Desfiguros panistas

Francisco Rodríguez / Índice Político

El espectáculo es circense. Un circo donde Josefina Vázquez Mota personifica a la mujer barbada, Santiago Creel al fiero y valiente (jejeje) domador de bestias, Ernesto Cordero al enanito que divierte con sus payasadas, y –nueva atracción– Roberto Gil Zuarth al saltimbanqui.

La carpa, por supuesto, es a franjas de lona blanca y azul.

Y en el trapecio con aroma a pino el chiapaneco que lo mismo sirve para un barrido que para un fregado. Brinca de un punto a otro. En ningún sitio se queda calmo a esperar siquiera el aguinaldo.

En poco más de cinco años ha acumulado más chambas y aspirado a otras tantas que el servicio postal ya no sabe en qué lugar entregarle la correspondencia.

Así que repican los tambores y Gil Zuarth cae parado en la campaña de la señora Vázquez Mota, misma a la que ahora va a coordinar.

Ella, por su parte, se masculiniza para estar a tono con la pelambre que luce en el mentón. Envalentonada se ha enfrentado al promotor del espectáculo, quien ya había pensado dejar al enanito como sucesor en el manejo del espectáculo.

Es la que más carteles anunciando su numerito ha pegado en los anaqueles y vitrinas de las tiendas del pueblo, eso sí.

Y a la que, como ratoncitos tras el flautista de Hamelin, persiguen los juglares del panismo, dando así rienda suelta a las críticas que no pueden hacer en contra de su patrón. Un pequeño gesto de rebeldía que les permiten y ellos mismos se regalan, pues.

Quien no tiene remedio es el domador. Finge bravura, cuando a nadie escapa que es una ternurita de mamá.

Las bestias a las que se enfrenta, por ello, le saltan por encima, lo rodean, le gruñen, lo muerden. Ya le intentaron hacer garras a su coordinador de campaña Álvarez Hoth. Ahora pelan las fauces en contra de uno de sus hijos.

Acabará él mismo como el personaje del chiste aquél que, también en el circo, presumía de convertirse en animal ante los ojos de todos los presentes. Se embozaba y, cuando ya habían transcurrido largos minutos, alguien desde el graderío gritaba “¡se está haciendo buey!”, ante lo que el tipo se desprendía de los paños que lo cubrían y, misión cumplida, agradecía los aplausos. Se había hecho buey todo el tiempo.

Hilarante, si no fuese patético, el caso de Ernesto Cordero otra de las atracciones del Circo Calderón.

Se ha convertido en el rey del pastelazo.

Tira platos cubiertos de betún a diestra y siniestra.

Ya contra los priístas Moreira y Peña –en otra pista, uno hizo mutis y el otro ya acusó el golpe–, ya contra sus compañeros de empresa, la señora Vázquez, el señor Creel.

Pero, lamentable, cada vez que lanza uno de esos pastelazos se embarra él mismo.

Como en el “moreirazo”, por ejemplo, pues ¿dónde andaba él cuando el coahuilense hacía todas las fechorías que dicen que hacía? ¿Horneando pasteles? ¿En Babia? ¿De verdad al frente de la Secretaría de Hacienda?

Todo en el PAN, ahora, es entusiasta diversión.

El también muy lamentable señor Madero, que no flota y se hunde cada vez que fracasa en llevar a cabo las instrucciones del dueño del negocio.

El comiquísimo Molinar, cuya voz engolada me recuerda la de un par de tías que alguna ocasión soltaron sus trinos en el escenario del Palacio de las Bellas Artes.

La patética Romero que tampoco ata ni desata.

Dicen estar en precampaña de la cual ya adivinamos el desenlace.

Una apabullante derrota en las urnas, sea quien vaya a ser el que se alce con el triunfo en la pista.

Y ya tendremos oportunidad, otra vez, de observar en acción al maestro del trapecio. Al saltimbanqui por excelencia.

Porque Gil Zuarth se va a acomodar con quien vaya a ser candidato, caso dado de que no llegue a buen fin la aventura de la mujer barbada.

Temporada de desfiguros.

Desfiguros panistas.

Índice Flamígero: Ya tuvimos en Marcelo Ebrard al “mejor alcalde del mundo” en el 2011. Y para no quedar huérfanos de títulos en este 2012, ahora la revista The Banker ha nombrado a Agustín Carstens, “el mejor banquero central del mundo, la luna y las estrellas. ¿Son títulos comprados? Porque acá, la verdad, ambos dejan mucho qué desear.

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