Octavio Rodríguez Araujo
Se ha extendido la idea de que el crimen organizado pone en riesgo las elecciones de este nuevo año. Lo han venido diciendo algunos panistas (incluido el señor de Los Pinos), uno o dos perredistas despistados y uno de los ideólogos del anarquismo católico que pronostica no sólo que serán las elecciones de la ignominia, sino que los mexicanos tendremos que elegir entre un cártel o uno de los poderes fácticos. Este discurso ha sido repetido también, en su esencia, por escribidores de desatendidas misivas a destinatarios inciertos.
Estas estupideces, a fuerza de ser repetidas y publicitadas en los medios, comienzan a calar entre los ciudadanos que, como Peña Nieto, no leen ni se informan. La intención es obvia: tratar de impedir que haya elecciones federales este año o que, de llevarse a cabo, éstas se vean, de antemano, empañadas por la sospecha de sus resultados. En otros términos, son los esfuerzos desesperados de los panistas que no quieren perder el poder y de quienes, desde una supuesta oposición ciudadana, les han estado haciendo el juego desde otras campañas y de algunas más actuales que no se asumen con este nombre.
El ascenso en el número de muertos, cada año mayor que en el anterior, hace pensar que ciertas fuerzas políticas y quizá también militares consideren que la situación es de tal peligro para el país que lo mejor sería decretar un estado de excepción o su equivalente. Haciéndose eco de esta tentación, el irresponsable poeta anarco-católico ha calificado la situación como emergencia nacional que vive México, sabiendo que emergencia, en su acepción pertinente, quiere decir precisamente situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata, cual sería un decreto de esa naturaleza o la suspensión de las garantías constitucionales. La tentación ahí está y el terreno se está tratando de preparar, extendiendo la idea de que el poder del crimen organizado es tal que mejor sería no llevar a cabo elecciones. No han faltado oportunos fertilizantes del alarmismo, como el mapa delictivo presentado por el titular de la Siedo (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada), en el que, a pesar de hablar sólo de presencia, su imagen visual es de control del territorio nacional por los siete principales grupos criminales, que no es el caso (véase nota de R. Mosso, en Milenio del pasado lunes). Presencia no es control.
La intención menos drástica del chisme del narcotráfico inmiscuyéndose en las elecciones, y eventualmente determinándolas, no es otra cosa que un deseo maquiavélico de desacreditar el proceso electoral en curso para que quienes tienen el poder se mantengan en él bajo las siglas del PAN o del PRI, pues son lo mismo. El voto del miedo ya les dio resultados positivos en 1994, y gracias a él ganó Zedillo. Todavía se recuerdan los espots de ese año: golpes de Estado en otros países, anarquía y caos, militares en las calles y la presunción del PRI de que gracias a sus gobiernos en México había estabilidad democrática. En el inconsciente estaban el levantamiento indígena en Chiapas y el asesinato de Colosio; el miedo en una palabra. Ahora también y, como saben los expertos, cuando el miedo circula entre un pueblo éste se hace conservador, conformista y prefiere lo conocido a lo que se le pueda ofrecer en términos de cambios. Si además del miedo se inocula la desconfianza y la desacreditación de los partidos, se auspician la abstención y los votos nulos de los indecisos, que no son pocos (quizá la tercera parte del electorado).
El mensaje del poder y de sus paleros disfrazados de opositores ciudadanos que nos hablan de un apocalipsis que sólo ellos imaginan es que la guerra iniciada por Calderón contra el crimen organizado debe continuar hasta que éste desaparezca, porque, como dijera en tono engolado uno de esos paleros, vivimos en un Estado delincuencial en el que nadie podrá gobernar, sea quien sea. Esto es, México está perdido, no tiene salvación y, de tenerla, no será mediante estas elecciones que, ya se dijo, serán ignominiosas y no un proceso legal y democrático para cambiar de personas y partidos en los poderes federales. Es decir, tirar el agua sucia de la bañera, con todo y niño, pues previsiblemente éste será peor que el bebé de Rosemary –sin Mia Farrow en el papel estelar.
Miedo, desencanto, escepticismo y el petate del muerto de la mano negra del crimen organizado metida en todos lados, incluidas las elecciones, forman parte de la estrategia para inhibir el voto y darle el triunfo a quienes cuentan con todos los medios para lograrlo si las izquierdas electorales no convencen a los indecisos. Promover entre éstos el voto nulo o la abstención es parte del plan B, y éste es el papel que juegan los supuestos opositores autodenominados ciudadanos (como si los demás fueran extraterrestres) para que los del poder sigan usufructuándolo. Su cálculo es que si ganan el PAN o el PRI las contradicciones sociales se agudizarán y México podría tener, como España y otros países, miles de indignados y ocupas. Si como consecuencia llega después un Rajoy en España o gana más influencia el Tea Party en Estados Unidos, no importa, las contradicciones sociales se agudizarán todavía más y así sucesivamente hasta que estalle la revolución mundial de los indignados y ocupas o de sus hijos o nietos. Es la fe en el movimientismo antisistémico y antiestatal que, curiosamente, también se da entre la extrema derecha de algunos países desarrollados.
Nuestra opción, además de desmontar el irresponsable y mal intencionado rumor de que la situación no está para elecciones, es trabajar para que éstas sean equitativas y transparentes, con la mayor participación ciudadana posible y en favor del único proyecto tanto opositor como alternativo que tenemos, aunque no sea anticapitalista.
