El fin del tapado

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

Lo vamos a extrañar. Presencia infaltable de cada sexenio, el tapado y la forma de destaparlo pertenecían a un folclore tan nuestro como la elección de la flor más bella del ejido o la cuenta de las ovaciones con que era interrumpido el informe presidencial.

Por primera vez desde que don Plutarco Elías Calles fundó lo que hoy es el Partido Revolucionario Institucional, hace ocho décadas, no se requirieron los servicios de algún Hitchcock aborigen para carburar nuestro suspense.

Fueron caricaturistas, tal vez Abel Quezada, los autores del capuchón negro. El tapado fumaba Elegantes cuando nadie apostaba por Adolfo López Mateos, modesto secretario del Trabajo, vicioso de los Delicados, había que despistar. En la Casa del Obrero Mundial, el presidente Luis Echeverría, atento a una intrascendente ceremonia conmemorativa, ignoraba que la CTM ofrecía en ese momento la candidatura a José López Portillo; qué sorpresa para don Luis cuando llegaron a avisarle. Los procedimientos sexenales para el destape eran distintos, según las aficiones de quienes escribían con su dedo índice la historia nacional. El rito merece una antología, como secuencia cinematográfica de un documental divertido y nostálgico. Alguien debe hacerlo en memoria del difunto.

Murió el tapado de muerte natural, infectado de democracia. El Presidente de la República no tiene la fuerza necesaria para nombrar sucesor, ni el partido en el poder la de colocar como ficha de dominó a uno de los suyos. La agonía del poder omnímodo y su reparto entre otros círculos de decisión ha logrado que las elecciones de este año se convoquen sobre bases jurídicas e instituciones que fortalecen el derecho de votar y ser votado y la garantía de respeto a ese voto.

El próximo mes de julio, cuando los mexicanos vayamos a las urnas, decidiremos, como en ninguna ocasión anterior, quién nos va a gobernar. Muchos no estamos del todo satisfechos. Lamentamos que el derecho de registrar candidatos sea monopolio de los interesados en conservar sus privilegios, en brincar eternamente de un cargo a otro como si fueran concesiones personales. Franeleros de las leyes, los influyentes operadores de los partidos políticos actuales no admiten parquímetros. Impidieron con las triquiñuelas parlamentarias en las que son duchos la apertura a otras posibilidades, una de ellas la de las candidaturas independientes que aplazaron hasta el 2015. Aquí sólo sus chicharrones truenan, aunque cada vez menos.

A la hora de escribir este Bucareli dos candidatos a la presidencia están en plenas campañas: el del PRI y el del PRD. El del PAN se anunciará de un momento a otro, cuando sus miembros decidan entre tres aspirantes. En estos meses cualquier pronóstico puede fracasar. El candidato del PRI tiene a su favor, para no hablar en ningún caso de características personales, el apoyo de la televisión y la maquinaria forjada durante siete décadas en el poder. El candidato del PRD, castigado por el ninguneo absoluto de los medios masivos, lleva cinco años de campaña personal en calles, plazas y casas de todos los municipios del país y nombra como futuros secretarios a personajes respetados por su honestidad y trayectoria. El candidato del PAN, tal vez una dama, tendrá el apoyo desde la presidencia de su compañero de partido, fuerza insuficiente, pero digna de tomarse en cuenta.

Votaremos también por quien ocupará el segundo puesto político más importante de la república: el de Jefe del Gobierno del Distrito Federal. El PRI ha definido a su candidata para ese cargo: Beatriz Paredes. Propuesta sólida. Mujer con larga trayectoria tanto en cargos de elección popular como de designación, ofrece su experiencia frente a la obra que durante varios años ha realizado en la ciudad la izquierda, recuperadora del Centro Histórico y realizadora de proyectos ambiciosos, algunos a contracorriente de un gobierno federal opuesto al capitalino. Cinco personajes luchan por la candidatura en el PRD que se definirá esta semana. Y en el PAN una escasez de figuras fue resuelta con un dedazo de don Felipe a favor de Isabel Miranda de Wallace, sin más trayectoria política que su dolor de madre de un secuestrado.

Estrenamos, pues, una nueva fórmula alentadora y estimulante del ejercicio fundamental de la democracia. Llegamos al cabo de casi un siglo de esfuerzos al parteaguas, hace dos sexenios, de la transición pacífica de la época priísta a la del panismo. Cualquiera que sea el resultado de los próximos comicios será menos cuestionable que en las votaciones que la preceden. Eso esperamos. Sería grave riesgo tratar de desviar el camino a la transparencia y limpieza. Tramposos: absténganse.

El tapado está muerto. Pongamos su lápida en julio.

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