Dolores de parto

Mancera, el oficial
Fin de un ciclo en DF
PAN: falso debate

Julio Hernández López / Astillero


La instalación oficial de Miguel Ángel Mancera como candidato de la izquierda electoral a la gubernatura de la ciudad de México se tropezó ayer con los hilos de casa. Desde Madrid, donde asistía a una Feria Internacional de Turismo, uno de los más antiguos operadores políticos de Marcelo Ebrard declaró que el triunfador de la contienda interna, mediante encuestas, sería un marcelista de cepa, ni más ni menos que quien había sido procurador de justicia (luego sería despedido el turístico funcionario que había hablado de más).

Doblegada por filtraciones diversas que la colocaban en un lejano segundo lugar, la antecesora de Alejandro Rojas Díaz-Durán en la Secretaría de Turismo, Alejandra Barrales, tomó al vuelo la oportunidad de exhibir las múltiples fisuras del proyecto Mancera y se abrió dos posibles caminos inmediatos: desconocer los resultados más que previstos, con lo cual metería al sol azteca capitalino en una situación marcadamente difícil, aunque al costo de terminar como la villana de la película o, al más clásico estilo del perredismo comercial, encarecer negociaciones para acabar aceptando la imposición de Mancera a cuenta de una presunta unidad necesaria.

El jaloneo de última hora en las alturas del PRD-GDF muestra algunos de los equívocos del peculiar proceso de selección del candidato que competirá a nombre del sol azteca, el PT y el Movimiento Ciudadano (Mac Dante: una hamburguesa veracruzana). Desde luego, ha de señalarse que los incidentes son notablemente menores a los que han acontecido en procesos perredistas de elección abierta. En esa atenuación, con la vista puesta fundamentalmente en la contienda presidencial, han sido factor básico de control los dos personajes centrales de la actual izquierda en campaña: Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubon, ceñidos en su actuar a un pacto básico de intereses compartidos, que dejó al primero la búsqueda de la máxima silla mexicana de poder y al segundo el manejo sucesorio del Distrito Federal como parte del proceso de construcción de su propio lanzamiento en 2018 (pasando por el ofrecimiento a que ocupe el segundo cargo en importancia del organigrama federal, la Secretaría de Gobernación, en caso de triunfo, lo que está en el trayecto natural del propio Ebrard ya sea en el equipo de AMLO o, si éste perdiera, en un eventual gabinete de coalición).

El cumplimiento de tan peculiar proyecto se ha ido enredando en el camino. A Mancera se le ha inflado de una manera que ha fortalecido en algunos de sus adversarios internos la percepción de inequidad. Aplastante fue la campaña de llamadas telefónicas que se realizó mientras transcurría el levantamiento de las famosas encuestas, agravado el punto por el uso de la voz del virtual candidato presidencial, López Obrador, quien aparecía dando buena calificación al desempeño del ex procurador Mancera, en lo que con mínimas artes propagandísticas fue convertido en una especie de espaldarazo grabado en favor del aspirante convenido en las cúpulas. Como sucede casi por tradición, los grupos en competencia se acusaron entre sí de arrancar mantas y publicidad, acompañando en algunos casos presuntas constancias fotográficas del uso de vehículos y personal del gobierno central o de las delegaciones del Distrito Federal.

A fin de cuentas, todo apunta a que el ex procurador de Justicia sea quien se vaya a enfrentar a la activista contra la inseguridad, Isabel Miranda de Wallace, y a la priísta de cargada colección de puestos, Beatriz Paredes. En los cálculos básicos de aritmética electoral con que se ha venido moviendo el marcelismo-camachismo, esa postulación aparece como la más rentable aunque, como se ha confirmado con fuerza apabullante, los éxitos electorales no significan triunfos de ideología de izquierda ni benefician a las masas populares, sino que forman parte de los aprovisionamientos para guerras internas que buscan los diversos contendientes, amorosos o no. Allí están los casos deplorables de Rafael Moreno Valle en Puebla, Gabino Cué en Oaxaca, Mario López Valdez (Malova) en Sinaloa y Juan Sabines en Chiapas para confirmar que de nada sirve ganar los comicios con personajes ajenos a los principios y compromisos de los partidos que los postulan, en este caso, los de la llamada izquierda.

En ese esquema de la inmediatez oportunista se consolida la postulación de alguien desprovisto de militancia dentro de la izquierda y carente de cualquier firmeza ideológica relacionada con esa corriente política: Miguel Ángel Mancera, quien emergió de la alta burocracia capitalina como una opción intencionalmente descafeinada. La apuesta a mediano y largo plazo es poco alentadora pues, a pesar de que la ciudad de México tiene una larga y firme vocación liberal y progresista, se consideró en los salones de la estrategia marcelo-camachista (a los que AMLO concesionó el manejo de la capital) que lo más conveniente para mantener el poder en el Distrito Federal sería ofrecerle a los votantes una carta de centro que en todo caso tiene más condiciones para acabar volteando hacia la derecha que hacia la izquierda. De quedar finalmente Mancera como jefe de Gobierno, con él se habrá terminado el ciclo de administraciones progresistas (con distintas y marcadas tonalidades) que ya ha entrado en declive con el propio Ebrard.

En el flanco panista el reporte de actividades podría quedar adscrito al rubro de celebraciones internas o día de campo con chamaco latoso. Tal como estaba anunciado, los tres aspirantes a la candidatura presidencial por parte del partido de blanco y azul se reunieron para presentar sus propuestas y consideraciones como si de una grabación de infomerciales se tratara. Vázquez Mota y Creel se ajustaron totalmente a la planicie negociada, aunque el desesperado Ernesto Cordero trató de colar algunos señalamientos en busca de cierta polémica que, desde luego, fueron olímpicamente desdeñados por la puntera que constituía el objetivo central de los remedos corderistas de provocación. A fin de cuentas, todo tranquilo, tal como estaba programado. ¡Hasta mañana!

Comentarios