Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Concluida la ocupación estadounidense en Irak, repatriadas sus tropas, los intereses de esa nación se volcarán sobre su zona continental de influencia, una vez constatado que les resulta más barato continuar con el control del petróleo mexicano, por tenerlo en el traspatio, y una vez asegurado el usufructo del dinero negro producido por la delincuencia organizada en sus distintas vertientes, pero principalmente narcotráfico, tráfico de armas y la trata en todas sus variantes. Es la savia que alimenta las operaciones clandestinas, tanto externas como internas, de sus múltiples agencias de seguridad.
Desconozco cuántos kilómetros cuadrados de la frontera norte de México son controlados por los sistemas de seguridad de Estados Unidos, como tampoco sé cuántas poblaciones o ciudades medianas o grandes son territorio ocupado por las diversas agencias que acá operan con la anuencia del gobierno y desconocimiento del Senado, al menos desde 1984, cuando la DEA inició el blanqueo de dólares tal y como se narra en Crimen de Estado, editado por Grijalbo.
Con todo desparpajo el gobierno de Estados Unidos anuncia que disminuye el número de efectivos de la Guardia Nacional que tiene en operativos de seguridad en su frontera con México, porque suple al personal humano con ciencia y técnica, como lo son los aviones no tripulados y toda la parafernalia militar probada en Afganistán e Irak, y antes en la Guerra del Golfo.
Al desparpajo de las autoridades de Estados Unidos se responde con el mutismo, el ominoso silencio de la diplomacia mexicana y del Senado de la República, una de cuyas atribuciones es vigilar que el Poder Ejecutivo cumpla a cabalidad con los acuerdos diplomáticos, siempre y cuando éstos no lesionen la soberanía, la independencia y, peor, comprometan el futuro de la nación, que en ese quicio han colocado a la patria con la Iniciativa Mérida y los diversos operativos para vender armas a los cárteles y además lavarles los dólares, para establecer ellos el control que consideran adecuado para sus divisas.
Algo debiera contar lo que significa el territorio de este país para la seguridad interna y externa de Estados Unidos, para su proyecto geopolítico; también algo debiera significar en las negociaciones bilaterales entre Los Pinos y la Casa Blanca el número de muertos mexicanos a cuenta de su proyecto de nación, pero todo indica que quienes han tenido a su cargo ese diálogo carecen de voluntad e imaginación o piensan, como Ernesto Zedillo y Vicente Fox, en inglés, sueñan en inglés y gustosos se comportan como yes men.
Me gustaría conocer o determinar el número de mexicanos dispuestos a perder el sentido de su historia, de su identidad, de su pertenencia a una cultura y un proyecto de nación que ha costado millones de vidas, para convertirse en metecos o “colabos” en su casa, esperando sólo una palmadita en la espalda. De este tamaño es el problema.
Concluida la ocupación estadounidense en Irak, repatriadas sus tropas, los intereses de esa nación se volcarán sobre su zona continental de influencia, una vez constatado que les resulta más barato continuar con el control del petróleo mexicano, por tenerlo en el traspatio, y una vez asegurado el usufructo del dinero negro producido por la delincuencia organizada en sus distintas vertientes, pero principalmente narcotráfico, tráfico de armas y la trata en todas sus variantes. Es la savia que alimenta las operaciones clandestinas, tanto externas como internas, de sus múltiples agencias de seguridad.
Desconozco cuántos kilómetros cuadrados de la frontera norte de México son controlados por los sistemas de seguridad de Estados Unidos, como tampoco sé cuántas poblaciones o ciudades medianas o grandes son territorio ocupado por las diversas agencias que acá operan con la anuencia del gobierno y desconocimiento del Senado, al menos desde 1984, cuando la DEA inició el blanqueo de dólares tal y como se narra en Crimen de Estado, editado por Grijalbo.
Con todo desparpajo el gobierno de Estados Unidos anuncia que disminuye el número de efectivos de la Guardia Nacional que tiene en operativos de seguridad en su frontera con México, porque suple al personal humano con ciencia y técnica, como lo son los aviones no tripulados y toda la parafernalia militar probada en Afganistán e Irak, y antes en la Guerra del Golfo.
Al desparpajo de las autoridades de Estados Unidos se responde con el mutismo, el ominoso silencio de la diplomacia mexicana y del Senado de la República, una de cuyas atribuciones es vigilar que el Poder Ejecutivo cumpla a cabalidad con los acuerdos diplomáticos, siempre y cuando éstos no lesionen la soberanía, la independencia y, peor, comprometan el futuro de la nación, que en ese quicio han colocado a la patria con la Iniciativa Mérida y los diversos operativos para vender armas a los cárteles y además lavarles los dólares, para establecer ellos el control que consideran adecuado para sus divisas.
Algo debiera contar lo que significa el territorio de este país para la seguridad interna y externa de Estados Unidos, para su proyecto geopolítico; también algo debiera significar en las negociaciones bilaterales entre Los Pinos y la Casa Blanca el número de muertos mexicanos a cuenta de su proyecto de nación, pero todo indica que quienes han tenido a su cargo ese diálogo carecen de voluntad e imaginación o piensan, como Ernesto Zedillo y Vicente Fox, en inglés, sueñan en inglés y gustosos se comportan como yes men.
Me gustaría conocer o determinar el número de mexicanos dispuestos a perder el sentido de su historia, de su identidad, de su pertenencia a una cultura y un proyecto de nación que ha costado millones de vidas, para convertirse en metecos o “colabos” en su casa, esperando sólo una palmadita en la espalda. De este tamaño es el problema.
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