- hizo un esfuerzo dialéctico para romper con la enajenación ideológica del PRI y estableció una de la tesis centrales de la lucha política y electoral que debería seguir la izquierda: “la única clase que pudiera hacerle concurrencia política al gobierno priísta y a su burguesía aliada era la que pudiera hacerle concurrencia económica”.

La tesis de Revueltas --sistema productivo y no espacios políticos-- es la esencia del pensamiento transformador de izquierda; en este contexto, la república amorosa de López Obrador se centra en la concurrencia política; peor aún, el tabasqueño no establece la concurrencia económica de la izquierda con un nuevo modelo de desarrollo basado en el reparto social de la riqueza producida entre trabajadores y empresarios y no en las limosnas de los subsidios, sino que la república amorosa planteó ya una relación justamente amorosa entre trabajadores y empresarios. La tesis de la izquierda es sencilla: la desigualdad social mexicana es producto de la repartición clasista de la riqueza.

De ahí que la república amorosa no sea sino una expresión mexicana del bonapartismo que analizó Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: la explotación de las pasiones de las masas desclasadas, un lumpenproletariado sin representación productiva, para la conformación de un liderazgo cesarista, pero con la intención de usar a las masas explotadas para encumbrar al César en el poder y servir a las minorías explotadoras. Hoy López Obrador ha generado hasta un lumpenproletariado intelectual y académico de ex izquierdistas con el disfraz de neopopulistas promotores del cesarismo, un lombarismo vulgar.

Al final, la propuesta de López Obrador no es política sino religiosa; y, más aún, fundamentalista.

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