El gladiador pírrico

Raymundo Riva Palacio

Santiago Creel tiene la fama de un político al que no la gustan las tormentas, que prefiere que las olas no se muevan y que se inclina por una actitud de prudencia excesiva a enfrentar frontalmente los problemas. Se la ganó cuando fue secretario de Gobernación en el gobierno de Vicente Fox, donde por la vía de la no confrontación quiso construir su candidatura a la Presidencia. A Creel le fue muy mal al perder la contienda ante Felipe Calderón, pero no le fue tan peor porque un buen número de senadores y de los diputados de la primera legislatura de este sexenio, sintieron que le debían a él su cargo. Con esto, renació políticamente.

El Creel de hace seis años está muy lejano al Creel de estos días. Aquella persona que no le gustaba comprometerse, se transformó en una persona con posturas claras y definidas, dispuesta a pagar el costo político por defender sus convicciones. La más trascendente, por lo que significa para el país, fue su posición contra la Ley de Radio y Televisión que le entregaba a las concesionarias un baúl digital lleno de utilidades y poder político, y que tuvo como consecuencia que las televisoras le decretaran la muerte civil –o sea, ignorarlo-, y sólo se referían a él para atacarlo y dilapidarlo.

Para una clase política que piensa que si no está en las pantallas de televisión no existe, Creel demostró que es más valioso tener congruencia, posición y no temer a enfrentarse a los poderes fácticos. Su imagen pública creció, se amplió su respeto como político en sectores ajenos al PAN y, finalmente, la presión pública doblegó a las televisoras, que no tuvieron más remedio que abrirle, a cuentagotas, sus pantallas desde hace poco más de un año. Para entonces, Creel ya se había puesto una siguiente meta: la candidatura presidencial del PAN para 2012.

Hace seis años se entregó al presidente Fox y a su esposa Marta Sahagún, que le dijeron que hiciera una campaña hacia afuera, pues del PAN se ocupaban ellos. Creel no trabajó hacia el interior de la militancia, que decide por votación cerrada quién será su candidato, y Calderón, quien desafió al poder, trabajó internamente en el partido y sorprendió a Creel cuando derrotó a la pareja presidencial en esa lucha intramuros. En todos estos años, con esa experiencia, Creel volteó a su partido y trabajó con ellos.

Como secretario de Gobernación de Fox, él fue una de las personas que palomearon las candidaturas para el Senado y la Cámara de Diputados, lo que le sirvió de base política y apoyo parlamentario, porque durante el gobierno de Calderón, que fue su amigo cercano hasta que tras la contienda por la candidatura y su triunfo en 2006 se enfrió la relación, se enfrentó a él en asuntos legislativos y creó un poder paralelo que, aunque limitado, le permitió como líder de la bancada panista en la Cámara alta, mantener una autonomía y distancia crítica de Los Pinos.

Creel se convirtió en un enemigo tácito de Los Pinos, y cuando acudía a una cita con el Presidente, sus colaboradores lo veían con desprecio y molestia en los pasillos. Calderón nunca lo maltrató en privado, sino que, contradictoriamente a su forma de actuar política, lo trataba con cariño. Pero Creel no era –ni es- alguien en quien confía el Presidente. Calderón no le pudo decir que no contendiera por la candidatura, cuando el entonces senador le corrió la cortesía de informarle de sus intenciones y preguntarle si lo vetaría, pero no era alguien que entrara en su ecuación como un posible aliado contra los candidatos del PRI y del PRD, como sí lo es Josefina Vázquez Mota.

Esa relación agridulce entre Creel y Calderón tuvo una última expresión esta semana, cuando el Comité Ejecutivo Nacional del PAN quiso ser llevado a aprobar una propuesta del Presidente para realizar una encuesta indicativa de los precandidatos, para legitimar con ese estudio lo que piensan –sobre las base de sus propios números- es la realidad actual en el PAN: un virtual empate técnico entre Vázquez Mota y el delfín presidencial Ernesto Cordero, y un tercer lugar relegado de Creel.

Aunque no era la intención original, una encuesta indicativa que diera ese resultado, generaría una enorme presión a Creel para que declinara. Antes de llevar a esa hipotética situación, Creel se lanzó al sabotaje de la idea. Argumentó que violaba los acuerdos sobre la nominación y, posiblemente, incurriría en un delito electoral que podría ser vencido en tribunales.

El Comité Ejecutivo Nacional se partió y ni siquiera se puso a votación la propuesta. Calderón perdió y Creel ganó. Pero estos resultados tienen que verse casuísticamente y en su contexto. La victoria pírrica de Creel –porque enfrentó el otro poder fáctico que es la Presidencia- de esta semana no significa que alcanzará la candidatura o llegará al final del camino. Sí demuestra que el Creel de ahora está forjado de diferente material, transformado de un político que entregaba para ganar, a un gladiador que pelea para vencer. En 2005 fracasó. Hoy, cuando menos, ya se ganó el respeto de todos.

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