Raymundo Riva Palacio
Empapado en la ira al ser descubierta su intentona por apoderarse de la sucesión para el gobierno del Distrito Federal, Manuel Camacho se enfundó la casaca de… Manuel Camacho.
Dedicó una larga perorata para descalificar una información publicada en 24 HORAS que detallaba la manera como presionó a los aspirantes a la candidatura de la izquierda para erigir a Miguel Mancera –un formidable candidato ciudadano- en el abanderado de sus intereses.
Negó la narración de sus oscuros manejos en el proceso y varios precandidatos le dieron un espaldarazo. Pero la esencia se mantiene: sí quería, cuando menos hasta esa revelación, inducir la sucesión.
En la fase final del proceso de sucesión, Camacho presionó casi hasta la ruptura con algunos aspirantes, con el aval, por omisión o comisión, de jefe de gobierno Marcelo Ebrard, quien a decir de varios de sus más cercanos, le entregó a su viejo maestro y jefe, la última palabra en muchas decisiones importantes de su administración.
Nada habría de malo en el juego de Camacho, salvo que lo hace desde su calidad de coordinador del Diálogo para la Reconstrucción (DIA), que es el espacio en donde se están negociando los términos y el formato del proceso de sucesión, lo que inyecta una parcialidad que opaca la transparencia del proceso. Pero pedir claridad a Camacho, es como apelar a su reinvención. No está en su esencia, ahora, ni nunca.
Camacho es avasallador. Desde la UNAM pactó con Carlos Salinas la toma del poder, y quien llegó fue éste. Durante su Presidencia Camacho actuó como secretario de Gobernación alterno desde la Regencia del Distrito Federal, y pensó que Salinas lo elegiría como su sucesor, olvidando la máxima de las monarquías –y del viejo PRI-, que un rey hereda a su hijo, no a su hermano. Salinas entregó la candidatura a Luis Donaldo Colosio y Camacho montó en cólera. Poco tiempo después, rompió con Salinas.
El astuto político se fue al desierto. Intentó ser candidato a la Presidencia en 2000, pero terminó de hazmerreír. Se reinventó con Andrés Manuel López Obrador, y en el conflicto postelectoral de 2006, fue uno de los promotores de la anulación de las elecciones para ungir como presidente interino al ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente. La intentona golpista fracasó, y con la llegada de Ebrard al gobierno capitalino, volvió a recuperar espacio político.
En la actual sucesión para el gobierno del Distrito Federal soñó ser candidato y encargó al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM que hiciera un estudio para saber si haber sido regente no lo imposibilitaba. Legalmente no hubo problema, pero la encuesta que mandó a hacer lo ubicaron en el sótano.
Ya no pasó la vergüenza de hace 12 años, y buscó promover una vez más a De la Fuente, quien por razones personales decidió no ir por ningún cargo público en 2012. Entonces, volteó a Mancera.
Fue Camacho quien armó el encuentro del ex procurador con René Bejarano, jefe de una de las corrientes poderosas del PRD en la capital, a quien pidió respaldo a cambio de posiciones. Fue él quien presionó a Mario Delgado a declinar la semana pasada –y pronunciarse por Mancera-, y quien quiso orillar a Joel Ortega, a hacer lo mismo. Aún nadie habla en público de sus choques con Camacho, y sólo el segundo confirmó que sí le pidieron que declinara.
Como con Salinas cuando quiso apropiarse del manejo político del gobierno y en 2006 cuando quiso apoderarse de la nación, ahora Camacho quiso apoderarse de la sucesión en el Distrito Federal.
Los precandidatos le pusieron una barrera este lunes, al incluir mecanismos de medición que neutralizarán mayor manipulación y un posible resultado amañado. Pero con Camacho no hay nada seguro. No es un hombre confiable, salvo cuando defiende y promueve sus propios intereses, hoy en día, proyectados en Mancera.
Empapado en la ira al ser descubierta su intentona por apoderarse de la sucesión para el gobierno del Distrito Federal, Manuel Camacho se enfundó la casaca de… Manuel Camacho.
Dedicó una larga perorata para descalificar una información publicada en 24 HORAS que detallaba la manera como presionó a los aspirantes a la candidatura de la izquierda para erigir a Miguel Mancera –un formidable candidato ciudadano- en el abanderado de sus intereses.
Negó la narración de sus oscuros manejos en el proceso y varios precandidatos le dieron un espaldarazo. Pero la esencia se mantiene: sí quería, cuando menos hasta esa revelación, inducir la sucesión.
En la fase final del proceso de sucesión, Camacho presionó casi hasta la ruptura con algunos aspirantes, con el aval, por omisión o comisión, de jefe de gobierno Marcelo Ebrard, quien a decir de varios de sus más cercanos, le entregó a su viejo maestro y jefe, la última palabra en muchas decisiones importantes de su administración.
Nada habría de malo en el juego de Camacho, salvo que lo hace desde su calidad de coordinador del Diálogo para la Reconstrucción (DIA), que es el espacio en donde se están negociando los términos y el formato del proceso de sucesión, lo que inyecta una parcialidad que opaca la transparencia del proceso. Pero pedir claridad a Camacho, es como apelar a su reinvención. No está en su esencia, ahora, ni nunca.
Camacho es avasallador. Desde la UNAM pactó con Carlos Salinas la toma del poder, y quien llegó fue éste. Durante su Presidencia Camacho actuó como secretario de Gobernación alterno desde la Regencia del Distrito Federal, y pensó que Salinas lo elegiría como su sucesor, olvidando la máxima de las monarquías –y del viejo PRI-, que un rey hereda a su hijo, no a su hermano. Salinas entregó la candidatura a Luis Donaldo Colosio y Camacho montó en cólera. Poco tiempo después, rompió con Salinas.
El astuto político se fue al desierto. Intentó ser candidato a la Presidencia en 2000, pero terminó de hazmerreír. Se reinventó con Andrés Manuel López Obrador, y en el conflicto postelectoral de 2006, fue uno de los promotores de la anulación de las elecciones para ungir como presidente interino al ex rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente. La intentona golpista fracasó, y con la llegada de Ebrard al gobierno capitalino, volvió a recuperar espacio político.
En la actual sucesión para el gobierno del Distrito Federal soñó ser candidato y encargó al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM que hiciera un estudio para saber si haber sido regente no lo imposibilitaba. Legalmente no hubo problema, pero la encuesta que mandó a hacer lo ubicaron en el sótano.
Ya no pasó la vergüenza de hace 12 años, y buscó promover una vez más a De la Fuente, quien por razones personales decidió no ir por ningún cargo público en 2012. Entonces, volteó a Mancera.
Fue Camacho quien armó el encuentro del ex procurador con René Bejarano, jefe de una de las corrientes poderosas del PRD en la capital, a quien pidió respaldo a cambio de posiciones. Fue él quien presionó a Mario Delgado a declinar la semana pasada –y pronunciarse por Mancera-, y quien quiso orillar a Joel Ortega, a hacer lo mismo. Aún nadie habla en público de sus choques con Camacho, y sólo el segundo confirmó que sí le pidieron que declinara.
Como con Salinas cuando quiso apropiarse del manejo político del gobierno y en 2006 cuando quiso apoderarse de la nación, ahora Camacho quiso apoderarse de la sucesión en el Distrito Federal.
Los precandidatos le pusieron una barrera este lunes, al incluir mecanismos de medición que neutralizarán mayor manipulación y un posible resultado amañado. Pero con Camacho no hay nada seguro. No es un hombre confiable, salvo cuando defiende y promueve sus propios intereses, hoy en día, proyectados en Mancera.
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