Jorge Fernández Menéndez
Nada vulnera más la siempre frágil unidad del perredismo, más aún con sus aliados del PT y el Movimiento Ciudadano (con el agregado de Morena que es patrimonio exclusivo de López Obrador) que la designación de candidatos y las elecciones internas. Pareciera que existe una suerte de necesidad compulsiva de los distintos actores de, siempre, terminar haciendo trampa en esos procesos. Y siempre, obvio, la imagen del PRD se termina deteriorando.
Ahora, en la elección del candidato de ese frente al Gobierno del DF se ha vuelto a repetir la historia. Para no abrir el proceso a elecciones, el PRD decidió convocar a una serie de encuestas, con varias preguntas (que incluso pueden ser contradictorias entre sí) para elegir a quien tratará de mantener el gobierno capitalino que el PRD detenta desde 1997. Se utilizó el mismo método en la designación de su candidato presidencial. Pero si el experimento resultó muy aceptable en el ámbito federal fue porque Marcelo Ebrard (que tenía elementos para disputarle, con los resultados de las propias encuestas, la candidatura a López Obrador) decidió dar un paso al costado para no generar un enfrentamiento interno con el tabasqueño.
Pero en el DF, como era previsible, no ha terminado siendo así. Es mucho lo que está en juego, y para la enorme mayoría de los que han buscado esa candidatura esta oportunidad difícilmente se repetirá. Con un agravante: en el DF la disputa entre las distintas corrientes es mucho más dura, porque los intereses son muchos, las fuentes de recursos también y porque no existe ningún grupo hegemónico: lo que vimos en 2009 en Iztapalapa, con el caso Juanito, es un reflejo de la situación que vive el perredismo en el ámbito capitalino.
El hecho es que si bien la elección fue por encuesta, una vez más la misma se sobrecargó de preguntas contradictorias y de casas encuestadoras: finalmente hubo cuatro que levantaron el cuestionario. Pero además, se actuó como si se estuviera ante una elección abierta: publicidad de todo tipo, llamadas telefónicas el mismo día del levantamiento de la encuesta (una de ellas, la más controvertida, utilizando, se supone, una imitación de la voz de López Obrador para apoyar a Mancera, mientras otras apoyaban a otros aspirantes), despensas, apoyos de todo tipo, destrucción de propaganda. Y un juego muy rudo de muchos actores que de por sí no se caracterizan por ser precisamente suavecitos.
Tanto que el secretario de Turismo capitalino, Alejandro Rojas, llegó a declarar, desde Madrid donde asistía a una feria de turismo, que el ganador era Mancera cuando había un acuerdo explícito de que no se informaría, menos aún desde el gobierno del Distrito Federal, cómo estaban los resultados de las encuestas porque entre otras razones, existen varias preguntas que deben ser cotejadas y la información oficial se daría hasta hoy jueves a las 6 de la tarde. Nadie sabe si fue una imprudencia de Rojas o si fue una “declaración pactada” para enviar por adelantado el mensaje del resultado del proceso, pero lo cierto es que generaron la ruptura de negociaciones entre el equipo de Barrales y la dirección del frente que lleva Manuel Camacho.
Los métodos utilizados aparentemente plancharon a Alejandra Barrales: si bien ésta se había fortalecido con el respaldo de última hora de Carlos Navarrete, consolidaron a Mancera la declinación de Mario Delgado y sobre todo el sorpresivo apoyo de René Bejarano. Todo indica que, las fuerzas que apoyan al ex procurador se excedieron y Barrales, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, mantenía su decisión de romper las relaciones con el frente.
En las próximas horas no sería descabellado que se diera algún tipo de acuerdo interno, pero el proceso de selección ya ha tenido un costo que pagará sobre todo Mancera, porque pierde el perfil ciudadano que era lo más meritorio de su candidatura al quedar envuelto en la lucha entre las tribus perredistas y queda en deuda con algunas de éstas, sobre todo con la de Bejarano. Ese costo será obviamente mayor si se genera alguna ruptura interna y crece porque la designación de Isabel Miranda de Wallace no estaba contemplada y les mete ruido, tanto al PRD como al PRI, en el DF, que de ser una cosa entre dos pasó a ser entre tres.
No deja de ser significativo que el martes, en plena crisis interna por la designación de su candidato capitalino, Jesús Zambrano en lugar de hablar de lo que sucedía en su partido, haya dedicado sus declaraciones a hablar de la candidatura de Miranda. Habrá que terminar viendo cómo se dan las cosas en el frente de izquierda, pero por lo pronto Miguel Mancera tendrá que pagar unos costos por la candidatura que no era necesario asumir.
Hablando de costos: ¿alguien en el PRD habrá medido lo que les costará la candidatura de Manuel Bartlett al senado en Puebla o del ex priísta, ex panista y ex casi todo Rubén Mendoza Ayala en el Estado de México?
