Elecciones en tiempos de cólera

Enrique Semo

Las elecciones de 2012 se realizarán probablemente en medio del temor que provoca la inseguridad, la ansiedad del desempleo, las turbulencias en la economía informal, donde reina la ley del más fuerte, así como el hastío ante el desprestigio de la clase política.

Gran parte del electorado oscila entre el miedo a que venga algo peor y el ardiente deseo de poner fin al largo deterioro en que está sumida la nación. Será en los últimos momentos cuando muchos electores decidirán si elegir el candidato que asegure una continuidad menos dolorosa, o rebelarse contra ella y buscar, con valor, un mejor futuro.
Hay dos candidatos que cuentan con insertarse en el primer estado de ánimo: el del PRI y el del PAN, y otro dispuesto a correr el riesgo de predicar con la palabra y los hechos la adopción de medidas fuertes para impedir la caída lenta pero inevitable y la decadencia.

Hay factores de poder que no están sujetos a la elección: el gran dinero, las televisoras, el gobierno actual que se prepara, como lo hizo Fox, a usar todos sus recursos para influir en el certamen. Si el PRI utilizó el fraude para perpetuarse en el poder durante 70 años, el PAN ha demostrado que éste no le repugna, puesto que en 12 años ya cuenta con un ejemplo espectacular. A ellos hay que agregar las tradicionales redes clientelares construidas por caciques en la ciudad y el campo y –hoy de aterradora importancia– el crimen organizado, que castiga, incluso con la muerte, a políticos que no cumplen y premia con dinero e influencias a los que respetan los tratos.

La contienda se llevará a los dos niveles: el público, para conquistar el voto, y el clandestino, para ganar a esos poderes fácticos. Sabemos que hay desde hace mucho acuerdos negociados. Pero las actitudes de esos poderes, pragmáticos por naturaleza, irán cambiando de acuerdo al desarrollo de la campaña y las voces de las encuestas, aun cuando éstas no les gusten.

La izquierda electoral, representada por el PRD, el PT, el Movimiento Ciudadano y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), tiene un candidato con cualidades sólidas. Para no ir más lejos nos referiremos a los últimos seis años. AMLO hizo frente al fraude de 2006 con una entereza, un empecinamiento y una habilidad que mantuvo vivo el problema del respeto al voto popular, de la mejor manera posible, en el marco de la resistencia civil pacífica, en la cual se ha inscrito la izquierda democrática.

En segundo lugar, porque entendió correctamente que en tales circunstancias sólo hay una fuerza que podía cambiar a mediano plazo la relación de poder: la fuerza del pueblo movilizado, consciente y enérgico. Y apeló a ella, rodeado de la duda y la incredulidad de muchos. Recorrió municipio por municipio todo el país, ante el silencio casi absoluto de los medios.

En tercer lugar, porque en la crisis crónica en que vive el país supo colocar el movimiento social en oposición tanto del PAN como del PRI, que desde Carlos Salinas de Gortari han actuado en una coalición tácita en que a veces el PRI está en la Presidencia y otras el PAN, tratando de aparentar diferencias, pero de hecho compartiendo el poder que soporta el régimen actual. De este esfuerzo ha surgido Morena, un movimiento nacional que no ha conocido pruebas verdaderas aún, pero que puede consagrarse en las futuras elecciones.

El candidato tiene defectos tan visibles como sus cualidades, pero atenuados por la sinceridad de sus convicciones, una inteligencia política intuitiva sobresaliente y un carisma indudable. Pero ningún elector votará sólo por el candidato. Éste pesa en su decisión y, en el caso del voto de izquierda, hay un refrendo preocupante al caudillismo.

El partido, el ejercicio del poder de sus miembros, la unidad y su coherencia, sus posiciones pasadas, también pesan. Y nadie ignora que el PRD se encuentra sumido en una profunda crisis. Han surgido una serie de prácticas nocivas, a veces incluso inmorales, que amenazan con osificarse, con transformarse en una jaula en la cual queden sepultadas las esperanzas de los mexicanos.

Lo que la izquierda sostiene sobre el país es cierto también para el PRD y, en cierta medida, para los otros componentes del Frente Progresista. Sus defectos no pueden ser superados con retoques ornamentales, ni siquiera con cirugía estética. El PRD y la izquierda electoral, para poder gobernar, necesitan una refundación igual a la que requiere el país, que para detener la caída precisa de cambios sustanciales en la relación de fuerzas y en las políticas de gobierno. Y esta refundación debe iniciarse con la presente campaña por la Presidencia.

Por otro lado, una organización de izquierda que no cumple con su función cotidiana de representar a los sectores populares: campesinos, obreros, pequeños empresarios, clase media, con la mayor inteligencia posible, con sensibilidad a los cambios que se suceden, es un partido superfluo e innecesario. ¿Cómo puede competir con el PRI y el PAN, la coalición gobernante que tiene el oído de los poderes fácticos abierto a sus sugerencias?

Tomemos el problema de la sucesión en el Distrito Federal, proceso que ya ha causado más de una batahola pública. El procedimiento está viciado de origen, por la incapacidad de la dirigencia local del PRD para reglamentar la contienda interna y el uso de recursos públicos en la promoción de algunos candidatos. Además, se ha optado por aplicar una encuesta como método de selección del candidato, sin contacto con las bases del partido, en un concurso de popularidad en que no intervienen el ideario político, las convicciones y la plataforma electoral. Esto es también posible en otras entidades: los escándalos públicos pueden resurgir en el momento menos esperado y el elector no los perdonará.

En el país, después de un periodo prolongado de decadencia, puede iniciarse la resurrección, y la izquierda toda tiene la responsabilidad de convertir esa posibilidad en realidad.

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