Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Esa idea de que por regla general las mujeres son incorruptibles es falsa, en asuntos de codicia son tan débiles como los hombres. En esta materia la equidad de género no tiene parangón. La Biblia expone los ejemplos de lo mejor y lo peor. Están Judith, la que decapitó a Holofernes, y Jezabel, quien postró a los judíos ante dioses ajenos.
En esta materia las mujeres mexicanas han destacado por honradas y discretas, pero cuando deciden acumular o corromper también pueden ser emblemáticas, tanto o más que Martha Sahagún e Irma Serrano. De allí que resulte imperioso preguntarse sobre las razones por las cuales el presidente Felipe Calderón se opone a que Josefina Vázquez Mota sea la abanderada del PAN para conservar el poder.
Me cuentan -esta información ya ha rodado por diversos medios- como verdad comprobable que, cuando se desempeñó como secretaria de Desarrollo Social, por su voluntad cambió el destino de recursos etiquetados para techar las casas de las comunidades tarahumaras y prefirió halagar a los prelados de la Iglesia Católica con I-Pads, mismos que seguramente terminaron en manos de sus empleados menores. Estos indígenas hoy se suicidan por hambre.
Me dicen también que los partidarios de Ernesto Cordero documentan ya la manera en que Josefina Vázquez Mota ha beneficiado, por sobre la ley, a pinturas Comex, cuando fue secretaria de Desarrollo Social y después en Educación Pública, pero, me sostienen los enterados, además es fetichista, porque así como a Imelda Marcos, allá en Filipinas, le dio por acumular entre 1060 y 3000 pares de zapatos -según quién da las cifras-, a la precandidata del PAN le da por atesorar aretes, obviamente en juegos de diseño, con piedras y metales preciosos y otros no tanto; reúnen ya las series de fotografías que se le han tomado a lo largo de su brillante carrera política, para mostrarla con esos zarcillos que causarían envidia entre las mujeres acaudaladas y célebres por sus desplantes.
Lo anterior explicaría las razones por las cuales no es de las preferencias de Felipe Calderón para sucederlo; a lo que no se le encuentra la lógica es que el presidente haya permitido que lo acompañara durante su campaña para acceder al poder, no con una responsabilidad menor, y después la distinguiera como secretaria del despacho de la Educación Pública y líder de la fracción parlamentaria del PAN en esta última legislatura de la Cámara de Diputados.
Es posible, entonces, que el presidente de México le muestre ojeriza de manera gratuita, que la debilidad de Josefina Vázquez Mota por los aretes sea una patraña, que su obsequiosidad con los prelados y sus preferencias a Comex sólo sean un infundio para justificar el encono de Ernesto Cordero y la distancia que de ella ha tomado Felipe Calderón.
O quizá cuando pide cadena perpetua para los funcionarios corruptos se muerde la lengua, cruza los dedos y, al fin, se dispara a los pies.
Esa idea de que por regla general las mujeres son incorruptibles es falsa, en asuntos de codicia son tan débiles como los hombres. En esta materia la equidad de género no tiene parangón. La Biblia expone los ejemplos de lo mejor y lo peor. Están Judith, la que decapitó a Holofernes, y Jezabel, quien postró a los judíos ante dioses ajenos.
En esta materia las mujeres mexicanas han destacado por honradas y discretas, pero cuando deciden acumular o corromper también pueden ser emblemáticas, tanto o más que Martha Sahagún e Irma Serrano. De allí que resulte imperioso preguntarse sobre las razones por las cuales el presidente Felipe Calderón se opone a que Josefina Vázquez Mota sea la abanderada del PAN para conservar el poder.
Me cuentan -esta información ya ha rodado por diversos medios- como verdad comprobable que, cuando se desempeñó como secretaria de Desarrollo Social, por su voluntad cambió el destino de recursos etiquetados para techar las casas de las comunidades tarahumaras y prefirió halagar a los prelados de la Iglesia Católica con I-Pads, mismos que seguramente terminaron en manos de sus empleados menores. Estos indígenas hoy se suicidan por hambre.
Me dicen también que los partidarios de Ernesto Cordero documentan ya la manera en que Josefina Vázquez Mota ha beneficiado, por sobre la ley, a pinturas Comex, cuando fue secretaria de Desarrollo Social y después en Educación Pública, pero, me sostienen los enterados, además es fetichista, porque así como a Imelda Marcos, allá en Filipinas, le dio por acumular entre 1060 y 3000 pares de zapatos -según quién da las cifras-, a la precandidata del PAN le da por atesorar aretes, obviamente en juegos de diseño, con piedras y metales preciosos y otros no tanto; reúnen ya las series de fotografías que se le han tomado a lo largo de su brillante carrera política, para mostrarla con esos zarcillos que causarían envidia entre las mujeres acaudaladas y célebres por sus desplantes.
Lo anterior explicaría las razones por las cuales no es de las preferencias de Felipe Calderón para sucederlo; a lo que no se le encuentra la lógica es que el presidente haya permitido que lo acompañara durante su campaña para acceder al poder, no con una responsabilidad menor, y después la distinguiera como secretaria del despacho de la Educación Pública y líder de la fracción parlamentaria del PAN en esta última legislatura de la Cámara de Diputados.
Es posible, entonces, que el presidente de México le muestre ojeriza de manera gratuita, que la debilidad de Josefina Vázquez Mota por los aretes sea una patraña, que su obsequiosidad con los prelados y sus preferencias a Comex sólo sean un infundio para justificar el encono de Ernesto Cordero y la distancia que de ella ha tomado Felipe Calderón.
O quizá cuando pide cadena perpetua para los funcionarios corruptos se muerde la lengua, cruza los dedos y, al fin, se dispara a los pies.
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