Nada vulnera más la siempre frágil unidad del perredismo, más aún con sus aliados del PT y el Movimiento Ciudadano (con el agregado de Morena que es patrimonio exclusivo de López Obrador) que la designación de candidatos y las elecciones internas. Pareciera que existe una suerte de necesidad compulsiva de los distintos actores de, siempre, terminar haciendo trampa en esos procesos. Y siempre, obvio, la imagen del PRD se termina deteriorando.
Ahora, en la elección del candidato de ese frente al Gobierno del DF se ha vuelto a repetir la historia. Para no abrir el proceso a elecciones, el PRD decidió convocar a una serie de encuestas, con varias preguntas (que incluso pueden ser contradictorias entre sí) para elegir a quien tratará de mantener el gobierno capitalino que el PRD detenta desde 1997. Se utilizó el mismo método en la designación de su candidato presidencial. Pero si el experimento resultó muy aceptable en el ámbito federal fue porque Marcelo Ebrard (que tenía elementos para disputarle, con los resultados de las propias encuestas, la candidatura a López Obrador) decidió dar un paso al costado para no generar un enfrentamiento interno con el tabasqueño.
Pero en el DF, como era previsible, no ha terminado siendo así. Es mucho lo que está en juego, y para la enorme mayoría de los que han buscado esa candidatura esta oportunidad difícilmente se repetirá. Con un agravante: en el DF la disputa entre las distintas corrientes es mucho más dura, porque los intereses son muchos, las fuentes de recursos también y porque no existe ningún grupo hegemónico: lo que vimos en 2009 en Iztapalapa, con el caso Juanito, es un reflejo de la situación que vive el perredismo en el ámbito capitalino.
El hecho es que si bien la elección fue por encuesta, una vez más la misma se sobrecargó de preguntas contradictorias y de casas encuestadoras: finalmente hubo cuatro que levantaron el cuestionario. Pero además, se actuó como si se estuviera ante una elección abierta: publicidad de todo tipo, llamadas telefónicas el mismo día del levantamiento de la encuesta (una de ellas, la más controvertida, utilizando, se supone, una imitación de la voz de López Obrador para apoyar a Mancera, mientras otras apoyaban a otros aspirantes), despensas, apoyos de todo tipo, destrucción de propaganda. Y un juego muy rudo de muchos actores que de por sí no se caracterizan por ser precisamente suavecitos.
Tanto que el secretario de Turismo capitalino, Alejandro Rojas, llegó a declarar, desde Madrid donde asistía a una feria de turismo, que el ganador era Mancera cuando había un acuerdo explícito de que no se informaría, menos aún desde el gobierno del Distrito Federal, cómo estaban los resultados de las encuestas porque entre otras razones, existen varias preguntas que deben ser cotejadas y la información oficial se daría hasta hoy jueves a las 6 de la tarde. Nadie sabe si fue una imprudencia de Rojas o si fue una “declaración pactada” para enviar por adelantado el mensaje del resultado del proceso, pero lo cierto es que generaron la ruptura de negociaciones entre el equipo de Barrales y la dirección del frente que lleva Manuel Camacho.
Los métodos utilizados aparentemente plancharon a Alejandra Barrales: si bien ésta se había fortalecido con el respaldo de última hora de Carlos Navarrete, consolidaron a Mancera la declinación de Mario Delgado y sobre todo el sorpresivo apoyo de René Bejarano. Todo indica que, las fuerzas que apoyan al ex procurador se excedieron y Barrales, por lo menos hasta el momento de escribir estas líneas, mantenía su decisión de romper las relaciones con el frente.
En las próximas horas no sería descabellado que se diera algún tipo de acuerdo interno, pero el proceso de selección ya ha tenido un costo que pagará sobre todo Mancera, porque pierde el perfil ciudadano que era lo más meritorio de su candidatura al quedar envuelto en la lucha entre las tribus perredistas y queda en deuda con algunas de éstas, sobre todo con la de Bejarano. Ese costo será obviamente mayor si se genera alguna ruptura interna y crece porque la designación de Isabel Miranda de Wallace no estaba contemplada y les mete ruido, tanto al PRD como al PRI, en el DF, que de ser una cosa entre dos pasó a ser entre tres.
No deja de ser significativo que el martes, en plena crisis interna por la designación de su candidato capitalino, Jesús Zambrano en lugar de hablar de lo que sucedía en su partido, haya dedicado sus declaraciones a hablar de la candidatura de Miranda. Habrá que terminar viendo cómo se dan las cosas en el frente de izquierda, pero por lo pronto Miguel Mancera tendrá que pagar unos costos por la candidatura que no era necesario asumir.
Hablando de costos: ¿alguien en el PRD habrá medido lo que les costará la candidatura de Manuel Bartlett al senado en Puebla o del ex priísta, ex panista y ex casi todo Rubén Mendoza Ayala en el Estado de México?
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