Se ha extendido la idea de que el crimen organizado pone en riesgo las elecciones de este nuevo año. Lo han venido diciendo algunos panistas (incluido el señor de Los Pinos), uno o dos perredistas despistados y uno de los ideólogos del anarquismo católico que pronostica no sólo que serán las elecciones de la ignominia, sino que los mexicanos tendremos que elegir entre un cártel o uno de los poderes fácticos. Este discurso ha sido repetido también, en su esencia, por escribidores de desatendidas misivas a destinatarios inciertos.
Estas estupideces, a fuerza de ser repetidas y publicitadas en los medios, comienzan a calar entre los ciudadanos que, como Peña Nieto, no leen ni se informan. La intención es obvia: tratar de impedir que haya elecciones federales este año o que, de llevarse a cabo, éstas se vean, de antemano, empañadas por la sospecha de sus resultados. En otros términos, son los esfuerzos desesperados de los panistas que no quieren perder el poder y de quienes, desde una supuesta oposición ciudadana, les han estado haciendo el juego desde otras campañas y de algunas más actuales que no se asumen con este nombre.
El ascenso en el número de muertos, cada año mayor que en el anterior, hace pensar que ciertas fuerzas políticas y quizá también militares consideren que la situación es de tal peligro para el país que lo mejor sería decretar un estado de excepción o su equivalente. Haciéndose eco de esta tentación, el irresponsable poeta anarco-católico ha calificado la situación como emergencia nacional que vive México, sabiendo que emergencia, en su acepción pertinente, quiere decir precisamente situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata, cual sería un decreto de esa naturaleza o la suspensión de las garantías constitucionales. La tentación ahí está y el terreno se está tratando de preparar, extendiendo la idea de que el poder del crimen organizado es tal que mejor sería no llevar a cabo elecciones. No han faltado oportunos fertilizantes del alarmismo, como el mapa delictivo presentado por el titular de la Siedo (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada), en el que, a pesar de hablar sólo de presencia, su imagen visual es de control del territorio nacional por los siete principales grupos criminales, que no es el caso (véase nota de R. Mosso, en Milenio del pasado lunes). Presencia no es control.
La intención menos drástica del chisme del narcotráfico inmiscuyéndose en las elecciones, y eventualmente determinándolas, no es otra cosa que un deseo maquiavélico de desacreditar el proceso electoral en curso para que quienes tienen el poder se mantengan en él bajo las siglas del PAN o del PRI, pues son lo mismo. El voto del miedo ya les dio resultados positivos en 1994, y gracias a él ganó Zedillo. Todavía se recuerdan los espots de ese año: golpes de Estado en otros países, anarquía y caos, militares en las calles y la presunción del PRI de que gracias a sus gobiernos en México había estabilidad democrática. En el inconsciente estaban el levantamiento indígena en Chiapas y el asesinato de Colosio; el miedo en una palabra. Ahora también y, como saben los expertos, cuando el miedo circula entre un pueblo éste se hace conservador, conformista y prefiere lo conocido a lo que se le pueda ofrecer en términos de cambios. Si además del miedo se inocula la desconfianza y la desacreditación de los partidos, se auspician la abstención y los votos nulos de los indecisos, que no son pocos (quizá la tercera parte del electorado).
El mensaje del poder y de sus paleros disfrazados de opositores ciudadanos que nos hablan de un apocalipsis que sólo ellos imaginan es que la guerra iniciada por Calderón contra el crimen organizado debe continuar hasta que éste desaparezca, porque, como dijera en tono engolado uno de esos paleros, vivimos en un Estado delincuencial en el que nadie podrá gobernar, sea quien sea. Esto es, México está perdido, no tiene salvación y, de tenerla, no será mediante estas elecciones que, ya se dijo, serán ignominiosas y no un proceso legal y democrático para cambiar de personas y partidos en los poderes federales. Es decir, tirar el agua sucia de la bañera, con todo y niño, pues previsiblemente éste será peor que el bebé de Rosemary –sin Mia Farrow en el papel estelar.
Miedo, desencanto, escepticismo y el petate del muerto de la mano negra del crimen organizado metida en todos lados, incluidas las elecciones, forman parte de la estrategia para inhibir el voto y darle el triunfo a quienes cuentan con todos los medios para lograrlo si las izquierdas electorales no convencen a los indecisos. Promover entre éstos el voto nulo o la abstención es parte del plan B, y éste es el papel que juegan los supuestos opositores autodenominados ciudadanos (como si los demás fueran extraterrestres) para que los del poder sigan usufructuándolo. Su cálculo es que si ganan el PAN o el PRI las contradicciones sociales se agudizarán y México podría tener, como España y otros países, miles de indignados y ocupas. Si como consecuencia llega después un Rajoy en España o gana más influencia el Tea Party en Estados Unidos, no importa, las contradicciones sociales se agudizarán todavía más y así sucesivamente hasta que estalle la revolución mundial de los indignados y ocupas o de sus hijos o nietos. Es la fe en el movimientismo antisistémico y antiestatal que, curiosamente, también se da entre la extrema derecha de algunos países desarrollados.
Nuestra opción, además de desmontar el irresponsable y mal intencionado rumor de que la situación no está para elecciones, es trabajar para que éstas sean equitativas y transparentes, con la mayor participación ciudadana posible y en favor del único proyecto tanto opositor como alternativo que tenemos, aunque no sea anticapitalista.
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